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El legado de la exclusión

A Lorena y a Elisa, dos niñas de cuatro años de una escuela infantil madrileña, una psicóloga les cuenta la misma historia: un chaval sube a una piedra mientras pasea por el parque con su familia, se cae y se hace una heridita. Cuando se les pide que continúen la narración el punto de vista de ambas niñas es divergente, una demuestra seguridad en su entorno y la otra refleja la desesperanza que percibe a su alrededor. Una pertenece a una familia media sin problemas de exclusión, la otra vive en sus propias carnes la marginación en que están sumidos sus padres, dos parados de baja formación con escasas posibilidades de lidiar en un mercado laboral duro. Para Lorena la situación que le plantean en la prueba psicológica no es trágica. "Los padres curan al niño, le ponen una tirita y le dicen que no se suelte de la mano cuando vaya con ellos", responde esta niña. Elisa, sin embargo, no encuentra alrededor suyo ningún salvavidas para mantenerse a flote: "La hermana recoge al niño, pero se sube también a la piedra y se cae, y luego van los padres y, también, se caen. Y, llega la policía y se los lleva a todos a la cárcel".

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La prueba de la piedra es un pequeño ejemplo que ilustra la investigación realizada por un equipo de psicólogas de la Universidad Complutense, dirigidas por la catedrática de Psicología evolutiva, María José Díaz-Aguado, con niños de dos a seis años en varias escuelas infantiles de la Comunidad de Madrid. Con este trabajo, que ha recibido una mención honorífica del Consejo Económico y Social de la región, han demostrado que los niños de familias excluidas suelen desarrollar desde muy pequeños modelos de conducta derivados de la marginación social.

Pero el objetivo de este estudio subvencionado por el Gobierno regional es, sobre todo, desarrollar herramientas para que los educadores puedan estimular a estos niños de ambientes excluidos (inmigrantes sin recursos, presos, toxicómanos, parados...) ayudándoles a romper el círculo de marginación que les atenaza.

"Se trata de conseguir una sociedad más justa a través de la educación ", explica Díaz Aguado. En la investigación, solicitada por un grupo de profesores preocupados por el racismo y la intolerancia, participaron 128 alumnos de ocho escuelas infantiles públicas entre los dos y los seis años. La mitad de los chicos (64) pertenecían a familias en desventaja (un tercio eran inmigrantes o gitanos). La otra mitad procedían de familias con más o menos recursos, pero no marginadas. En todas las pruebas el grupo de niños en desventaja tiende a padecer mayores dificultades que sus compañeros en los principales aprendizajes que realizan los chicos a estas edades: la construcción de modelos que dan al chaval seguridad en sí mismo y en su entorno; el desarrollo de la capacidad de orientar la conducta hacia objetivos y las relaciones con los otros chiquillos.

"Los chavales en desventaja suelen mostrar una mayor inseguridad y una menor motivación por aprender", añade Díaz-Aguado. También se observan en ellos más conductas agresivas. "Las investigaciones de los años sesenta demostraron que la clase social influye mucho en la capacidad de orientar la conducta hacia objetivos y de luchar por conseguirlos. Unos padres excluidos tienen más dificultades para estimular a sus hijos", matiza.

Entre los niños de las escuelas infantiles no se produce un rechazo explícito hacia los compañeros de familias excluidas. Pero algunas de las actitudes, más mohínas y recelosas, de los niños en desventaja, pueden llevar a que, con los años, corran el riesgo de ser relegados por sus compañeros. "Ya en edades tempranas estos chicos son elegidos menos veces como compañeros de juegos y se les asocia más que a otros con conductas negativas", apostilla esta investigadora.

"La escuela actual está enfocada a los niños de clase media y los de ambientes excluidos la sienten ajena", afirman las autoras del estudio. Por eso, defienden la necesidad de acercar la escuela a estos niños a través de pedagogías más participativas "Todos somos responsables de los problemas de estos chavales porque consentimos que sus familias vivan sumidas en la desesperación", resalta Díaz-Aguado.

"Además, los esfuerzos que se hacen para llegar a los alumnos en desventaja redundan también en beneficio del resto, que aprenden cuestiones básicas para su futuro como el desarrollo de la tolerancia, el diálogo y el trabajo en equipo", añade. El mismo barco que impedirá a unos hundirse llevará a todos a buen puerto.

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