Qué sudores, Jabo
Sin tiempo para reponerse del paroxismo de la Copa de Europa, los apostantes lavan sus camisas de fuerza, cambian de ventanilla y vuelven al manicomio de la Liga. En el tumulto, los chicos del Barcelona aprovechan la ocasión y organizan una fiesta pagana para celebrar los cinco goles al Chelsea y los veintiocho años de Rivaldo. Olvidada la dura experiencia de cuatro derrotas consecutivas, han remontado, se han subido a la alfombra mágica, y ahora mismo viajan del olor a cloroformo al aroma de cava sin preocuparse por el mal de altura. En la distancia, los galgos de Cúper afinan el músculo en los últimos cañaverales del Saler y preparan sus próximas cacerías sin mayores alardes. Mientras tanto, corridos y estupefactos, algunos críticos italianos velan al Lazio, convocan encuestas, planean el secuestro de Rivaldo, Piojo y Raúl, vuelven a decir ¿Piove?, porco governo, sueñan con encontrar alguna extraña relación entre la pasta al dente y la pasta gansa, mandan a Ronaldo al tinte, y hacen un supremo esfuerzo para cocinar la empanada en que han convertido el calcio. Si se dieran una vuelta por la calle madrileña de San Ginés antes del final de la Semana Santa, cualquier bebedor profesional les diría que están persiguiendo un secreto a voces: la torrija es para el que la trabaja.Algo más allá podrían encontrarse con los mutantes de Del Bosque. Vienen de sufrir una violenta metamorfosis que ha desembocado en una inesperada fase final. Después de tentar al destino más que Don Juan, después de pasar por sucesivas transformaciones en gusano, guiñapo y crisálida, han salido de Old Trafford convertidos en pretendientes. Nadie puede saber si nos reservan algún otro chasco o si preparan la gran apoteosis final, pero si quieren mantener su última cara y aspiran a ser un equipo estable y reconocible, ni pueden regalar un solo minuto ni tienen un solo minuto que perder. Pidan a sus irritables seguidores que hagan un cursillo de perfeccionamiento en los arengarios de Manchester; luego pónganse las gafas de soldador, vean su propio vídeo e imítense.Desde su concha de Riazor, sobre el ruido de los que corren, los que vuelan y los que aterrizan, el meditabundo Jabo Irureta hace un nuevo análisis de situación. Su calculadora de bolsillo echa fuego: según sus cuentas, diez puntos de quince posibles son todo lo que le separa del título de Liga. Son diez de esos malditos puntos que a veces caen del cielo por la gracia de Dios, y a veces se esfuman con la lluvia impaciente que frecuenta los miradores del puerto. Lleva dos o tres semanas valorando la dureza del calendario y, mírenle cómo se desgasta la barbilla, rasca, rasca, rasca, con la uña del dedo pulgar. Veamos, dice Jabo: mañana toca la Real de Clemente, ese equipo que suena como una taladradora. Una semana más tarde, en Balaídos, probaremos suerte ante el Celta plural de Víctor Fernández. (A propósito, ¿qué Celta nos encontraremos? ¿Tocarán Mostovoi y Karpin música de cámara? ¿Cómo saber si cantarán o se pondrán a discutir por medio vaso de vodka?) Pero es que también habrá que recibir al espinoso Zaragoza de Rojo, con su Aragón de largo alcance, su Garitano zurdo y concentrado como un trapense, y su Milosevic revirado, depresivo y peligroso. Y antes de jugarse los percebes ante el Espanyol habrá que ir al Sardinero con la esperanza de arrancarle al afligido Racing alguno de los puntos que lleva atornillados a la suela de las botas, porque compite por la supervivencia con el Atlético, el Betis, el Oviedo y otra buena gente deprimida y peligrosa. Gente desesperada, amigo mío.
¿No se te empañan las gafas, Jabo? Ahí llegan Clint Eastwood, Lee van Cleef y Gian Maria Volonte. Ya suena en el reloj de bolsillo la música de Ennio Morricone. Tin, ti, tin / tin, ti, ti, tin...
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