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El problema es sólo nuestro

Y tendríamos que añadir la solución también es sólo nuestra.Como en todos los procesos electorales estamos en la hora de las valoraciones. Numerosos artículos y una batería de datos numéricos nos inundan con sus análisis y pronósticos de futuro. Desde los catastrofistas que nos condenan a décadas de oposición y nos advierten de cambios ideológicos en el país, hasta los maquilladores profesionales que insultan la inteligencia de los lectores haciéndonos ver lo que sólo ellos ven. A los primeros hay que contestarles con argumentos, a los segundos habría que aplicarles lo que decía Azaña, que si cada español opinara de lo que sabe, se haría un gran silencio que podríamos aprovechar para el estudio.

Pero la cuestión es en ocasiones mucho más simple y casi siempre está en función de la propia actitud de los partidos o de su incapacidad manifiesta en ofrecer un proyecto compacto e ilusionante a la sociedad en su conjunto.

Los votos están en su sitio y no se han desplazado ideológicamente. Un millón y medio de votantes del PSOE del 96 se han quedado en su casa o, si se quiere ver de otra manera, más de dos millones de progresistas se han abstenido en una actitud militante, y con su posicionamiento evidencian un rechazo absoluto a unas prácticas absurdas e incomprensibles para la ciudadanía.

No sólo por la bonanza económica se mantiene un gobierno en el poder (numerosos casos en Europa jalonan esta afirmación). De ser así, la alternancia gubernanmental quedaría reducida a periodos de crisis económica y nunca ha ocurrido tal cosa en el mundo desarrollado. La decisión de votar de cada ciudadano es mucho más compleja y está en relación directa con la práctica y capacidad política de ofrecer alternativas de futuro que generen expectativas, en un mundo dominado por la revolución de los medios audiovisuales son básicas las imágenes que se proyectan sobre el electorado, un mundo donde la dignidad ya no es noticia.

Después de una derrota electoral se produce una convulsión interna en el partido que la sufre y si no tiene capacidad de diseñar un cambio real en poco tiempo (alternancias de ciclo corto), se ahonda en la crisis y se eternizan los problemas (alternancias de ciclo largo).

Gran Bretaña es un ejemplo del segundo caso, Francia del primero. Después de Mitterrand vino el caos y el desconcierto, el Partido Socialista Francés (PSF) padeció una derrota muy superior a la actual del PSOE, pero François Hollande, primer secretario del PSF, publicó un artículo en Le Monde titulado "Pasando la página" e inició con ello tanto el final del mitterrandismo como el principio de la era Jospin-Aubry que con un proyecto tan ilusionante como arriesgado consiguieron en dos años dar la vuelta a la tortilla electoral y volver al gobierno de la nación.

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Existen numerosos ejemplos de uno u otro caso, la perpetuación en el tiempo es la tendencia lógica de cualquier dirección política y sólo hechos traumáticos le obligan a un cambio total. En mi partido la renovación la han entendido algunos como quitarte a ti para ponerme yo, sin darse cuenta que la regeneración es primero de ideas y proyectos y ello conduce inevitablemente a un cambio de caras.

La renovación empezó bien con la dimisión de Felipe González, animando con su gesto un cambio parcial que luego la militancia decidió que fuera más profundo con su perspectiva clarividente de cómo volver rápidamente a dirigir el estado sin romper con un pasado del que globalmente nos sentimos orgullosos. Pero el llamado aparato, tanto político como burocrático tiró por tierra el enorme caudal político que las primarias nos habían ofrecido demostrando un deseo de mantener el control del partido por encima de la voluntad de gobernar el país.

Ése fue el principio del desastre. Si se alteran las reglas, se vulnera la democracia interna y se ofrece más de lo mismo no se puede esperar una respuesta positiva de la ciudadanía. Si no se juega limpio y no se arriesga no se gana.

Un nuevo modelo y una nueva cultura se imponen, una de las grandezas de la democracia es organizar el desacuerdo y fijar las reglas para que el pluralismo del partido se refleje también en la esfera interna. Toda organización es un equilibrio de poderes y es evidente que existe una fractura entre la élite, la opinión interna de la organización y el electorado.

Pero mientras en el PSOE el problema está diagnosticado, aquí en el PSPV terminada la tregua se inician las hostilidades de nuevo, las batallas tribales sustituyen a la reflexión y el acuerdo, y ni siquiera los que intentamos aportar desde nuestra madurada independencia algunas dosis de sosiego, tenemos claro si la solución pasa por un Congreso o por el sillón del psiquiatra. ¡Quietos, que no se mueva nadie!, que no se digan más tonterías que ya se han dicho bastantes en los últimos cuatro años, que se respire con profundidad cinco minutos antes de hablar y sobre todo que se pida perdón a la sociedad. La primera ley de la política consiste en que cuando uno se mete en un hoyo no debe de seguir cavando.

Los partidos no son entidades homogéneas, sino que sus hombres y mujeres se reparten en corrientes, grupos, clanes y camarillas como les llama Maurice Duverger, es decir pequeños grupos que utilizan una solidaridad personal estrecha como medio para establecer su influencia y conservarla. La existencia de conflictos internos es algo consustancial a los partidos políticos.

El PSOE es una monumental fuerza política, numerosa y diversificada, un país de centro-centro izquierda y sociológicamente aún lo es, necesita recuperar la credibilidad en un proyecto verosímil y progresista. Se vota en función de la credibilidad de un líder pero el partido tiene que ser reconocido por el conjunto de la sociedad como portador de una concepción política no sólo para el sector de la comunidad que inmediatamente representa sino para el conjunto de toda ella. Si no ocurre esto, el partido se queda sin capacidad para proyectarse hacia el exterior y pierde toda opción de dirigir globalmente a la colectividad.

Sólo con discursos de ética y solidaridad de valores en suma, creamos una nueva cultura política de una izquierda renovada.

Hay que recuperar la acción política como centro del debate porque el problema es político y la solución también.

Alfonso Goñi (PSPV) es economista.

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