Javier Cercas: de dos en dos SERGI PÀMIES
Javier Cercas tiene una incontenible tendencia a la exageración. La prueba: publica los libros de dos en dos. El primero se titula Relatos reales (El Acantilado) y reúne la mayoría de sus artículos publicados en este periódico. Reales porque parten de la realidad y relatos porque contienen esa voz subjetiva que tanto daño le ha hecho a la ficción y tanto bien al periodismo. El segundo es una novela, El inquilino (El Acantilado), que ya se publicó en 1989 y que, a petición de este público que tanto le quiere y al que tanto le debe, se reedita ahora. La presentación de ambos libros -¿o debería decir las presentaciones?- tuvo lugar en la Casa del Llibre y empezó con el ya tradicional retraso ocasionado, entre otras cosas, por el colapso circulatorio que vive la ciudad y que tan floja se la trae al ilustrísimo señor alcalde. Los oradores, Enrique Vila-Matas y Lluís Bassets, habían hecho los deberes y cumplieron con la obligación de todo buen presentador: preguntarse repetidamente para qué sirven las presentaciones.Vila-Matas recicló una de sus crónicas más celebradas -sobre la plaga de las presentaciones de libros en público- y con su hilarante seriedad elogió El inquilino y la describió como un relato largo sobre un ser sin profundidad que ve como su vida se convierte en un infierno por culpa de un intruso con apellido polaco. Bassets, por su parte, reflexionó sobre el sentido que tiene eso que llamamos "actualidad" y se congratuló de que, por lo menos, sirva para inspirar artículos tan personales como los de Cercas. "Su mérito", dijo, "es dar entidad literaria a un trabajo a menudo fragmentario y de encargo". Y luego habló Cercas, para dar las gracias a sus amigos, familiares y admiradores, carne de presentación de libros en los que cada uno asume su papel y contribuye a la conjugación de un verbo endogámico: yo escribo, tú presentas, él escribe la crónica sobre la presentación, nosotros la publicamos, vosotros la editáis y ellos la leen.
En su breve intervención, Cercas recordó su capacidad para hundir las empresas en las que trabaja, se felicitó por ser amigo de Vila-Matas, con el que tiene previsto escribir algún día una crónica que empieza diciendo: "Fui a Portbou a visitar la tumba de Walter Benjamin y aquí me tienen, entre rejas...", y conteniendo su nerviosismo, consiguió arrancar el aplauso de un público más numeroso de lo que suele ser habitual en una presentación y no habló ni de los dos años que pasó en ese frío e inhóspito lugar llamado Illinois ni de John Irving, dos de los temas de conversación con los que suele expandirse hasta límites sobrehumanos.
Porque Cercas es como el universo: se expande. Lo dejas un rato en remojo y, cuando regresas, observas que su capacidad para la fabulación y el sólido discurso narrativo se ha multiplicado en progresión geométrica. Su manejo del idioma, que imita el cordaje de esas raquetas de tenis con las que tanto le gusta practicar un deporte para el que Dios no le ha llamado, golpea las palabras y las convierte en proyectiles que buscan más el punto y la precisión que el efectismo del aplauso. Con los años, Cercas ha reforzado su musculatura cultural y resulta interesante observar como las facultades de El inquilino se han visto confirmadas -e incluso amplificadas- por los aciertos de unos relatos periodísticos en los que el uso del yo roza, por exagerado, lo escandaloso. ¿Es lícito hablar de uno mismo?, suelen preguntarse algunos articulistas antes de meterse en harina. Cercas dinamita la duda con toneladas de subjetividad formalmente inequívoca hasta el extremo de que, más que notar la en teoría molesta presencia del narrador, uno acaba viendo el mundo -y ahí está el secreto de la eficacia de sus artículos- a través de sus ojos. Y de su hijo. Porque tan importante como los ojos de Cercas, que le sirven para expandir su mirada hacia todo lo que nos rodea, es el hijo de Cercas, actor secundario y a veces protagonista de buena parte de estos relatos reales. Un hijo que, por supuesto, no siempre es real sino que, a veces, es vilmente utilizado como instrumento narrativo. Si algunos campesinos explotan a sus hijos y les obligan a labrar el terruño hasta que cumplen la mayoría de edad, ¿por qué no explotar al vástago de la familia y convertirlo en álter ego cosanguíneo de peripecias y viscisitudes? ¿Periodismo? ¿Ficción? Así como El inquilino es un ejercicio casi académico de ficción controlada, a medio camino entre Topor y el Oh, esto parece el paraíso, de John Cheever, los relatos reales de Relatos reales constituyen un manual de instrucciones para acercarse a este estimulante género llamado (¿redundantemente?) periodismo literario. ¿El estilo de Cercas? Aquí tienen dos muestras. La primera frase de El inquilino: "Mario Rota salió a correr a las ocho de la mañana del domingo". O esta otra, que encabeza una de sus crónicas: "El sueño es atroz: estoy atado de pies y manos y oyendo por enésima vez Gwendolyne mientras dos walkirias nazis con ligueros rojos me acarician las plantas de los pies con una pluma tratando de arrancarme mi verdadera opinión sobre el último libro de García Márquez". Léanlos y ya verán que no es necesario tanto atrezzo sadomasoquista para opinar sobre los libros de Javier Cercas.
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