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Laroui, Abdallah MIQUEL BARCELÓ

El Premio Internacional Catalunya ha sido concedido este año al profesor marroquí Abdallah Laroui. Desconozco el mecanismo por el cual se seleccionan los candidatos y los criterios de la comisión que decide finalmente a quién se otorga el premio. En la lista de premiados no consigo discernir criterios claros y homogéneos. Tal vez en la concepción misma del premio se previó no tenerlos o mantenerlos secretos. En cualquier caso, la elección del profesor Laroui puede producir extrañeza -a mí me la produjo- o irritación como la manifestada por el señor Rachid Raha en este diario (EL PAÍS, 24 de marzo). Lector desde 1967 de la obra del profesor Laroui, hoy voluminosa y consistente, me sorprendió que fuera premiado un esfuerzo intelectual que yo ignoraba que fuera conocido en la universidad catalana y en los medios intelectuales del país. La comisión que otorgó el premio me hizo ver cuán hermético es, en realidad, mi eremitismo académico. Sin embargo, no alcanzo a entender todavía cómo, por ejemplo, la exposición analítica de la dificultad de narrar una historia -la de los árabes respecto a Europa- en términos subalternos y la permanente crisis de identidad intelectual a ella asociada no fueron reconocidas como pertinentes por los historiadores y ensayistas catalanes del tardofranquismo. Entre los libros del profesor Laroui (L'idéologie arabe contemporaine, 1967 y La crise des intellectuels arabes, 1974) y la mísera (hoy se ve bien) conceptualización que se hacía de la "crisis cultural" catalana -un librito de esta época se titulaba pedantemente Una cultura en crisis- hay un abismo. Por esa época el profesor Laroui había identificado y descrito, con una potencia nada habitual, los componentes, específicamente árabes, de la cuestión genérica de la alteración histórica que la colonización europea y el orden capitalista supuso en el resto de las sociedades. Los términos analíticos para enunciar y medir adecuadamente esta intrusión se circunscribían al campo metafórico del léxico de la economía: atraso, avance, desarrollo, subdesarrollo, crecimiento, estancamiento... Por supuesto que la sociología norteamericana había hecho ya la conexión de necesidad entre el crecimiento económico y el cambio cultural. Pero era una receta de modernidad para las sociedades indígenas del mundo que debían revivir, si podían, los procesos de transformación europeos visibles desde el siglo XVI. La secularización, penosa e imperfectamente adquirida, era el más espectacular ejemplo que se debía seguir. El hecho colosal de la colonización irreversible, de la más profunda alteración de la especie, era considerado una fase justamente en la secuencia modernizadora. En rigor, se percibía como una intrusión precoz del futuro irresistible. La guerra de Vietnam estaba justamente ahí como un ejercicio también de creación y experimentación de formas específicas de relatar el establecimiento de dominio imperial. Un coronel norteamericano describió así una operación contra un pequeño pueblo vietnamita: "Tuvimos que destruirlo para salvarlo". Un bello ejemplo de destrucción creadora.También existía, incipiente, una sociología de la descolonización y del subdesarrollo, pero su objetivos y su léxico eran muy genéricos. Pero, por otra parte, las sociedades musulmanas, que cabían en esta sociología, presentaban características muy singulares que exigían una conceptualización mucho más afinada. Dos de estas características, por ejemplo, eran la continuidad de formas estatales compatibles con la colonización europea y la existencia de una elaboración europea de un saber de expertos, el orientalista, acerca de las sociedades dominadas. La comparación con América Latina, que no las comparte, revela la intensidad de estas singularidades. La vivaz dimensión política y cultural del particular dominio colonial europeo sobre las diferentes sociedades musulmanas no podía ser reducida a los enunciados metafóricos del léxico de la economía. Había, por una parte, tradiciones de autoridad islámica que no podían soslayarse en la construcción de los nuevos estados poscoloniales, y por otra, la coordinación integrativa que ejercía el islam sobre la sociedad hacía muy difícilmente pensable cómo podía realizarse la secularización necesaria para, según la receta, superar el retraso económico. Esto hacía que cualquier análisis debiera hacerse a partir de una narración historiográfica construida en torno a formas de autoridad y de legitimación social islámicas que pueden ser percibidas como muy resistentes a la modernización. ¿Podían las tramas de autoridad tribal y, a la vez, islámica, el makhzan, ser transformadas en Estado moderno, inductor de disciplina y eficiencia? ¿Podía Abdelkrim finalmente o alguna vez ganar? ¿Podía existir un nacionalismo islámico o marroquí? ¿Era un nacionalismo lo que mantuvo la resistencia anticolonial contra Francia y España? Toda reflexión sobre ello exigía, en efecto, una crítica del orientalismo, el saber distorsionante sobre las sociedades musulmanas sistematizado por la inteligencia colonial y cuyo eje era la imperturbabilidad histórica del islam, incapaz de cambio. El profesor Laroui se propuso este análisis complejo y los postulados del orientalismo fueron desvelados como lo que eran, la construcción colonial del reverso negativo del colonizador. Y esto se hizo antes del temible libro de E. W. Said (1978) sobre el orientalismo.

Cualquier nacionalismo exige una escritura del pasado, la historia, vamos. El estudio de la dominación del Magreb requiere ser observado desde una perspectiva temporal amplia, para entender por qué no se produjo un Estado moderno y tratar de ver los factores que lo bloquearon. En los libros L'histoire du Maghreb. Un essai de synthèse (1970) y Les origines sociales et culturelles du nationalisme marrocain 1830-1912 (1977) el profesor Laroui intenta construir este sujeto historiográfico. Al final, el estrato, por así decir, bereber parece no tener función en el objetivo de la modernización del Magreb. Sólo el nivel cultural árabe sería el adecuado. También resulta que la fracción social capaz de llevar a término la modernización, por lo menos la del Estado, no existe fuera del orden político tradicional, los vestigios del makhzan. La ambigüedad, insultantemente señalada por el señor Rachid Raha, proviene pues del tipo de ejercicio conceptual realizado por el profesor Laroui. No se puede, sin embargo, dudar de lo consciente que es el profesor Laroui acerca de la imposibilidad de controlar la racionalidad final de estos ejercicios, sobre todo sabiendo que ni en Europa ni en el Magreb cabe esperar la existencia de, como él dice, un "nacionalismo racional", de sociedades transparentes, sin Estado pues. Su obra reciente en árabe -El concepto de historia (1992) y El concepto de razón (1996)- es la muestra de su conciencia de estar tratando con materias muy inestables.

El señor Rachid Raha acusa al profesor Laroui de ser un historiador palaciego. Todos los historiadores lo son. Narrar historias del pasado sólo puede hacerse desde un palacio, desde el lugar extremo del artificio.

Sin duda los miembros de la comisión que otorgaron el Premio Internacional Catalunya al profesor Abdallah Laroui tuvieron en cuenta todo esto al concedérselo. Sin duda también el presidente de la Generalitat fue informado de la excepcionalidad de la obra del premiado y de su delicadeza política. Pero podrían haberlo dicho, ¿no?

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