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Tribuna:FÚTBOL 30ª jornada de LigaMONEDA AL AIRE - JULIO CÉSAR IGLESIAS
Tribuna
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Pistoleros y partisanos

Aunque algunos escépticos sostienen que el fútbol es un producto fósil cuyos personajes se repiten invariablemente desde principios de siglo, en realidad ha ampliado su catálogo de figuras según una doble exigencia de depuración y adaptabilidad. De este modo, los jugadores polivalentes, esos chicos capaces de cambiarse de disfraz por exigencias del entrenador, han coincidido sobre las canchas con una jerarquía de especialistas unidos por el olor a pólvora. Es decir, por el olor a gol.En esa delicada estirpe de ejecutores descubrimos ejemplares únicos, seres que han hecho de la necesidad virtud y consiguen prosperar en situaciones extremas. Algunos manejan con una extraña facilidad las ventajas más pequeñas: cumplen la regla de llegar al sitio exacto en el momento preciso y son capaces de sintetizar una victoria en un único toque. Según épocas, modas y equipos pueden llamarse Arieta, Quini, César, Hugo Sánchez, Salva o Morientes, pero siempre son magos de la puntualidad y siempre consiguen explotar el valor de la iniciativa. Si bien no exhiben una misma habilidad final ni aplican un mismo talento, comparten un único secreto: su misterio empieza en la agudeza del instinto y su servidumbre es la fragilidad; levantan la nariz, se desdoblan en el papel de cazador y presa, se preguntan si habrán conservado la puntería, y cuando queremos darnos cuenta están gritando gol. Sean indígenas o extranjeros, todos cumplen un extraño protocolo: ponen los ojos en blanco, murmuran un indescifrable conjuro y corren con los brazos abiertos hacia algún lugar vacío como si pretendieran atrapar a un fantasma.

Los llamados llegadores, en cambio, forman parte de la segunda categoría y representan en el fútbol lo mismo que los partisanos en las guerras de resistencia. Ocupan una posición discreta, fingen estar al margen de las operaciones regulares, y de repente se salen del dibujo, esperan a que el pelotón se desplace hasta un determinado lugar del área y, cuando está enfrascado en el cuerpo a cuerpo, irrumpe en algún cruce de caminos. Hoy son gente muy acreditada y se han convertido en el ojo derecho del entrenador. Toman diversos aspectos y nombres: pueden llamarse Luis Enrique, Poyet, Cocu, Simeone, Karpin, Raúl o Gerard, pero todos son expertos en descifrar la materia reservada de la maniobra.

No obstante, el precursor de la compañía fue una multinacional del fútbol que llamábamos Di Stéfano. Cuenta don Alfredo que su amigo Pepe Samitier le recomendó que saliera en todas las fotos de gol, y fue así como Don Alfredo descubrió que quien se mueve sí sale en la foto. Conseguida la ventaja de la sorpresa, disparaba a quemarropa y dejaba al enemigo boquiabierto. Como si hubiera visto un fantasma.

El tirador de faltas es, sin embargo, la figura que más se ha extendido en el fútbol moderno. En los años de Pancho Puskas y Luis Aragonés era una rareza zoológica observada con la misma renovada curiosidad con que los biólogos estudian las mutaciones. Nadie sabía muy bien cómo Pancho lograba que la pelota se atuviera a un rumbo preciso, ni como Luis la hacía virar hacia el punto elegido, quizá gobernándola por control remoto. Después llegaron Marcial, Eder, Platini y Koeman, y hoy, siguiendo su escuela, el fútbol se ha poblado de una multitud de francotiradores capaces de trazar todas las parábolas posibles durante uno de esos interminables segundos en los que la barrera se encoge y el balón empieza a girar como un molinillo de papel.

Luego piden pista, abren los brazos, atrapan al fantasma y el tiempo revienta con nuestra respiración.

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