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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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Elogio del interventor AGUSTÍ FANCELLI

Colegio Montserrat, Cornellà, 10.30 horas. Una señora mayor, armada con una gruesa lupa, buscaba entre las papeletas una que llevara la foto de Almunia. "Es que ése no me cobra las 7.000 pesetas del agua", repetía tercamente, y no había manera de sacarla de ahí. El interventor logró al fin el milagro: convencerla de que la papeleta que ella andaba buscando era una casi igual a las otras, en la que no sólo no salía la foto de Almunia, sino ni siquiera su nombre. La mayoría de vecinos del barrio obrero de San Ildefonso que acudía a votar a esa hora era gente mayor. La variedad de papeletas les obligaba a calarse las gafas y a realizar una detenida inspección por el mar de opciones extendido sobre la mesa. Cuando por fin daban con el preciado objetivo para el Congreso de Diputados, entonces llegaba el drama del Senado: una hoja enorme, desplegable, con logotipos ínfimos desperdigados y junto a ellos los tres nombres que había que marcar. Llevaba razón la señora de la lupa: podrían ponerle las cosas más sencillas al ciudadano.Escuela Municipal Bàrkeno, Zona Franca, 11.30 horas. El punto votante más cercano a lo que queda de la barriada de Can Tunis era un hervidero a esa hora, probablemente debido a la proximidad del mercadillo, al otro lado del paseo de la Zona Franca. Muchos niños acompañaban a sus padres. Como en todos lo demás colegios, una de las mesas se hallaba vistosamente más concurrida que las demás. "Mamá, ¿por qué no votas a otro y así nos ahorramos la cola?". La niña quería atajar, pero su madre la instruía de que las mesas no iban por candidatos, sino por calles, y a ella le había tocado la más lenta, según la inapelable ley de Murphy. El colegio era alegre, con vestigios en las paredes del reciente carnaval. Unos metros más allá, bajo la ronda Litoral, un grupo de yonquis se desperezaba, indiferente a la mañana electoral.

Colegio Collaso y Gil, barrio chino, 12.30 horas. "Haya paz". No había guerra en el colegio de la calle de Sant Pau próximo al Paral.lel, justo detrás de la calle de las Tàpies. Pero el interventor socialista, un tanto vehemente, había perdido la paciencia con un votante poco ducho en la colocación de las crucecitas y casi había acabado por mandarle a freír espárragos, hecho que había llevado al policía nacional a intervenir con su bella sentencia: "Haya paz". "Es que, de verdad, uno al final no puede más", comentaba el hombre, secundado por la interventora del PP, que le daba la razón. Sí, esta crónica se titulará Elogio del interventor: gente capaz de plantarse en un colegio un domingo a las 8.30 horas y de no moverse de ahí hasta la noche, alimentada por un par de bocatas servidos por el partido, y ayudando no sólo a sus votantes, sino también a los de otros partidos. El PSC y el PP habían tejido en el Colegio Collaso y Gil una coalición electoral políticamente extraña, pero humanamente muy comprensible.

Col.legi Puríssima Concepció, Eixample, 13.45 horas. "Germans, aneu-vos-en en pau". El oficiante de la misa de una de la Concepció advertía a los fieles, antes de despedirse de ellos, que por Cuaresma conviene ayunar, esto es, más que dejar de comer, privarse de consumismos innecesarios. Igualmente les recordaba que la parroquia seguía teniendo abierta una cuenta para ayudar a los damnificados de Mozambique. Cumplido el precepto religioso, varias parejas se disponían a quedar en paz con el precepto cívico en la cercana escuela de la calle de Bruc. Aunque otras páginas de este diario desmentirán probablemente a ésta en términos globales, a esa hora, allí, no se podía dar un paso. La mesa 185 era la estrella, con un censo de más de 1.000 personas. Un señor salía indignado. "Me acaban de robar la cartera", avisaba a los que guardaban cola para entrar.

Escola Internacional de Formació per a l'Empresa, Sarrià-Sant Gervasi, 14.25 horas. "Pasamos por Semon y compramos algo", sugería la madre de familia a la salida del colegio de la calle de Vallmajor, cerca de la Via Augusta, en el que vota Pujol. Nadie dudaba allí sobre cómo moverse políticamente. La mayoría llevaba el voto ya cerrado en un sobre. Los que no, escogían certeros. Un relajo para los interventores. Por cierto, ni en ésta ni en las sedes anteriores se utilizaban las cabinas. Mudos testigos de las elecciones de 1977, han sucumbido definitivamente al orgullo democrático del votante.

Carles Ribas
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