Escurçons cruels
Mientras el obispo de Oriola pedía pontifical perdón, no por la enorme culpa de no encarnarse en el pueblo valenciano, al contrario descarnarlo, al rehusar su lengua y cultura, sino por la obsesión sexual de la Iglesia -"haber colado con minuciosidad el sexto mandamiento y con más facilidad nos tragamos el camello de la falta de amor a Dios"- y el olvido del mandato nuevo, el "amaos los unos a los otros" -cuanto más hablan de condones, como el de Segorbe, menos testimonian el amor-, pues bien, el mismo día, en un gesto sublime de cariño paternal a los suyos, el arzobispo aznarista de Valencia (el García en perpetua falta de ortografia con su compuesto "Gascó" y en permanente pecado contra el espíritu por suponer que Dios no entiende valenciano; su culpa no disminuye porque haya o no Academia), después de pedir el voto para los de su íntimo Eduardo, nos brindó el supremo signo de librar a las ovejas de su partido de la abstinencia de carne, les dispensó de la penitencia. Nuestro pueblo -Qui habet aures audiendi, audiat-al ver que, con bulas compradas, se libraban de los rigores se quejaba: Quaresma i justicia són fetes per als pobres. Y como, si no vols caldo, tres tasses, igual que los líderes políticos, con la humilde ceniza todavía caliente, hizo anunciar hora y lugar en que votaba para disciplinarse, saliendo en la foto. No era así santa Matilde, reina y madre del Emperador Otón, que lo daba todo a los pobres y se preocupaba de los marginados (un vicio compartido con su paisano Marx, Carlos, que, como ella, en el 968, hoy subió a los cielos, en 1883); también voló santa Florentina, que libraba a los pobres de tantas víboras: De picada d'escurçò cruel i també de pestilència, cureu amb virtud del cel, alcançant-nos d'ell clemència.