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Conservadores de izquierdas, progresistas de derechas EMILIO LAMO DE ESPINOSA

Con frecuencia envidio a los historiadores. Al fin y al cabo su tarea es predecir el pasado. Pero si ellos no se ponen de acuerdo, ¿podemos reñir a los científicos sociales porque no son capaces de predecir el futuro? ¿No será que toda predicción del futuro es más bien un modo de producirlo? En todo caso, si los datos de lo ocurrido el 12-M empiezan a ser claros, su interpretación no lo es y necesitaremos tiempo y distancia para darle sentido. Avanzaré tres interpretaciones, una coyuntural, otra de fondo pero singularmente española, y una tercera generalizable a todas las democracias occidentales. Adelanto que no son incompatibles y que pueden sumarse unas sobre otras.La primera haría caer el peso del argumento en la campaña. Si el PSOE tuvo buenos resultados en las municipales y en las europeas de 1999 ¿por qué se hunde pocos meses después? Parecería que la fallida alianza con IU no rentabilizó el voto inútil de IU pero sí alejó al PSOE del centro ahuyentando a sus votantes que optaron por irse a descansar. La minusvaloración (¿maliciosa?) que los sondeos hicieron del pronóstico reforzó esa tendencia. De modo que, más que ganar el PP, el voto de izquierda se ha hundido en la abstención. Esta hipótesis trabaja con un modelo de corrimientos verticales abstención-participación, más que horizontales izquierda-derecha. Es la hipótesis más optimista para el PSOE. Y la más superficial. Pues no se vota igual en todas las elecciones. El PP le sacó diez puntos al PSOE en las europeas de 1994, pero solo uno en las generales de 1996. El cambio de voto suele pasar por la abstención. Y el cambio más importante deriva de la renovación generacional. Y desde esta base podemos aventurar la segunda hipótesis.

A partir de 1989, el PSOE pasó de ser un partido urbano, apoyado por los jóvenes y los más educados, a tener su base electoral entre los mayores, menos educados y de medio rural. Con ello, pasaba también a ser el partido de los más débiles. Sigue siéndolo. Recuerdo haber escrito entonces que el PSOE se apoyaba en el pasado para sostenerse en el presente a costa de perder los jóvenes y el futuro. Al tiempo, el PP comenzaba un giro al centro atractivo para la clientela descontenta con el PSOE. Pero los españoles continuaban definiéndose sobre todo de centro-izquierda, como comprobamos en 1996. Y sin embargo, entre 1993 y el 2000 las posiciones del centro-centro han ganado nada menos que 11 puntos, mientras que el centro-izquierda perdía nueve y la izquierda uno. Y, por vez primera, el centro-derecha ganaba; poco (dos puntos), pero ganaba. Se había producido una estampida hacia el centro. Que era de prever.La cultura política de los españoles (de los mayores de 40 años) se fragua en el antifranquismo y era (¿es?) mayoritariamente de centro-izquierda. Pero eso tenía que cambiar y no sólo por renovación generacional. Los años 80 y 90 han ido abriendo una brecha creciente entre el nivel de bienestar y las posiciones ideológicas, cada vez menos ajustadas a los intereses. El giro al centro en la autoubicación ideológica parece indicar el fin de la cultura política heredada del franquismo. No es que la ciudadanía se haya hecho de derechas pero sí ha dejado de ser "izquierdista"; su voto es más pragmático que expresivo, es instrumental y desprejuiciado, busca no lo mejor sino lo menos malo. Es la europeización de la cultura política.

La tercera hipótesis avanza en esta idea misma de la normalización y la profundiza. Aznar es hoy el equivalente de Blair y el laborismo británico renovado, pero también de Clinton y el Partido Demócrata estadounidense (¡no del Republicano!), de modo que la derecha, en cierto modo, se ha hecho de izquierdas. Pero también la izquierda se hacía de derechas. Los progresistas de antaño son hoy conservadores de casi todo (de la biodiversidad, de la naturaleza, de las lenguas, de las culturas, e incluso de las tradiciones) mientras que los antaño conservadores son la vanguardia de la innovación, el cambio, las nuevas tecnologías, Internet, la globalización, el futuro, el "progreso" en una palabra. ¿Es casual que el eslógan del PP, Vamos a más, miraba al futuro, mientras el del PSOE, Lo próximo, aludía a lo inmediato, lo familiar y el pasado? Recordando las elecciones de 1982, ¿quién estaba hoy Por el cambio? Explicar este cambio de sentido del cambio, que nos hace reaccionarios de izquierdas -como decía Woody Allen en Annie Hall- o viceversa, progresistas de derechas, exigiría analizar en profundidad el orden social moderno que ha hecho del cambio mismo (y no del orden) su eje axial y de la innovación una rutina y una industria. La civilización occidental -decía Pomian- ha institucionalizado la transgresión, la duda metódica, ha institucionalizado el cambio. Hoy somos modernos, nos guste o no. Pues bien, si el orden es el cambio y la innovación un deber, ¿qué puede haber de sorprendente en que los hombres de orden apuesten por la innovación y el futuro mientras los rebeldes se vuelven moderadamente conservadores?

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