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Moda payesa en Manhattan

Andrés Fernández Rubio

A los 34 años, Miguel Adrover, un mallorquín de Calonge, hijo de agricultores y curtido en la recogida de la almendra, la movida madrileña y la hirviente cotidianidad de las calles de Nueva York, se ha convertido en el niño bonito de la moda en Estados Unidos. Su segundo desfile, el pasado febrero, fue un éxito tal que los comentaristas le hicieron hueco en sus crónicas junto a los grandes nombres como Calvin Klein. ¿Qué ofrece un joven autodidacto, cuyo estilo parte de la cultura del reciclaje, de restos de telas, sudaderas y cosas compradas a bajo precio en la calle o recogidas directamente de la basura, y que vive en un apartamento de un sótano oscuro del East Village, el barrio más alternativo de Manhattan, del que debe seis meses de alquiler?"Frente a las habituales colecciones minimalistas, básicas, enfocadas a vender, creo que no se había representado Nueva York de la manera en que yo lo he hecho, y eso es lo que ha llamado la atención", dice. "Mi primer desfile tenía una parte basada en los vagabundos, e incluía elementos como un cubrecolchones. Me inspiro en la calle, subiendo al metro, hablando con mis amigos. Casi nunca miro revistas de moda". Dos de sus propuestas más celebradas fueron un jersey cuyas hombreras son gorras de equipos de béisbol y una gabardina puesta del revés con los cuadros y la etiqueta de Burberrys a la vista.

"Dejé la escuela cuando tenía 12 años", cuenta. "Trabajaba en el campo, en la recogida de la almendra. Luego hice la mili, estuve yendo y viniendo a Londres y después a Madrid, donde me metí en el grupo Diabéticas Aceleradas y organizaba fiestas con Pedro Almodóvar, Alaska o Rossi de Palma. Llegué un poco tarde a la movida pero sí cogí lo que pude. Más tarde estuve en la selva brasileña; trabajé también en un bar en Mallorca y por fin llegué a Nueva York de vacaciones y decidí quedarme".

Lleva nueve años viviendo en Manhattan. Para acceder a su apartamento hay que bajar unas pequeñas escaleras y enfrentarse a un pasillo sin ventanas de unos 20 metros de largo. Ya en el interior, cubre el sofá una tela de colchón, sobre la nevera destacan unos enormes cuernos y en una balda de madera de la cocina reposa la cabeza de una muñeca entre utensilios domésticos. La mesa y las sillas tienen esa provisionalidad de una ciudad en la que la gente viene y va, revende los muebles o directamente los abandona en la calle en un reciclaje continuo. "El hecho de que utilice esos elementos ha sido por obligación", explica, "porque no tenía mucho dinero. Yo y mi amigo Sebastián íbamos con la bicicleta por las basuras, o a fábricas de telas que sabíamos que tiraban los restos por la noche. Les decíamos a nuestros amigos que íbamos de compras". Sebastián es Sebastián Pons, también mallorquín, ayudante de Alexander McQueen, el diseñador de Givenchy.

Miguel Adrover mide metro noventa, es delgado y fuerte y se ríe mucho. Habla de sí mismo con mucha seguridad pero con cierto distanciamiento de payés, y en la mesa del apartamento hay un montón de recortes de prensa que hablan de su talento, de sus propuestas atrevidas, imaginativas y cualquier cosa menos mediocres, que rompen la rutina y el pragmatismo de un mercado entregado cada vez más al negocio. De pronto, en Vogue, en The New York Times, en el Herald Tribune, su nombre ha comenzado a ponerse como ejemplo de talento en ebullición. Un grupo de moda recién creado, Pegasus Apparel Group, dirigido por un antiguo ejecutivo de Donna Karan, está a punto de llegar a un acuerdo con él para producir sus modelos. Y Julie Gilhart, vicepresidenta para moda femenina de los elitistas grandes almacenes Barneys de Nueva York, se ha mostrado dispuesta a vender las prendas que Adrover haga para ellos. Lo mismo que otro almacén de lujo, Neiman Marcus. Curiosamente, el diseñador apenas ha vendido nada todavía y su ropa ha sido buscada y adquirida por el boca a boca. La actriz Sarah Jessica Parker, por ejemplo, le acaba de comprar una prenda de su colección de verano por 50.000 pesetas.

El diseñador no disimula su satisfacción ante tantos halagos y apoyos súbitos, pero tampoco se crece ni olvida sus temporadas comiendo sandwiches o fregando suelos en dos edificios de Queens. Sabe, además, que en el mundo de la moda nadie se mantiene sin infraestructura, "no importa lo bueno que seas".

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