_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Una de toros

En este lugar (quiero decir, en la columna que pende) se habla poco de toros. Como si no existieran. A lo mejor es porque los toros no son actualidad virtual. Pero existen. El domingo empezó la temporada madrileña, que seguirá cada domingo y días festivos, más lo que caiga, hasta final de octubre. Ocho meses de actividad taurina, terne, real y cruda, aunque no sea virtual.Algunos lo ignoran. Mucha gente cree que la única manifestación taurina en Madrid es por las fiestas de San Isidro. Se incluyen los espectadores de la propia feria de San Isidro. Los hay abonados a la feria desde hace años y, al terminar, se lamentan de que no podrán volver a los toros -ni ver a los aficionados que fueron vecinos de localidad durante 30 días consecutivos- hasta el año próximo. Y cuando se les dice que dos días después, el domingo siguiente sin ir más lejos, hay de nuevo toros en Madrid, no se lo acaban de creer.

Esto pone en cuestión el interés que despierta la fiesta de toros en Madrid. Hay una respuesta inmediata: si la gente ni siquiera sabe que hay funciones durante ocho meses, es que no interesa. Pero no resulta tan sencillo. La propaganda que se hizo de la Feria de San Isidro prendió con tal intensidad que borró todo lo demás hasta convertirlo en inexistente.

Es lo que sucede: lo que no se anuncia no existe. De donde lo que se anuncia existe, y por añadidura, ha de existir tal como lo anuncian. Así es la vida.

Uno pediría en este punto crucial del filosófico discurso una especial atención. Pues resulta que a base de anunciar y de crear con los espacios publicitarios - explícitos o sesgados- estados de opinión, la ciudadanía (parte de ella, se quiere decir) vive o pretende vivir una vida virtual que nada tiene que ver con la terne y cruda realidad.

De ahí vienen (barrunta un servidor) esas incomprensiones y esas frustraciones que se observan en la vida diaria. El aura sobrenatural que tiene cuanto se anuncia, así sean detergentes o automóviles; la magia carismática que se atribuye a todo tipo de personajes, así sean cantantes desafinados o políticos falsarios, colocan ante aquellos ciudadanos que se sienten en la necesidad de vivir la vida virtual un cúmulo de objetos imprescindibles para su consumo, una serie de sujetos impresentables a los que han de rendir idolátrica pleitesía.

Y en esas estamos; cada vez más.

Pero sí, hay toros en Madrid, plaza de Las Ventas. Y a poco de unas semanas, los habrá en la plaza de Vista Alegre, el coso entrañable de la barriada de Carabanchel, al que llamaban La Chata, hace tiempo derribado y ya sustituido por un moderno edificio dotado de una sofisticada cubierta móvil por si llueve. Y ha empezado la temporada de Leganés, plaza asimismo cubierta por similar razón.

El fenómeno de las plazas cubiertas probablemente obedece también a los dictados del mundo virtual de que hablábamos. La realidad, cruda y terne, enseña que éste es un país de sequías prolongadas, de calores, a veces sofocantes, en cuanto llega la primavera. Y, sin embargo, construyen costosas plazas cubiertas, por si el cielo se equivoca y manda lluvia; igual que otros ámbitos pretenden infundir en los niños la afición al esquí, y su práctica, a pesar de que apenas se encuentra nieve en parte alguna.

Hay ya toros en Madrid y sucederá lo que siempre en la historia de esta fiesta secular: saltará el fauno a la arena y caerá inválido o derribará poderoso; corneará ingles o tomará boyante la pañosa que le presenta un torero artista. Y habrá en el graderío gran crujir de indignación o un hondo estremecimiento de emociones; desgarrados gritos de horror, exclamaciones de júbilo. Y la fiesta mostrará su grandeza y su miseria. Y la afición saldrá de la plaza exultante o abatida. Y, sin embargo, nada parecerá trascendente porque siendo todo ello vida verdadera escapa a los dictados y a los esquemas de la vida virtual y no lo reconoce la ciudadanía (parte de ella se quiere decir).

Vivimos en una nube. Y sí, hay toros en Madrid; mas sólo cuando digan y como manden los que definen el mundo virtual para muñir opiniones, secuestrar sentimientos, gobernar vidas y haciendas.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_