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Tierra quemada en Kaduna

Ramón Lobo

La imposición de la ley islámica subleva a la mayoría cristiana de esta ciudad de Nigeria.

ENVIADO ESPECIALEn Kaduna existe un barrio que parece Grozni: casas destechadas y vacías, puertas arrancadas, ventanas mancilladas por el fuego o el humo, paredes ennegrecidas, sombras de cadáveres ya enterrados... Es la zona ibo cristiana de la antigua capital del norte de Nigeria bajo los británicos. Oche ha cumplido tres años y arrastra su mirada por las baldosas del hospital General. Sus piernas están carcomidas por quemaduras en carne viva. Idoma, su madre, lo encontró así el 22 de febrero tras dejar al mayor en la escuela. "Alguien lanzó una bomba incendiaria dentro de la vivienda. Oche dormía en su cama. Fueron los vecinos quienes lo rescataron de las llamas", explica la mujer, una belleza de 19 años y tres hijos. Oche saborea el caramelo de regaliz y azuza el oído: se sabe protagonista. Es uno de los miles de heridos de los disturbios de Kaduna. Al fondo de la sala del hospital, una pareja amartelada intercambia arrumacos. Cyprian Ebigbo, tan cristiano como Idoma y Oche, bizquea ante la médico Bridget con una fractura de cráneo abierta producida por un machete. "En los peores días aquí atendimos a 500; ahora permanecen ingresados 46, los más graves", explica.

En la avenida principal, el Ejército pavonea sus atributos: hombres armados, carros mecanizados, fusiles sobre la cadera. Hay toque de queda desde las diez de la noche a las siete de la mañana. Aunque el mercado florece de nuevo fuera de las tiendas arrasadas dificultando el tráfico, Kaduna se halla lejos de haber recobrado la tranquilidad.

En la catedral de San José, entre Kanto y Lagos Street, los cristianos muestran los destrozos del último asalto: cristaleras rotas, maderas abombadas, sillas herrumbrosas, restos convertidos en la nada. "Los musulmanes nos han dicho que volverán para destruir todo lo que queda", comenta Bernard con la voz temblorosa. "Hemos solicitado la protección del Ejército". Desde la trasera de San José, por encima de un muro de piedra, se ve la mezquita de Ibrahim Taiwo: apenas le quedan unas paredes en pie; la destruyeron los cristianos el 22 de febrero. Tres días después, tras el rezo del viernes, los musulmanes se vengaron en las instalaciones catedralicias.

Kaduna no es como Kano, Sokoto o Samfara, los Estados norteños, más propensos a imponer la sharia (ley islámica) penal (corte de la mano al ladrón, lapidación a los adúlteros...), aquí la diferencia es que el 54% de la población profesa el cristianismo (de los cuales, 34% son católicos). "Lo peor ha pasado", afirma el arzobispo Peter Jatau. "Lo sucedido fue una sorpresa para nosotros, pero no para los musulmanes; ellos estaban preparados", sostiene. "Adoptar toda la sharia en un Estado secular como éste es inconstitucional y un riesgo de confrontación civil. No se puede imponer a la mayoría".

Lejos de la casa arzobispal, en la explanada de la gran mezquita de Kaduna, intacta con sus cuatro minaretes, Abdullahi Maradun, un hausa musulmán, defiende con pasión la tesis contraria: "Fueron los cristianos los que prepararon su marcha, iban armados con palos e increparon a los musulmanes, la reacción fue natural". Maradun no tiene dudas sobre la posible inconstitucionalidad de la sharia: "Mi Constitución es el Corán", espeta con timbre altivo.

Decenas de musulmanes se alinean en la calle, codo con codo, con sus alfombritas extendidas en el suelo. Es la hora del rezo. Soldados de uniforme y con el dedo en el gatillo de los Kaláshnikov vigilan la escena. Los cristianos resuellan y observan. En el hospital General, Anthony Philibus recuerda bien el día del rezo musulmán hace 15 días. "Estaba en mi casa y vi a la gente correr y, por miedo, me puse a correr también. Detrás venía una turbamulta armada de hachas, cuchillos y machetes. Me refugié en un patio, pero los musulmanes me alcanzaron. Para salvar la vida decidí lanzarme a un pozo seco, pero ellos comenzaron a tirar piedras y objetos. Me simulé muerto, y cuando se fueron logré salir una hora después. Tengo una pierna rota y cortes en la cabeza".

El imam Ciroma es una personalidad hausa clave en el norte del país. Apoyó la campaña electoral del presidente Olusegun Obasanjo, pero ahora, 10 meses después, se ha distanciado. "Creí que era el hombre adecuado, pero no ha respondido a las expectativas". Ciroma carece de alternativas, pero sostiene que la sharia es innegociable. "No sé si este país se romperá en dos o tres, pero si sucediera espero que sea de modo pacífico; si no, será peor que Biafra; ahora estamos más mezclados". Ciroma acusa a los cristianos de utilizar políticamente la sharia -"no les afecta, es sólo para musulmanes"-, y los cristianos culpan a los hausas de preparar el derrocamiento de Obasanjo con la excusa de un conflicto religioso. Abdullahi Maradun no lo oculta: "Si es incapaz de mantener la paz, tendrá que dimitir".

El problema puede enmarañarse aún más si los ijows -la cuarta etnia del país, cristianos y que habitan en el delta del río Níger, una zona rica en petróleo-, llevan a cabo su amenaza de cortar el suministro al norte si persisten en la sharia. "Prohíben tabaco y alcohol", observa Bernard, "pero admiten gustosos los impuestos que generan. Deben decidir si son parte de este país o unen su suerte a Níger y Chad. Allí sólo tienen miseria e islam".

A la salida de Kaduna, cuando se deja atrás esa ciudad de un millón de habitantes soliviantada por el encono religioso y la intriga palaciega, uno se topa con un extraño cartel: "¿Te has preparado para el efecto 2000? Evita el desastre informático". Suena irónico en un país con cortes constantes de fluido eléctrico, escasez crónica de gasolina, paro endémico y con un pequeño problema, que arrastra desde que en 1914 los británicos fusionaran etnias, razas y religiones en un único país: ¿Existe Nigeria? Cuarenta años después de la independencia, hausas, yorubas, ibos o ijows, cristianos o musulmanes, siguen sin despejar la ecuación. De ello depende la paz y el futuro del país más poblado del continente, con 115 millones de habitantes.

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