La crisis Jospin
La crisis elaborada por Lionel Jospin con la incorporación al Gabinete de dos pesos pesados mitterrandistas -Laurent Fabius, un social-liberal, a Finanzas, y su potencial rival en la izquierda, Jack Lang, a Educación- parece diseñada más para conseguir un grupo de combate preelectoral que para impulsar las reformas que Francia necesita. Los cambios ministeriales, ya en el tam-tam de la calle y a la vuelta de la cumbre europea de Lisboa, en la que quedó de manifiesto el progresivo aislamiento francés en materia de política económica, no disipan la idea de que Jospin está dispuesto a aplazar las reformas con tal de no enajenarse el apoyo en las urnas del electorado de izquierdas, tan poderoso en los sindicatos y en la función pública. Durante casi tres años, el primer ministro ha gobernado a favor de la marea: la economía crece, el desempleo desciende y la Bolsa sube. Pero los recientes reveses en el sector público han forzado el desenlace de un deterioro que no arranca de las últimas encuestas, como pudiera parecer, sino que se remonta al otoño pasado, cuando la dimisión del titular de Finanzas, Strauss-Kahn, por un caso de corrupción, rompe la clave de bóveda del Gobierno.Una vez más, los antecedentes inmediatos de la crisis tienen que ver con el temor gubernamental a la presencia de los ciudadanos en las calles, una constante en la política francesa que explotan concienzudamente los diferentes grupos de presión. Uno de los más agudos problemas del país vecino es contemplar cómo las reformas anunciadas se vienen abajo tras pasar por la trituradora de quienes se oponen a ellas. Ha sucedido con la inaplazable renovación de la justicia (liquidada por los partidos pese a su popularidad) y ocurre con el sistema de pensiones, la reforma de la enseñanza o la racionalización del sistema impositivo. Una huelga de funcionarios o una manifestación multitudinaria suelen bastar. Tras predicar reiteradamente la reforma del sector público, Jospin ha dejado caer a sus ministros de Finanzas y Educación después de que los sindicatos de enseñantes y de alumnos manifestaran su poderío en la plaza pública.
El reagrupamiento de las diferentes familias socialistas en el nuevo Gobierno anticipa el orden de batalla para las elecciones parlamentarias y presidenciales de 2002, en las que Jospin pretende sustituir a Chirac en la jefatura del Estado. Pero si para conseguirlo es imprescindible no enfrentarse al corporativismo de los funcionarios y sindicatos, cabe preguntarse por el alcance de los cambios. Jospin afronta el reto de mantener las virtudes -sentido de la dirección, necesidad de modernizar y renovar- que hasta hace unos meses le han hecho el gobernante más popular de Francia en años. Lo peor que le podría pasar es, en la estela de Lampedusa, cambiar algo para que todo siga igual. O, en lectura francesa, impulsar unas reformas que para ser aceptadas acaben no reformando nada.
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