Habrá para todos
MIQUEL ALBEROLA
Eduardo Zaplana echó mano de su amigo Jesús Sanchez Carrascosa para que le organizase el mitin de José María Aznar en la plaza de toros de Valencia. Éste no se complicó la vida y recurrió al mismo montaje de las autonómicas, con Las Chicas de Álex, unas animadoras faldicortas con pompones, fletó más de 300 autobuses venidos de donde fuere preciso y montó un escenario, lo amplificó con 60.000 vatios de sonido y lo iluminó con 200.000 watios de luz. Y allí, bajo un derroche de espuma fijadora, esporádicas americanas de Versace, muchas carcajadas a mandíbula abierta, la mirada negra de Fabra y ardientes zumbidos de móvil a cargo del presupuesto, se entremezcló la gente guapa con no pocas efigies que remitían al 18 de julio.
Aznar, como los grandes profetas, fue precedido de una catarata de 2.000 kilos de polvo de confeti, 35.000 serpentinas, una agitación muy nerviosa de banderitas y el himno del PP en versión caña remix a toda leche. Dio la vuelta al ruedo y excitó a las gradas hasta el delirio. Primero fue el orgasmo y luego vino el acto. Rita Barberá tampoco se complicó la vida y sacó su uniforme rojo sandía. Subió con finos contorneos ecuestres, y con la voz agrietada dijo que gracias al PP habían bajado las hipotecas, lo que le valió gritos de torera, torera. Luego la emprendió contra Almunia y "su mensaje truculento", repartió boinazos a los socialistas porque dejaron a Valencia "arrumbada de la modernidad" y aulló a la plaza que su partido iba a ganar porque había hecho "la Ciudad de la Luz, la Ciudad de las Artes y las Ciencias y la Ciudad de Castellón (sic)".
Para compensar el peso de esta intervención tuvieron que salir los tres cabezas de lista juntos. Federico Trillo dijo bona nit y saludó a todos los valencianos, "des de L'Alicantí (sic) al Vinalopop (sic)", para enseguida acusar al PSOE de resucitar a las dos Españas y luego asegurar que la gente no quería acordarse de lo próximo, aunque él lo recordó con detalle. Francisco Camps habló con ecos sagrados, como si el Sinaí hablase a Moisés. Hizo algunas eses muy sibilantes sobre lo consabido y lo dejó estar. Juan Costa le tomó el relevo y habló gangoso, lo que concitó muchos aplausos y le empujó al compromiso de "sudar la camiseta".
Para llegar hasta Aznar había que pasar por Zaplana. Y así fue. Llegó, desconfió de las encuestas y dijo lo habitual sobre las urnas. Echó alguna gamba al anticatalanismo y desveló que los objetivos del PP, a la manera del generalísimo, "no son de derechas ni de izquierdas", y esculpió sobre el viento: "Estamos para servir a los demás". Zaplana hizo un chorreante broche con todos los proyectos, puso en marcha el frenesí y entonces se abrieron las montañas, salió Aznar, movió la manita y con la mirada inquietante dijo: "AVE, lo habrá". Y el día 12 descansó.
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