Oposición
MIQUEL ALBEROLA
Mientras el PP concluye a partir de su mayoría absoluta que la derecha ya no existe, puesto que ha roto en la urna el paradigma tradicional de las ideologías, la izquierda se sume en la introspección y en la faca, como premisa griega del primer paso hacia un proceso largo y conglomerante que habrá de culminar en una transformación radical de sus métodos y estructuras, ya que su drama es más profundo, genérico y corresponsable que la simplificación epidérmica de quienes ahora sangran por la herida personal y exigen ajustes orgánicos sin echar cuentas sobre su participación en la catástrofe. La oposición ha sido barrida en su conjunto y en su biodiversidad familiar, víctima de un trastorno sistémico y globalizante, que la deja inservible para seducir a la parte más mollar del electorado. Mientras que el PP se ha comido la abstención de la izquierda en el recipiente ibérico como guarnición, junto a los 514.339 sufragios de la reagrupación del voto de la extrema derecha (movilizado ante la amenaza del socialcomunismo) y de los jóvenes que se incorporaban al censo, en el País Valenciano ya se ha producido un trasvase de voto de izquierda hacia el PP. Por algo se anticipó al episodio histórico de la derecha en 1993, aunque no lo escenificó hasta las autonómicas de 1995. El quebrantamiento de expectativas de la izquierda, según los análisis del Centro de Investigaciones Sociológicas a partir de los datos obtenidos entre 1983 y 1995, es más acusado en el territorio electoral valenciano que en el conjunto de España, y en consecuencia pierde la hegemonía en todos los grupos de edad, aunque con mayor énfasis en las generaciones más jóvenes que vivieron la transición. El PP ha ocupado no sólo el espacio del centro, sino que le ha dado un notable bocado al de la izquierda. Más allá del PP, el grueso de los electores sólo detecta la convulsión confusa del PSPV, de EU y UV concentrada en una caricatura que desvía culpas hacia el otro. Un escenario inquietante que sacude incluso a los que permanecen en la oscuridad electoral, como el pequeño BNV, cuyo remoto líder trata de forma inútil de instituirse en un aparte desvinculado de lo que ocurre, como si con él no fuera el menester de la renovación.
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