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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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A countri güiz a diferen quiultur GUILLEM MARTÍNEZ

El mosqueo de hace un año, un año después. Hola. Soy yo. En la anterior temporada, a pesar de ello, fui a una rueda de prensa de Almodóvar. Por lo del rodaje de Todo sobre mi madre. No escribí nada al respecto. Cuando acabó la rueda de prensa, pensé que la información vertida en ella se podía solucionar en un breve. Así que, en breve, me fui a cenar con una señorita. No viene al tema, pero recuerdo que fuimos a un barrio cutre al que ahora se le ha practicado la limpieza étnica, de manera que se ha reocupado con pijos de los noventa. Es decir, con tatuaje. La señorita que venía conmigo, que fue a internados como los míos -con adolescentes con tatuaje hecho con aguja y boli Bic-, estuvo hablando del fenómeno tatuaje. Sintetizó su discurso al respecto con esta frase colosal: "Mira esa pija. Lleva tatuaje, pero la muy zorra sigue pareciendo limpia". De lo que cabe deducir que cuando no acabas de encajar en una cultura te sientes sucio.Una cultura es donde todo encaja. Bueno. Si ahora retomo el tema de aquella rueda de prensa es porque aquella peli ha ganado un oscar. Ganar un oscar no sólo es bueno, sino que es inocente. Los oscars son unos premios muy dignos. Los oscars a la peli extranjera, pues también. Pero para un norteamericano son tan importantes como el oscar al mejor corto de animación. La consecución de un oscar para la peli extranjera -algún productor oscarizado lo ha señalado- es un trabajo del productor, que promociona su producto ante unos norteamericanos que les da igual votar la peli húngara, la china o la española. Los dos anteriores oscars españoles corresponden a una peli terriblemente mala, y a una comedia europea sensacional, cuyo lenguaje, me temo, era para los norteamericanos tal vez tan marciano como el de la peli de Garci. La parte menos inocente de Todo sobre mi madre no es, pues, el oscar. Supongo que es esta serie lógica: es una película muy bien valorada por la crítica, puesta por las nubes por los medios y, a la vez, es una peli mala. Algo ha fallado, pues, en el proceso de información y valoración sobre un producto cultural. O, glups, algo no ha fallado tampoco en este caso, y nuestra cultura ha seguido su ritmo previsto.

El ritmo previsto. Almodóvar es un gran cineasta. Ha renovado el lenguaje cinematográfico en la Península. A su vez, su productora ha ejercido la chulería de patrocinar a nuevos cineastas, que le han dado otro tute al estado de la cuestión. A mi juicio, no obstante, la obra de Almodóvar empezó a lentificarse tras Mujeres al borde de un ataque de nervios. El copón fue La flor de mi secreto. Yo la fui a ver porque la crítica me aseguró que era una obra maestra, y resultó ser un producto lamentable. La culpa de la cara de tonto que se me puso entonces, y que se me ha vuelto a poner ahora con Todo sobre mi madre, es pues, y ante todo, de la crítica. Aun así, y quizá por ello, Almodóvar, un hombre con una obra tan sólida que podría ser juzgada con mayor rigor, puede ser una metáfora de las culturas españolas. La metáfora de Almodóvar podría consistir en esto. A saber: es un autor de cultura de masas, por lo que puede ser la metáfora de cualquier tipo de autor -los escritores que no practican la cultura de masas tienden a no existir en nuestro biotopo-; no para de hacer películas -un autor por aquí abajo no puede dejar de hacer obras; nuestros novelistas hacen una al año; si no no aparecen en la prensa, es decir, no existen-; la amistad y el buen rollo, y no la obra, es el epicentro de sus comunicaciones a la prensa -en las ruedas de Almodóvar todos sus actores son sus amigos; sus actores, a su vez, son sus empleados, de lo que se deduce que, sin amistad, es difícil entrar en el circuito de trabajo de las culturas españolas-; y, finalmente, la crítica / los medios no valoran la obra, sino que la comunican, es decir, la promocionan. Este es quizá el proceso más llamativo de la cultura peninsular. La poca fiabilidad de la crítica, tal vez asentada en la piedra angular de la amistad, que es el único sistema de promoción en nuestra cultura, que valora la amistad por encima de la calidad de los productos culturales. Las críticas suelen ser así un monumento a la amistad. Por ello, nuestra cultura elabora pocas críticas negativas -este dato es llamativo: cuando eres político, profe universitario o periodista, te llueven las reseñas positivas sobre tu obra; en esas reseñas se habla de tu persona, no de tu obra-. Este servilismo crítico, que está penalizado en otras culturas, en la nuestra está premiado. Todo esto crea, en fin, una cultura homogénea, del buen rollo. En una ocasión, escandalizado por lo que se decía en una sobremesa acerca de un libro pésimo, se me ocurrió comentarle a un autor por lo bajini: "Aquí nos queremos todos". El autor me contestó: "Sí, y vigila que no seas tú el primero que odiemos". Si eso pasara, snif, me sentiría sucio, supongo. En mi defensa debo decir que la belleza de la cultura es el planteamiento de la suciedad.

Agencia Reuters
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