_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El retorno a la sociedad DIEGO LÓPEZ GARRIDO

El autor sostiene que el reto del partidosocialista pasa por abrirse a la

sociedad para proponer un discurso político

que dé respuesta a los nuevos tiempos.La derrota de los progresistas el 12 de marzo y la dimisión de Joaquín Almunia han producido en la izquierda reacciones inmediatas. Primero, la desolación. Segundo, la búsqueda de explicaciones. Tercero, el remedio taumatúrgico: "Un líder para el PSOE".

El problema es mucho más complejo y no se resume en un líder. Almunia ha desempeñado bien el difícil papel que le cayó tras la dimisión de José Borrell, con muy pocos meses para construir una candidatura y unas alianzas. Y, a pesar del esfuerzo, la derecha -por vez primera, por sus méritos- ha ganado con una amplitud que nadie esperaba.

No es sólo una victoria producto de una buena coyuntura económica; o del abusivo control de la televisión; o de la solvencia de algunos ministerios (Economía, Trabajo), que han tapado la incompetencia de otros (Exteriores, Justicia, Fomento, etcétera); o efecto de un tardío e insuficiente pacto de la izquierda, positivo en abstracto, pero malo en la práctica porque inquietó a sectores centristas y no se asumió por electorados de partidos hasta ayer antagónicos en lo político -la pinza- y en lo programático -Lizarra, euro, Pacto de Estabilidad-. Todo eso explica lo lógico de la victoria del PP pero no tanto su intensidad y sus implicaciones de futuro en España y en la Unión Europea, como revulsivo de un postrado y desorientado centro-derecha europeo que no levanta cabeza.

A mi juicio, el 12 de marzo ha mostrado que la izquierda política hace tiempo que no lidera moral y culturalmente este país. Con efectos muy nocivos, observados en una campaña electoral en la que Aznar llevó la iniciativa con propuestas economicistas ("al bolsillo") de rebaja de impuestos directos, que no recibieron una contestación mediáticamente eficaz, a pesar de las indudables amenazas al Estado de bienestar.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Las candidaturas PSOE-Progresistas se llevaron casi el 90% del voto de izquierda (IU ha perdido más votos de los que conserva). Así que el PSOE se confirma aún más como el problema y la solución. Es la principal alternativa para hacer oposición y para crear un proyecto ganador. Sin embargo, la mayoría social española no ha confiado ni creído suficientemente en ese proyecto, lo que explica la magnitud de la derrota. No ha visto un proyecto de Estado coherente, aunque lo haya en lo autonómico, en lo municipal o en lo europeo. La tarea de los próximos cuatro años es construirlo.

Para ello será buena la unidad de los progresistas, que habrá que edificar sintetizando visiones compatibles en lo que es lo esencial de un proyecto de país: Europa y sus compromisos de política monetaria, exterior y de defensa; el Estado constitucional -plurinacional pero unitario- y una política económica que favorezca el mercado y la competencia en un cuadro de distribución equitativa de la riqueza. No será posible confluir fuera de ese marco, sencillamente porque si no hay una síntesis política razonable no habrá una mayoría social para respaldarla. El fracaso electoral es el resultado de la falta de un diseño político de toda la izquierda, de una carencia de "razón social" percibida por el electorado.

Para un proyecto de mayoría progresista hace falta también una renovación de ideas. El discurso del socialismo democrático español -donde tantos nos reconocemos- ha quedado parcialmente atrasado y parece decir poco a algunos de los llamados a apoyarlo socialmente. El dinamismo de la llamada nueva economía -la que impulsa revolucionariamente la tecnología de la comunicación y de Internet- requiere un discurso positivo desde la izquierda que no obstaculice al progreso, que lo oriente y lo libere de rigideces económicas, burocráticas o judiciales obsoletas y de apropiaciones privadas abusivas (genoma humano).

Requiere adelantarse a lanzar la discusión sobre el reparto de la riqueza cuando la economía tiene un buen comportamiento (el debate fiscal está siendo el centro de la política en Europa y EEUU). Requiere decidir sobre el derecho a la formación continua que evite las desigualdades de la economía del saber y de la red, que hay que hacer accesible a toda la población "analfabeta" informáticamente para crear miles de puestos de trabajo.

Requiere un discurso universalista para gestionar colectivamente la globalización, acelerada tras la caída del comunismo. En la sociedad de la información y de las clases medias se necesita una adecuación del discurso a una estructura familiar rotundamente diferente, como lo son las pautas sexuales, o la posición laboral de la mujer, o las exigencias legales de la cambiante sociedad civil con el eje en el contrato más que en la ley, o los derechos humano de cuarta generación. Se requiere que a la democracia de los intereses la sustituya la democracia de los derechos.

La izquierda está en mejores condiciones que la derecha para hacer todo eso, pero nada de lo anterior se convertirá en un proyecto político de los socialistas, si no se afronta una apertura a la sociedad. De verdad.

Esto es lo determinante y la prueba del nueve de una perspectiva ganadora: el retorno a la sociedad. La izquierda la abandonó y ella abandonó a la izquierda, e incluso a la participación democrática, como ha sucedido con centenares de miles de jóvenes abstencionistas a los que nada dice la política, para los cuales los partidos cuentan poco y que prefieren lo privado a lo público.

Es cierto que el retorno a la sociedad es más fácil propugnarlo que hacerlo. Particularmente, cuando el horizonte es la lejanía del Gobierno estatal (18 años en la oposición, de los laboristas británicos, acabaron con dos generaciones de políticos). En todo caso, el contacto vivificador con la sociedad significa una relación real, física, constante, no sólo cuando hay elecciones, con las organizaciones sociales -sindicatos, empresarios, trabajadores autónomos, ONG, asociaciones profesionales y de consumidores, inmigrantes-. Supone vincular a los ciudadanos con los políticos, los diputados y diputadas, y sus decisiones. Significa conocer la realidad, para transformarla desde la cultura igualitaria y liberadora de la izquierda, aunque superando el tradicional estatus de los partidos socialistas como vehículos para una clase.

El retorno a la sociedad es defender, desde ya, la Ley de Extranjería que permitirá la entrada del trabajo y la inteligencia de otras personas, frente a la recalcitrante ceguera reaccionaria del PP; o dar alternativas a los regalos fiscales al capital. Es hacer oposición, que es donde los electores y las electoras han situado a la izquierda.

El retorno a la sociedad es, en fin, renovar a las personas en los cargos de responsabilidad política, oxigenar y rejuvenecer a los partidos y sus dirigentes -si es ello posible, ante la patológica diáspora de jóvenes que los aqueja-. Es, sin duda, encontrar un buen líder, y buenos líderes, para el PSOE. Pero no basta. Lo realmente trascendente no es el líder, sino el liderazgo social, intelectual y político de las ideas progresistas.

Para conseguirlo, el camino que los socialistas españoles van a empezar a recorrer -hasta el Congreso- desde mañana mismo no tendría que ser la endogamia o la inútil lucha interiorizada, sino la apertura a todo el ancho campo de los progresistas, a cuyo patrimonio -no sólo al de sus militantes- pertenece el Partido Socialista. Si es así, pueden tener los socialistas la confianza de que la sociedad y la mayoría progresista a que apelamos en la campaña electoral responderá positivamente.

Diego López Garrido es diputado del PSOE-Progresistas y secretario general de Nueva Izquierda.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_