¡Una paella sin arroz! JAVIER CERCAS
El lunes 13 me fui a Francia para no oír hablar de las elecciones durante una temporada. La noche del domingo un hecho me ratificó en mi decisión. Haciendo zapping con la esperanza de que alguna cadena revelase por fin que todo había sido una broma, di con el programa de libros de Sánchez-Dragó, en el que en aquel momento se celebraba el debate más casposo que haya visto la televisión desde que monseñor Guerra Campos alegraba nuestras noches. Hipnotizado, oí cómo Sánchez-Dragó se preguntaba sin que se le escapara la risa: "¿Qué es España?", y cómo Jiménez Losantos afirmaba sin que le diera vergüenza que España es una realidad con más de 2.000 años a la espalda. "Dios mío", recé. "Que no esté oyendo esto Joan B. Culla". Esa noche pensé en tomar un billete para Eugene, la ciudad de Oregon que dicen que es ahora la capital de la nueva contracultura; pero, como mi bolsillo no da para tanto, opté por irme a Dijon. En el quiosco de la estación no compré prensa española, sino americana, en la que sólo se habla de por aquí abajo cuando a algún tipo con tricornio, de los que creen que España tiene 2.000 años, le da por cantar La Parrala en el Parlamento. En el bar del tren leo Time. Aunque parece que no hay tricornios a la vista, se habla de España. "Un combate igualado", se titula un reportaje acerca de las elecciones, en el que, haciendo gala del mismo don de adivinación de toda la prensa española, Jane Walker escribe: "Un resultado claro parece tan posible como una paella sin arroz". Luego me encuentro con una foto imponente de Juan Villalonga encima de este titular: "La opción de hacerse rico rápidamente". Dos páginas después, este otro titular: "Cómo reconocer a un mentiroso". Preguntándome si esa concatenación de titulares es azarosa o deliberada, voy al restaurante, pero no puedo disfrutar de la cena porque justo a mi lado empieza a despotricar un setentón de aire distinguido: "¡Todos a la calle!", dice. "En Suresnes nos echaron porque decían que éramos unos viejos incapaces de entender la realidad; ahora los incapaces y los viejos son ellos. Que se apliquen el cuento. Pero ¿dónde está la gente de menos de 40 años que debería sustituirlos?". Porque advierte que le estoy escuchando, el caballero se vuelve y me espeta: "Ellos llevan 25 años repitiendo el mismo prehistórico discurso. Ustedes tendrán algo nuevo que decir, ¿no?". Levantando las manos del plato, le miro con cara de se ruega no disparar sobre el pianista. Esa noche tengo un sueño espantoso: Mario Vargas Llosa se está muriendo y recurre a mí, que le llevo de hospital en hospital tratando de que alguien le atienda, pero han privatizado del todo la sanidad y nadie quiere ayudarlo. "¡Pero si es el autor de La casa verde!", imploro en vano. "Eres un gilipollas, Mario", le digo, conteniendo las lágrimas. "Eso te pasa por hacerte neoliberal".En Dijon me reciben Eliane y Jeanmarie Lavaud, ilustres y queridos hispanistas. Como todavía estoy medio dormido, les pregunto si se ha muerto Vargas Llosa; me miran con cara rara y me dicen que no. Luego me preguntan qué ha pasado en España y, como no he venido a Dijon a hablar de las elecciones, a punto estoy de contestarles entonando La Parrala, pero me asalta la sospecha de que hayan aprendido a identificar a un mentiroso en el último número de Time y decido contestarles la verdad: "Que vamos a comer paella sin arroz durante cuatro años". Eliane y Jeanmarie se miran entre sí, pero en vez de llevarme a un hospital como si yo fuera Vargas Llosa me llevan al hotel y luego a comer. En el restaurante me presentan a Carmen Becerra, guapísima y simpatiquísima teórica de la literatura, y en ese momento comprendo por fin que mi huida a Dijon ha sido un acierto. Sin embargo, apenas empezamos a hablar Carmen me dice que es miembro del comité federal de Izquierda Unida y ha sido cabeza de lista de la coalición por la provincia de Pontevedra. "¡Todos a la calle!", me oigo gritar, y a continuación, sin poder controlarme, me pongo a despotricar contra el discurso casposo y prehistórico de la izquierda.
La comida acaba fatal y tres días después (durante los cuales hablo más de las elecciones que si estuviera en España, y hasta leo Future primitive, de John Zerzan, el ideólogo de Eugene, donde no soy capaz de ver ni una sola idea nueva, sino un refrito de viejísimas ideas sesentayochistas pasadas por el turmix del neorruralismo) vuelvo a casa dispuesto a todo, incluso a plantearme el problema de España mientras me trago una reposición de los mejores programas de monseñor Guerra Campos. Pero al llegar advierto con incredulidad que Almunia y Serra han dimitido y que Culla, sensatísimo, habla del fin de un ciclo generacional, pero también que en IU no se ha movido ni Dios y que Ramón Jáuregui, que ya no se acuerda de Suresnes, dice: "¿No pretenderá que pongamos al frente del partido a chicos de 35 años?". Conclusión: tenemos paella sin arroz para rato.
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