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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Fiebre Pokémon SERGI PÀMIES

El 16 de diciembre de 1997 unos 700 niños japoneses tuvieron que ser atendidos en varios hospitales después de haber visto el primer capítulo de una serie de dibujos animados. No sufrieron ninguna lesión irreversible, sólo el impacto de un argumento plagado de nuevas emociones y con personajes y efectos visuales nunca vistos. Así se cuenta, en alguna de las centenares de webs dedicadas a este fenómeno, el inicio de la leyenda de Pokémon, la serie japonesa que actualmente triunfa en Tele 5 (sábados y domingos, a las 9.15 horas).De entrada, puede parecer un producto más destinado a convertirse en efímera adicción infantil, pero la verdad es que desde la emisión de Bola de drac no se vivía una locura parecida. El argumento es simple. Un niño de 10 años llamado Ash (Satoshi en la versión japonesa), a cuya madre conocemos, pero no al padre, y que se rodea de amigos (Misty, Brock) y de enemigos (Gary, Jessie y James), vive obsesionado por convertirse en maestro Pokémon. ¿En qué demonios consiste ser maestro Pokémon? Pues en, gracias al entrenamiento Pokémon y a los combates Pokémon, atrapar el mayor número posible de Pokémons encerrándolos en unas bolas Pokémon con las que, más adelante, combatir a sucesivos mutantes y a otras pésimas compañías.

La acción no requiere demasiado esfuerzo por parte del espectador, pero pone a prueba su capacidad de memoria. Porque resulta que, así como hasta ahora uno podía aprenderse fácilmente el nombre, la profesión y las características de los personajes de sus series preferidas (desde Boig per tu a Jacinto Durante representante), por la serie Pokémon pululan, además de la docena de protagonistas, ¡150 bichos con su propia identidad y características! ¿Se imaginan qué hubiera ocurrido si, en nuestros tiempos, algun desaprensivo hubiera bautizado a cada uno de los 101 dálmatas? Habríamos descongelado el cadáver de Walt Disney y, tras aporrearlo compulsivamente con el punzón que Sharon Stone utilizaba en Instinto básico, nos lo habríamos zampado para merendar como medida de represalia.

Ahora, en cambio, cualquier niño te recita, sin equivocarse demasiado, el nombre de cada uno de los monstruos y mascotas de este extrañísimo planeta (la paradoja es que el nombre de su creador, un ex coleccionista de insectos de 34 años llamado Satoshi Tajiri, nunca aparece rubricando su invento). No son, además, nombres fáciles de recordar. Venomoth, Omastar, Doduo, Rattata son tan sólo una muestra de unos bichos que tienen poderes tan inquietantes como "ponerse enfermo de comer pesadillas", "ser tan tóxico que sus huellas son venenosas" o -no les falta sentido del humor- "utilizar una cebolleta a modo de espada".

El efecto de la serie es, sin embargo, totalmente hipnótico. La acumulación de estímulos visuales produce una comprensible adicción en el espectador que, gracias a constantes explosiones cromáticas, penetra en un mundo regido por la lógica Pokémon. A saber: para llegar a ser un experto en Pokémon hay que aprender a convivir entre diversas familias de bichos más o menos repugnantes o simpáticos que se agrupan en especies tales como Tierra, Hielo, Psíquico, Veneno...

Pero cuando crees que ya vas dominando el terreno y que incluso podrías presentarte a un concurso especializado en el tema, resulta que nada es tan sencillo como parece y que, en sí mismos, algunos de estos bichos tienen la facultad de -éramos pocos y parió la abuela- transformarse. Así, Farfetch puede mutar en Doduo y éste, llevando un poco más allá su bípeda genética, evolucionar en Dodrio. ¿Se imaginan que, en una misma película, Andrés Pajares pudiera ser también Fernando Esteso, Alfredo Landa y, si me apuran, Mariano Ozores?

Por supuesto -y como viene ocurriendo con otros productos televisivos-, la serie es tan sólo una excusa para extender una red brutal de mercadotecnia diseñada con enormes dosis de inteligencia y perversidad. Cromos; álbumes; pegatinas; cartas; juegos para Game Boy, cónsola y ordenador; disco compacto con la banda sonora de la película (que se estrenará el próximo 14 de abril, aniversario de una República a la que otro gallo le habría cantado si hubiera fichado a unos cuantos Pokémons); camisetas; pósters; gorras; páginas de Internet por un tubo, y -cómo no- llaveros y muñequitos.

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Importante: el precio de los muñequitos Pokémon que circulan en el mercado. Cualquier bichito de esos, por pequeño y ridículo que pueda parecer, cuesta más de mil pesetas. Esto significa que si uno hace caso de la publicidad y del argumento de la serie, que recomienda con reiterada vehemencia: "¡Hazte con todos!", se habrá gastado casi 200.000 pesetas sólo en figuritas (además, habrá que sumarle el resto del material relacionado con la serie). Por eso, no me sorprendería que, una vez superado el primer impacto en los niños japoneses aquejados de abusos visuales y catódicos, empiece a detectarse otro síndrome, mucho más preocupante entre sus progenitores. Padres arruinados por intentar saciar las expectativas Pokémon de sus hijos y, a la larga -próximamente en nuestras sucursales bancarias-, un Credi-Pokémon para poder hacer frente a semejante gasto.

Carles Ribas

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