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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Sentido común chino

Las elecciones en Taiwan han sido, ante todo, un ejemplo de la evolución ejemplar de un Estado autoritario a uno democrático y de derecho. Pero han sido también ocasión y pretexto para una de las más formidables amenazas bélicas que se han producido en los últimos años. No es una hipérbole. Las relaciones internacionales podían haber quedado seriamente dañadas durante años si la escalada de la tensión hubiera continuado hasta hacerse irreversible.La posibilidad de que la República Popular China interviniese después de la clara victoria del candidato independentista Chen Shuiban no parece que vaya a concretarse. Pekín se ha limitado, de momento, a advertir de que mira y escucha lo que se hace y dice en Taipei, mientras que Chen se ha mostrado conciliador llamando al diálogo con Pekín. Las autoridades comunistas de China continental habían corrido serio peligro de quedar atrapadas en su propia retórica del ultimátum y cerrarse a sí mismas todas las salidas que no pasaran por la guerra.

Chen Shuiban ha demostrado su capacidad para romper la otrora incontestable supremacía del Kuomin-tang, partido nacionalista surgido de la resistencia anticomunista de Chiang Kai-chek, derrotada en su día por Mao Zedong en el continente. Otro sagrado grial que se ha roto en la política internacional y otro gran avance de la voluntad popular. El 80% de participación ratifica la validez de los resultados en esta segunda elección democrática del presidente en Taiwan.

No es cierto, no debe ser cierto, lo que afirma el diario chino Wei Wei Po cuando decía hace dos días que el conflicto bélico era inevitable si ganaba Chen Shuiban. Su triunfo, indiscutible con el 41% de los votos, frente al 36% de James Soons, disidente del Kuomin-tang, y el 23% del candidato oficial Lien Chen, no sólo demuestra el fracaso de las operaciones de intimidación por parte de Pekín, sino también el hastío de la población de la isla china frente a la corrupción del partido gobernante en Taipei y sus ganas de cambio.

El vencedor en estas elecciones ha demostrado, ya antes de los comicios, que el proverbial sentido común chino prevalece sobre intenciones, talantes y voluntades, todos legítimos pero ninguno merecedor del sacrificio que supondría una guerra entre este pequeño bastión de nueva democracia y una inmensa potencia aún anclada en el despotismo de la retórica e ideología comunistas, por muchos bancos y compañías que albergue. Una guerra entre las dos Chinas sería una catástrofe para los dos países y provocaría una escalada de la tensión, incluida la militar, entre China y Occidente.

Pero también existe una lectura positiva, que es la de una democracia emergente que está mostrando al resto de China, a la inmensa mayoría, cuál es el camino de la libertad. Dan la señal clara de que, cuando en China continental los partidos y las ideas puedan expresarse con la misma libertad que en Taiwan, los impedimentos para la reunificación de ese gran país que es China se habrán disipado. Es, por tanto, en Pekín donde, más que dedicarse a lanzar amenazas, han de ponerse a escuchar. A sus compatriotas allende el estrecho de Formosa.

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