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Tribuna
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Efecto no deseado

Las encuestas han perdido buena parte de su fiabilidad. El sesgo, es decir, la desviación consistente y no aleatoria y siempre en la misma dirección de los resultados de todas las encuestas desde 1993, han conducido a que tanto los partidos políticos como los ciudadanos las miren con cierta desconfianza.Aunque no se puede descartar que en el pasado, y en especial en las elecciones de 1996, el sesgo, al menos en las publicadas en algunos de los medios de comunicación, fuera la consecuencia no de un error técnico, sino de una decisión política, creo que, en general, esto último fue la excepción y no la norma.

Y es que no se nos puede olvidar que la experiencia democrática española es muy breve y que, en consecuencia, la experiencia de las casas encuestadoras también lo es. Si, además, tomamos en consideración que nuestro sistema político entre 1982 y 1993 ha sido un sistema hegemonizado por el PSOE y en el que las encuestas eran superfluas, porque la distancia entre el partido socialista y los demás eran tan enormes que no había margen de error, pues más todavía.

A partir de 1993 es cuando resultaba difícil acertar. Y en ese momento es donde se ha visto que los profesionales españoles no estaban adecuadamente preparados y no tenían afinados los instrumentos con los que leer los resultados en bruto que le llegaban de los ciudadanos preguntados.

Creo que esta situación persiste todavía, aunque creo que las técnicas de interpretación se van perfeccionando y que no es probable que se produzcan desviaciones tan notables como las que hemos visto en el pasado. En todo caso, no deja de resultar sorprendente la extraordinaria coincidencia entre los resultados de los diferentes sondeos, en especial cuando se toma en consideración la notable divergencia que se produjo en el pasado.

Hay algo que, en mi opinión, las encuestas publicadas en este fin de semana traslucen y que me parece que vale la pena que se subraye. Se trata de lo siguiente: el pacto PSOE-IU parece haber producido un efecto no deseado. Ha conducido a la movilización del voto del PP y no al voto propio. Si había indecisos en votar al PP, el pacto ha servido para que dejen de serlo. Por el contrario, el pacto no ha tenido ese efecto de arrastre en el voto de izquierda, que permanece bastante desmovilizado todavía.

De ahí la importancia de esta semana final de campaña. En lo que al voto del PP se refiere no parece probable que se vayan a producir sorpresas, aunque el porcentaje de apoyo popular que se le atribuye sí puede verse afectado por el porcentaje final de participación. Si se llega a una participación como la de 1996, en torno al 77%, el resultado será más cerrado del que predicen las encuestas. Si se queda en el 72%, es más fácil que acierten.

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