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¿Primavera loca? No, shakespiriana

JAVIER MINA

Qué bien, ya ha llegado la primavera astronómica, la meterorológica y la del Corte Inglés para poner al fin nombre a todo este desbarajuste de sequías, bochornos intempestivos y flores prematuras. Y es que por mucho que utilicemos al hombre del tiempo para medir el clima, como dijo el otro, las cosas nos caen mejor cuando las nombramos como es debido. ¿Por qué nos desconcierta tanto decir que hablamos de amor cuando hablamos de sexo o viceversa, sobre todo viceversa, que suena a postura rara? No me negarán que el ejemplo viene al pelo -al pelo de cierto pelo-, pues de todos es sabido que la primavera la sangre altera. Aunque sea para traer sarpullidos, estornudos y ese otro mal que es la poesía. En primavera todos nos volvemos poetas para descubrir fascinados, como aquel personaje de Molière, que hasta entonces hablábamos en prosa.

Los romanos, que practicaban otra clase de poesía más relacionada con leones y cristianos, llamaban idus a la mitad del mes sólo para fastidiar y a veces, en el caso de marzo, para aproximarse a la primavera. Pues bien ya se lo dijeron a Julio César: cuídate de los idus de marzo, pero como no hizo caso vino su hijo Bruto y le clavó un puñal. Ocurrió a las puertas del Senado y se originó una tremolina similar a la de los descalabros electorales, porque hay que ver cómo les han sentado los idus de marzo a algunos. Lo dijo Shakespeare, que ése sí que era un poetazo, haciéndoselo decir a Julio César: "Soy inmutable como la Estrella Polar, que, por su fijeza y estabilidad, no tiene igual en todo el firmamento".

Y es que los tiempos están adquiriendo tintes de tragedia shakespiriana. El PSOE, con tanta tensión intestina y tanto barón tomando posiciones parece El rey Lear y lo tiene tan crudo como el viejo rey desterrado por sus propios hijos, pues aquella ostentosa bicefalia de otros tiempos no sólo ha dado en acefalia sino que se está convirtiendo en un pavoneo donde cada cual exhibe el músculo que le da su propio granero electoral. Músculo y orgullo. Los barones, que son quienes por cierto detentan el poder, podrían verse tentados por un repunte de orgullo cesáreo similar al retratado por Shakespeare ahí arriba, que buscaría anclar el partido en la continuidad. Ahora bien como no consigan romper con aquel espíritu de Guadalajara, poder, podrán, pero lo poco. Y, sin embargo, cuentan con una magnífica ocasión para acabar con aquello para siempre ¿o no están ahí los juicios contra las fechorías y asesinatos del GAL? Sería un buen comienzo.

El PNV también está sometido a una tensión de resonancias trágicas que podría haber sido cantada por el dramaturgo inglés. Se desarrolla sobre un escenario llamado Lizarra, pero bien podría haberse llamado Roma. ¿Por qué sigue empeñado en mantener el Pacto de Estella pese a que ETA le haya hecho saber que el alto el fuego no se debió para nada a eso, sino a que de algún modo se comprometió a romper con España? Puede haber una razón gorda y una pequeñita. La pequeña consistiría en que al seguir junto a EH puede continuar soñando con que le controla y le obliga los pasos y los ritmos, ofreciéndose al mismo tiempo como pista de aterrizaje para cuantos quieran desertar del aeródromo de HB. La gorda se llama orgullo, tendría que seguir en Lizarra aunque sólo fuera para mostrar que no se pliega a los deseos de quienes le critican. Lo dijo César tras la frasecita de la Estrella Po-lar: "El mundo está bien surtido de hombres. Pero, entre todos, yo sólo sé de uno que, inexpugnable, permanezca en su puesto sin dejarse conmover. Ese soy yo".

Y también yo, quiero decir que lo siento. Se conoce que cuando uno se pone a remover la primavera acaba estornudando por toda esas alergias y todo ese polen que anda suelto. Repito, lo siento. Quería haberme ceñido a cantarla poéticamente pero se me ha vuelto a cruzar la política, ya saben, ese arte de deshojar la margarita que lo pringa todo.

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