_
_
_
_
_
FÚTBOL Liga de Campeones

La elegancia de vivir en Chelsea

El rival del cuadro azulgrana presume de ser el club más selecto de Inglaterra y de tener el estadio más caro y la afición más irónica

Enric González

El ministro David Mellor, que ocupó varias carteras en el Gabinete británico a principios de los años noventa, cayó en desgracia por culpa de su amante. "¡Ah, el puritanismo inglés!", dirá alguien. Pero no, no fue eso. El primer ministro, John Major, estaba dispuesto a mantenerle pese a sus devaneos, y el público tampoco hubiera reclamado su cabeza por un simple asunto de faldas. Lo que ocurrió fue un asunto de camiseta. La amante reveló a la prensa que David Mellor vestía, en la culminación de sus encuentros amorosos, la camiseta azul del Chelsea. Y eso le pareció demasiado a todo el mundo. Incluso al primer ministro, tan entregado a los blues como el propio Mellor. Esas cosas las pueden hacer los bárbaros del Norte (Manchester, Liverpool o incluso Arsenal, que es del norte de Londres), pero no la parroquia del club más chic de Gran Bretaña. Mellor fue despedido con estrépito.El Chelsea se considera a sí mismo un club selecto. Representa al barrio más caro y hermoso de Londres, ya jugaba a lo continental cuando todos los demás mantenían la vieja fe en el patadón arriba y el remate de cabeza, y mantiene una especie de desdén artístico hacia el triunfo: sus resultados suelen estar por debajo de su juego.

El estadio, Stamford Bridge, es pequeño (unas 35.000 plazas) pero impresionante. Su macrotienda de productos blues es la mayor del mundo, superior incluso a la del Manchester, y cuenta con hotel, restaurante y varios bares. El precio de los abonos está a la altura de las circunstancias: hay que hablar de 200.000 y 300.000 pesetas por temporada para aspirar a un asiento en las zonas más modestas.

Es un club rico. Sus rivales opinan que artificial, creado y mantenido a base de grandes dosis de libra esterlina. En cierto modo, su origen se ajusta bastante a esa percepción. Nació a principios de siglo porque un tipo llamado Gus Mears compró un estadio dedicado al críquet y al atletismo, con la idea de convertirlo en el primer estadio polideportivo de la isla. Para que la partícula poli tuviera sentido, hacía falta que alguien jugara al fútbol en él, y Mears propuso al equipo local, el Fulham, que lo utilizara para sus partidos. El Fulham dijo que no. Mears hizo cuentas y decidió que el negocio consistía en alquilarle el estadio, como almacén, a una compañía de ferrocarriles. Pero alguien (un tipo que había sido mordido por el perro de Mears) le convenció de que era una lástima derribar las gradas, y al final optó por crear un club de fútbol desde cero. Así nació el Chelsea FC.

En cuanto al juego, también se mantiene la tradición. Tanto en lo de rasear (ahora lo hacen más o menos todos en el país, que evidentemente no incluye a Escocia) como en la devoción continental. En algunos partidos, los 11 titulares son extranjeros. Igual que el entrenador. Al elegante Gullit le sucedió el no menos elegante Vialli, que sigue siendo de la plantilla y aún salta al césped alguna vez. El Chelsea juega bonito. Pero con una extraordinaria irregularidad. Hace grandes partidos y partidos abyectos, y raramente se queda en el término medio. Salvando las distancias, como el Celta.

Lo que ha cambiado un poco, en los últimos tiempos, es su relación con el éxito. El año pasado ganó la Recopa, después de muchas temporadas de sequía. Ahora cuenta con el mejor equipo desde sus gloriosos años sesenta, y quizá la clave esté en un solo hombre: el medio Dennis Wise, capitán y alma de los blues. Wise distribuye el balón, hace las faltas, ordena el juego y, sobre todo, aporta el carácter que siempre le faltó al grupo. Por detrás hay fuerza (Dessailly, Ferrer, Deschamps); delante, el talento lo pone Zola.

Luego, el Chelsea y su gente también hacen honor a su fama de diletantes. El público blue no grita desde el fervor, sino desde la ironía. Supongamos que en Stamford Bridge el Chelsea gana por 2-0 al Barça. Pues bien, en ese caso se gritaría algo así como: "Can we play you every year?". O sea: "¿Podemos jugar con vosotros cada año?". Si, por aquellas cosas de la entropía, el resultado fuera de 3-0, se les dedicaría a los azulgrana el cántico más hiriente que puede entonar un blue: "Are you Tottenham in disguise?". Es decir, "¿Sois el Tottenham disfrazado?". El Tottenham Hotspurs es el gran enemigo de los blues. Y se le atribuye, por supuesto, la máxima chapucería futbolística. Si el Barça escucha jocosos cánticos en los que aparezca la palabra Tottenham, algo habrá ido fatalmente mal.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_