La mayoría natural
A todos los efectos, para los medios de comunicación realmente existentes, en España sólo existen los votantes del PP. Los que no votaron PP han desaparecido en el triángulo de las Bermudas de las intenciones inútiles y si es lógico que los populares y asociados elucubren en esa dirección, no lo es que los vencidos o sus compañeros de viaje acepten el planteamiento. Mientras el PP proclama que no será víctima de la soberbia de la mayoría absoluta, entroniza a Aznar en Sevilla como si fuera el hijo primogénito del Cid por un prodigio de la ingeniería genética. Mientras altos dirigentes del partido ganador emiten un parte de paz en el que dan por terminada al mismo tiempo la guerra civil, la lucha de clases y la división entre derechas e izquierdas, los movimientos de apropiación debida e indebida de medios de comunicación prosiguen y el PP está en condiciones instrumentales de imponer el discurso casi único, y, si quiere, convertirse en El Gran Hermano. Mientras Aznar trata de abrazar a CiU proponiéndole un lugar en el cielo a la derecha de Dios Padre, ese abrazo se convierte en el del oso, porque ya ha declarado Piqué que CiU debe adaptarse a la nueva situación en la que sus escaños no son necesarios y que entre esas adaptaciones figura la de la normalización lingüística. Si a CiU la asfixia abrazándola, al PNV lo tiene de cara a la pared hasta que se porte bien y abjure de sus errores lizarrianos, a la espera de que sigan cayendo votos vascos en las urnas del PP y algún día Mayor Oreja pueda ser lehendakari, con el notable alivio de los que pudieran temer que llegara al cargo el general Rodríguez Galindo.Como era de esperar, el PP con respecto a la mayoría absoluta dice lo que no hace, la ejerce y la ejercerá con todas sus consecuencias, pero sin las torpezas formales y rituales que exhibió el PSOE en los tiempos de prepotencia. Al fin y al cabo el PSOE se encontró al frente de una mayoría que la derecha consideró contra natura y por entonces, Fraga reclamaba el retorno del poder a la mayoría natural. Ya está aquí. Y parte importante de los millones de españoles que no votaron al PP esperan que las izquierdas convencionales, PSOE e IU, emitan señales inteligibles de que han comprendido lo que ha pasado y sobre todo de que han comprendido su parte de culpa en el desastre, sin necesidad de recurrir a una autoflagelación que se percibe ya como un ritual recurrente al que la izquierda se entrega cuando no tiene nada que aportar como alternativa. Las derechas no han pedido disculpas por trescientos años de capitalismo sangriento universalizado, con poderes de excepción fascistas incluidos, y las izquierdas no pasa día sin que pidan perdón incluso por haber nacido o por haber comprendido tarde la llamada nueva economía que es cada vez más una tecnología lúgubre y socialmente descerebrada.
Es de temer que los socialistas salgan de su congreso con la consigna expresa de navegar por Internet hasta dar con el Santo Grial oculto en el castillo más céntrico, centrista y centrado y que Izquierda Unida se reafirme en sus propósitos de izquierda transformadora, a la espera de que se conforme un nuevo sujeto histórico de cambio que reclame o necesite objetivamente esa transformación. Es imparable el viaje de la postsocialdemocracia hacia el centro si quiere ganar la batalla en el mercado electoral cuando se desgasta la derecha tras ocho, doce años de gobierno y es precario, residual, el instrumental cognoscitivo y activo del postcomunismo para convertirse en agente fundamental para la conformación de una nueva teoría y práctica de la izquierda transformadora. Por otra parte son formaciones políticas realmente existentes, con sus quinquenios históricos y morales y hay que dejarles envejecer con dignidad y representar con dignidad todavía a millones de votantes.Para los ansiosos de política de izquierdas que no esperen demasiado de la operatividad de una y otra familia, una estrategia lúcida sería votar a socialistas o postcomunistas, según las preferencias o las fidelidades de la memoria, pero desarrollar política social de izquierda a través de redes de resistencia crítica de la gama de las enunciadas por Carlos Taibo en su artículo La izquierda de la izquierda (EL PAÍS, 7 de abril de 2000). Buena parte de esos movimientos sociales que tratan de paliar los déficit civilizatorios causados por el capitalismo son meramente asistenciales pero otras ONG y entidades similares no tendrán otro remedio que crear conciencia social crítica a partir de su conocimiento de los males objetivos del mundo. No hay que negar el papel del convencional frente institucional democrático, pero tampoco que la dinámica del cambio no pasa hoy por los parlamentos, evidencia acentuada por la progresiva pérdida de autonomía del poder político y dentro del poder político, sobre todo, de las cámaras de representación. Sin ninguna utopía por bandera, simplemente con la lista de déficit civilizatorios con la que hemos entrado en el siglo XXI, la presión social debe intervenir sobre el juego institucional democrático adocenado o paralizado pero insustituible. Se trataría de una estrategia de la tensión organizada policéntricamente, las vanguardias de la sociedad civil como grupos de presión con la finalidad de crear consciencia social y obligaciones institucionales. De la misma manera que las nuevas conciencias críticas emancipatorias nacieron extramuros de los partidos de izquierda y a lo largo de cien años, desde el feminismo al antirracismo, han tenido que ser metabolizadas por la izquierda convencional, las reivindicaciones de las redes críticas irán connotando las contradicciones internas de la globalización, la dialéctica de fondo entre globalizadores y globalizados.
En las llamadas democracias formales es posible la interacción entre las instituciones y la presión social ejercida desde la sociedad civil hasta que los poderes fácticos consideren que es más rentable la represión que la concesión o adaptación. No es una regla histórica hipotética, sino repetidamente comprobable, antes incluso de que se inventara el socialismo científico. Pretendo decir que antes de que lleguemos al desiderátum de una mayoría natural de globalizados unidos y jamás vencidos, vamos a vivir tiempos de zozobra e incluso de retrocesos democráticos implícitos y explícitos. Entre los implícitos, que las mayorías absolutas políticas se refuercen con las mayorías absolutas mediáticas, de cara a la globalización del lavado de cerebro. Y entre los explícitos, que se reparta leña, mucha leña, contra los insumisos de nuevo formato que no se limiten a navegar por las redes informáticas para felicitarse mutuamente por tanta modernidad.
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