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La acera de enfrente

Juan José Millás

Las vías de circunvalación tienen la propiedad de acercar las cosas que se encuentran lejos y de alejar las cosas que se encuentran cerca. Gracias a la M-40 llegas en un santiamén a Boadilla del Monte, pero tardas horas en alcanzar el edificio que ves frente a tu casa, aunque al otro lado de la vía. Si pudieras cruzarla a pie no te llevaría más de dos minutos.Pero atravesar la M-40 es más peligroso, mucho más, que cruzar un río infestado de tiburones. En la M-40 no hay tiburones, pero está lleno de Seats y de Renaults y de Citroëns, aunque tampoco faltan los Jaguars, lo Mercedes ni los Hondas. En un río del Amazonas, si llevas cuidado y sólo pisas por las piedras, tienes las posibilidad de no despertar a ningún anfibio. Pero los automóviles permanecen despiertos las 24 horas, y no hay piedras por las que vadear el peligro.

Una anciana de 74 años fue devorada el otro día por un Twingo al atravesar a pie la M-40 a la altura de la carretera de Colmenar Viejo. Por lo visto, iba a una romería que se celebraba en la ermita de Nuestra Señora de Valverde. La ermita podía verse desde el otro lado de la carretera: estaba ahí mismo, como el que dice, y sin embargo, resultó inalcanzable.

Las cosas que se encuentran al otro lado de las vías de circunvalación son un puro espejismo, una ilusión óptica. No digo que no se puede acceder a ellas a pie, pero se tarda horas, o días, y es necesario cruzar puentes imposibles o túneles laberínticos. De ahí que mucha gente prefiera jugarse la vida y tirar por la calle de en medio, que en lugar de conducir a la acera de enfrente conduce al más allá.

No es raro que lo que más deseamos esté al lado mismo de nosotros y, sin embargo, no sepamos cómo acceder a ello. Personas que duermen juntas viven a miles de kilómetros y personas separadas por océanos se encuentran la una al lado de la otra. No sabemos qué cosas unen y qué cosas separan.

Las vías de circunvalación, que tan cerca nos ponen lo lejano, nos alejan de nuestros vecinos de enfrente, a veces también de nosotros mismos. Cerca/lejos, como dentro/fuera o arriba/abajo son conceptos variables, relativos, engañosos. Hay una dimensión subjetiva de la distancia como hay una dimensión interior del tiempo. Hay segundos que duran una vida y milímetros cuyo recorrido cuesta una existencia.

Las ciudades están prescindiendo de las calles a marchas forzadas. La calle parece una cosa del pasado. En Miami, que para muchos es un modelo a seguir, no hay calles en el sentido tradicional de la palabra.

Un día salíamos Rosa Regás y yo de la Feria del Libro de Miami, y al ver la torre de nuestro hotel allí mismo, apenas a unos metros, decidimos ir dando un paseo. Los de la editorial intentaron desanimarnos con el argumento de que la zona era insegura; pero, como eso no nos dio miedo, tuvieron que confesarnos finalmente que era imposible llegar al hotel a pie, pues no había una sola acera en el trayecto.

Y era verdad, no había aceras, luego no había calles. Si nadie nos hubiera advertido de esa carencia singular, habríamos caminado como dos locos por una especie de M-40 infinita en la que quizá habríamos perecido arrollados por un Renault o por un Honda, no me fijé en la variedad automovilística del lugar, pero devoraban tanto o más que los nuestros.

En otras palabras, teníamos el hotel a dos pasos, pero era inalcanzable, como un espejismo. La M-40 y su antecesora espiritual, la M-30, están produciendo en Madrid espejismos de ese tipo. "Voy allí", te dices, porque estás viendo el edificio frente a tus narices, pero no encuentras el modo de llegar sin jugarte la vida. Ésta es precisamente una de las características de los espejismos: que darías la vida por ellos. A veces la das, como esa anciana que se empeñó en cruzar la M-40 para buscar refugio en la ermita de Nuestra Señora de Valverde. Tan cerca, tan lejos.

Las vías de circunvalación son buenas para llegar a Boadilla o a Pozuelo, pero no sirven para llegar a uno mismo, que es hacia donde se dirigía esa mujer de 74 años cuando corría en dirección a la romería.

La desaparición de las calles, de las aceras, es la consecuencia lógica de la supresión de los pasillos en las casas. En los dos casos se trata de eliminar la sensación de tránsito, que no es económicamente rentable.

Los arquitectos y urbanistas deberían leer, o releer, el Viaje a Ítaca. Sin duda, es importante llegar a Boadilla, no lo niego. ¿Pero qué tienen en contra de que uno llegue a la acera de enfrente?

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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