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Fe

Félix de Azúa

Cuando ustedes lean esta columna, y siendo así que en Cataluña el lunes es festivo, ya conocerán el número de muertos correspondiente al ocio pascual. Es decir, la parte esperada y bendecida de sacrificio humano correspondiente al progreso en transporte y vacaciones. Los dramas privados y el dolor concreto serán ya sólo una cifra, y ésta, a su vez, una señal de columna estadística, un cómputo sacrificial que a nadie inquieta porque es "natural". No serán muertos sino "indicativos de siniestralidad". Fue Rafael Sánchez Ferlosio quien señaló el lugar y la función que ocupan estas víctimas. A semejanza de los sacrificados sobre altares aztecas, los muertos de pascua se desangran en un altar cuyo dios se oculta bajo el opaco nombre de "progreso". Suponer que nuestra religión, la fe en el progreso, es más benévola que la de los pueblos llamados primitivos es otro producto de la beatería. Tan necesarios para la vida económica son nuestros muertos como las doncellas sacrificadas en honor de Astarté para la suya.Evidentemente nadie puede negar a ese dios sin grave riesgo, del mismo modo que nadie podía negar al dios cristiano en el medievo o al dios musulmán en Afganistán. Lo propio de un dios, cuando es omnipotente, es hacerse invisible. El dios que mueve el tráfico ni siquiera tiene nombre y sólo por aproximación se le llama "libertad de circulación" o "privacidad". Conocemos algunos de los santos que rodean al dios, pero llevan nombres funcionales como "consorcio del automóvil", "autopistas de peaje" o "industria del ocio". También los santos cristianos se disfrazaban de "protectores", así como los santos Cosme y Damián eran "los farmacéuticos".

Seguramente no ha habido época más fanáticamente religiosa que la nuestra. Los teólogos actuales han conseguido incluso que la gente crea ser agnóstica o atea. Nada más lejos de la verdad. Así como el pez no puede saber que vive en el agua, los creyentes de hoy desconocen que todos sus actos los dicta un dios invisible y todopoderoso que decide cuáles son las muertes "sagradas" (tráfico) y las "sacrílegas" (tabaco). Por eso el libro de Ferlosio se titulaba Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado. Pero los dioses ocultos, aquellos que ni siquiera tienen nombre, suelen durar milenios.

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Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

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