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¿Cómo se lidera el conflicto vasco?

El partido que ha obtenido el mayor número de votos entre la población afectada por el conflicto nacionalista vasco ha sido el Partido Popular (con Unión del Pueblo Navarro). Si nos olvidamos de que Navarra es objetivo nacionalista y reducimos el cálculo a Euskadi, el partido con mayor número de votos es el Nacionalista, seguido a muy corta distancia por el Popular.En las cuatro capitales, el partido líder ha sido el Popular, seguido por el Partido Nacionalista en Bilbao y por el Partido Socialista en las otras tres. La primera población en la que el PNV ha alcanzado el liderazgo es Galdakao (Galdácano), que es la decimocuarta en habitantes, con un censo inferior a 25.000 personas.

No estoy haciendo ese cálculo, tan repetido desde posiciones opuestas, de comparación entre el porcentaje alcanzado por el nacionalismo, en su conjunto, o por el no nacionalismo. La campaña abstencionista de Euskal Herritarrok, y la buena respuesta ciudadana, dejan impreciso el impacto de los nacionalistas radicales. Pero no trato de este tema, sino de la capacidad y función del partido líder

Conclusión: el país, no solamente está profundamente dividido entre los territorios de Navarra y Álava por un lado y los de Guipúzcoa y Vizcaya por otro, sino también, en estos dos, entre las zonas más urbanas y las otras. Y el liderazgo para Navarra, Álava y, además, para las zonas más urbanas, en general, lo está comenzando a asumir el PP. (Hay que matizar esta observación: el PNV disputa muy reñidamente ese liderazgo en Bilbao y el Partido Socialista lo conserva en otras de las poblaciones mayores, como las de la ría de Bilbao).

Además de las razones, comunes para toda España, que han dado el triunfo al PP, seguramente se explica su importante despegue en Euskadi por dos más específicas: la política antiterrorista -la "firmeza"- de Mayor Oreja y la política de resistencia al nacionalismo. Como tantas veces sucede, estas dos políticas son reacciones a acciones de otros que no han tenido en cuenta el efecto contrario que provocan.

Con la ruptura de la tregua, y los crímenes que le han seguido, ETA ha provocado, con toda probabilidad, que los ciudadanos -no sólo los vascos- entiendan que la única reacción válida es la de la firmeza que se debe ejercer frente a los violentos mientras éstos no renuncien a la muerte. Esta actitud está provocada también por los ataques a personas y actos de violencia callejera. Correcta o no, la posición de firmeza, no percibida en el resto de las fuerzas políticas, de hecho ha provocado la adhesión de muchos ciudadanos. Era ésta una reacción previsible y seguramente prevista, aunque despreciada por ETA. Pero incidentalmente afectaba también al Gobierno vasco y a los partidos nacionalistas. De tres modos: el primero, por la denunciada lenidad de las autoridades autonómicas en las medidas contra la violencia callejera; el segundo, por el mantenimiento de los pactos políticos con aquellos que no denuncian los crímenes de ETA; el tercero, por la teorización nacionalista de que el fin de la violencia está ligado con la discusión y el establecimiento de nuevos marcos políticos. Quienes tomaron estas posiciones debieron calcular los efectos contrarios que provocarían.

En segundo lugar está la reorganización del nacionalismo, con la puesta en cuestión del marco de convivencia pactado en la Constitución y en los estatutos de autonomía. El nacionalismo en acción provoca el nacionalismo en reacción. La primera manifestación de la movilización nacionalista ha sido esa serie de tomas de posición conjunta del nacionalismo catalán, vasco y gallego. ¿Podían esperar otra cosa que lo que se ha producido: la movilización de un nacionalismo español, relativamente adormecido tras el fin de la dictadura? En este sentido, el ascenso del PP -en Cataluña, en Euskadi, en Galicia- da pie a la revitalización del monstruo, y las repugnantes injurias contra Pujol en la celebración de la calle Génova son la muestra de un rencor nacional, contenido por los intereses, pero acumulado por la torpeza de los nacionalismos antiespañoles.

La segunda movilización es específicamente vasca y el Pacto de Lizarra es su manifestación principal. Lizarra es, en esencia, un foro abierto a todos los que piensen: primero, que el fin de la violencia está determinado por un pacto que satisfaga a los violentos, y segundo, que este pacto supone un diálogo entre los partidos vascos en el que lo que acuerden en el ámbito vasco será determinante de la decisión. Aun dejando aparte el primer término, que es el del fin de la violencia como resultado de un pacto político (el más grave, pero al que me he referido antes), es el segundo aquel al que nos tenemos que referir ahora: la afirmación de la nación vasca implica la negación de la nación española. Esto provoca, de nuevo, el juego de la acción y reacción. Lizarra es la desembocadura de toda una línea ideológica: es la nación vasca la única existente, detentadora de la soberanía nacional, precisamente porque es la expresión política de una sola comunidad de pertenencia, la vasca. Por el contrario, puede existir un Estado español, pero no una comunidad española

Si es criticable, aunque explicable, que frente al nacionalismo vasco resurja el español, es claramente defendible la tesis de que, frente a la pretensión de afirmar la comunidad vasca, negando la comunidad española, se plantee militantemente la afirmación de esta comunidad. También esta función, ejercida por intelectuales de prestigio, como Américo Castro, Sánchez Albornoz, Ortega y Gasset, Unamuno y hoy por Artola, Maravall, Domínguez Ortiz, Fusi, Joseph Pérez, Kamen, Elliot y tantos otros, parece que le ha sido reservada políticamente al PP. Triste papel el de los otros grupos políticos, que se han dejado arrebatar esta elogiable tarea.

Y así hemos llegado a donde estamos. A una confrontación política e ideológica en la que tanto el PP como el PNV proclaman: aquí estamos y de aquí no nos movemos. Y el Partido Popular está planteando ya la exigencia de que la salida política debe pasar por la disolución del Parlamento. Yo creo que esta decisión no sería buena porque no serviría más que para ahondar en la confrontación, no sólo política, sino también social.

El tercer posible líder es el Partido Socialista, pero tiene una autoridad disminuida por la derrota y también por la falta de claridad y de decisión en sus alternativas. Incluso se ha producido el hecho doloroso de que el asesinato de su dirigente Fernando Buesa ha sido rentabilizado electoralmente por el Partido Popular, pues a la firmeza de éste no lePasa a la página siguiente

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han opuesto los socialistas una línea política coherente y propia. Hoy el Partido Socialista, en Euskadi, es halagado por las dos fuerzas en conflicto, en la medida en que buscan que se adhiera a las tesis de uno u otro, no en que formule las propias.

Las tesis propias deberían formularse en tres apartados, que se refieren a la violencia, a las condiciones del diálogo y a las propuestas políticas para ese diálogo.

Sobre la violencia debe formularse con claridad que no es posible aceptar cambio político alguno como precio por el cese de la violencia. Es posible y oportuno aceptar, en la medida en que la violencia cese definitivamente, medidas de pacificación y de clemencia con la población reclusa.

Sobre las condiciones del diálogo, no se puede aceptar, por antidemocrática, la definición de la nación vasca como dato previo, sobre la voluntad libre de los ciudadanos. No se puede aceptar que se imponga un ámbito de decisión reservado a los partidos vascos, con supresión de otros ámbitos de decisión. Esto no sería entrar en un diálogo libre, sino ceder al modelo del contrario. Por eso las condiciones del diálogo no pasan por Lizarra, ni siquiera por el Plan Ardanza. No se puede aceptar que estas objeciones al marco del diálogo sean muestra de inmovilismo y de falta de propuestas propias, cuando lo que se propone es el marco democrático aceptado de la Constitución y del Estatuto como algo no rígido, sino modificable.

Sobre las propuestas propias para el diálogo, sin entrar en arbitrismos, éstas deberían articularse en dos direcciones. La primera en concretar la idea autonómica y federal de España, lo que implica debatir sobre cuatro temas principales: cómo se concretan las transferencias pendientes; cómo se articula el binomio de relación simétrica (general) con el resto de las autonomías y asimétrica (particular) con el Estado; cómo se reforma el Senado; cómo se articula la representación europea de las autonomías en el Consejo de Ministros La segunda dirección tendría que proponerse la tarea de afirmar y de integrar las identidades vasca y navarra en la española: concepto y cultura de España, concepto y cultura vascos y comunicación entre las comunidades vasca y navarra.

José Ramón Recalde es catedrático de Sistemas Jurídicos del ESTE de San Sebastián.

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