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Tribuna:LA CASA POR LA VENTANA
Tribuna
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Todos los hermanos eran valientes

Más que de una personalidad arrolladora, como dirían sus admiradores, que son también sus subordinados, Consuelo Ciscar es víctima de esa desvergüenza de los trepas que se saben ignorantes pero sobradamente catapultados para alquilar con dinero (ajeno) la colaboración de los que saben, que son todos excepto ella misma. La estruendosa esposa de Rafa Blasco, como le sucede al grotesco personaje de Molière, habla en prosa sin saberlo, por más que sus escribidores a sueldo le hagan creer que lleva camino de convertirse en una nueva Alicia de museo en un país maravilloso. Sólo a una persona de tan pocas luces se le ocurre iniciar uno más de sus asaltos contra el IVAM mediante el atajo del traslado de una escultura del pintor Sanleón, quien, lo mismo que el personaje de la canción de Nino Bravo, cree que la alambrada sólo es un trozo de metal, algo que nunca puede detener sus ansias de volar: se ha visto forzado a plegar sus alas, aunque conviene recordar que este profesor de Bellas Artes, además de abochornar al peatón de un barrio deprimido con la variante mobiliario urbano de su obra, negó en público el derecho de una diputada de la oposición a formular preguntas parlamentarias sobre las sinuosidades de gestión de su protectora.A lo mejor Federico Jiménez Losantos le hacía un homenaje indirecto a su ex amigo Alberto Cardín al tildar de lianta a nuestra animosa paraconsellera, pero por aquí todo el mundo conoce muy bien a esa chica, desde sus compañeras de su no muy lejana época de secretaria hasta los arruinados proveedores de sus viajadas ocurrencias museísticas, sin olvidar -entre otros artistas todavía estupefactos- a un pasmado Llorenç Barber al recibir de manos de esta huracana del oportunismo un libro a él dedicado que incluía en contraportada una foto del músico en compañía de Eduardo Zaplana, dando así fe falsificada de un encuentro inexistente. Dije entonces que quien era capaz de una manipulación de esa clase podía alcanzar las más altas metas de la ignominia. Digo ahora que el destino idóneo de esta artistaza, el que mejor cuadra a los muchos decibelios de su exultante disponibilidad, es la presidencia de la Junta Central Fallera, cargo que redondearía los méritos de su carrera y desde el que podrá seguir ejerciendo su irrefrenable vocación viajera fletando cientos de cargueros repletos de esos monumentos que llaman fallas, o al revés, a fin de que a ninguno de nuestros pueblos hermanos del otro lado del Atlántico se le ahorre el esplendor artístico de nuestras fiestas, petardos incluidos. Y ya puede ir encargando a sus periodistas en nómina una batería de ingeniosos artículos de respuesta.

Unos escribidores nominales que, por cierto, parecen haber sido avasallados por la personalidad vocacionalmente arrolladora de su benéfica inspiradora. Y por su temeridad. Sólo así se entiende que el redactor de una de las declaraciones de Manuel Tarancón ante la insubordinación pactada de su subordinada le haga decir al todavía conseller que el brutal traslado de la escultura en cuestión es, ni más ni menos, "una demostración de cómo entiende el Partido Popular la diversidad cultural". El resultado es que todos hemos quedado perfectamente enterados. Por si no bastaba con una demostración tan contundente, otro de esos asesores pone en boca de su conseller que se trataba, con ese fallero golpe de mano, de "la restitución de una obra artística" como "emblema de tolerancia frente a los que no aceptan la diversidad". Ese ecumenismo de repostería intenta poner en el mismo plano la indignidad y la ejemplaridad, pero no responde a la cuestión sobre las razones que llevaron a desdeñar la plantá de la escultura, ahora locuazmente destruida por su autor, en la entrada del Ayuntamiento, paraje animado sin duda por una mayor diversidad cultural y no sé si más tolerante que el vestíbulo exterior del más principal de nuestros espacios museográficos pero acaso representativo de esa valencianidad de destino en lo universal que tantas y tan volátiles partidas presupuestarias procura.

Ya metidos en este desbarajuste institucional -y dejo al margen, por misericordia, la opinión de un escritor local de novela negra que en vano mezcla a Schopenhauer, nada menos, en una trifulca de menesterosos por el control de la mejor esquina-, hay que lamentar que la solución al enredo haya imposibilitado al profesor Conejero deleitarnos todas las mañanas de domingo con la escena más calavera de Hamlet, recitada con los pies descalzos sobre el artístico amasijo de alambres de la chimenea de Sanleón, con Antonio Lis de apuntador polivalente que bien podría pasar la gorra al final de cada sesión.

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