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Tribuna:LAS REGLAS DE LA COMPETENCIA
Tribuna
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La verdad os hará libres. ¿Qué verdad? Fernando Pessoa decía que una rosa roja es, por la noche, del color de las tinieblas. La verdad que nos hace libres es la misma que previamente nos puede encadenar o agobiar. Y esto es así en la medida en que nuestra verdad esté al alcance de otros, o en la medida en que hacemos o no hacemos porque nos falta suficiente información, o en la medida en que la realidad es poliédrica, incluso virtual. El doliente lisboeta fue, desde luego, un adelantado de la virtualidad.

La información os hará libres, lo que no equivale necesariamente a felices. La red no es sino un espacio de libertad porque derriba las paredes, la distancia y lo que contribuye a protegernos de los demás, pero no de nosotros mismos. Nunca estamos más solos ante nuestras decisiones que cuando estamos bien informados, excesivamente informados, diría yo. O, mejor dicho, aviesamente informados. Pongamos dos ejemplos de cómo la información transforma las variables de decisión y relativiza los conceptos.

Nuestra Bolsa. Salvo un puñado de valores, la Bolsa española viene permaneciendo anquilosada a lo largo de suficientes meses como para preguntarnos no ya por las causas -globalización, modas en la apreciación de los valores, etcétera-, sino por los remedios. Anquilosada es realmente un eufemismo. Siempre con la excepción de unos contados títulos, nuestra Bolsa está en el mayor de los olvidos, insuficientemente indiciada y a expensas de cualquier manipulación.

Que empresas destacadísimas del sector financiero se muevan en PER (multiplicadores de beneficios) de entre 10 y 20 veces, o que empresas de la economía real, recurrentes y diversificadas, con fuertes progresiones de beneficios y de rentabilidad por dividendo, coticen con PER rondando el 10, parece un despropósito. Despropósito en función de los actuales fundamentales de nuestro país, del volumen de ahorro y de que el grueso de nuestra Bolsa gotea a la baja absurda y machaconamente. Pero los mercados -los inversores institucionales- mandan, especialmente en un mundo donde España es sólo una fracción de Europa. Y al socaire de la actuación de los inversores institucionales, va calando una cierta histeria en los ahorradores de a pie, sobre todo si se cuenta con la exitosa experiencia del Nasdaq estadounidense.

Cierto es que nuestra Bolsa está insuficientemente desagregada y que además tiene lagunas sectoriales de consideración. Otra variable de desagregación es la dimensión de las empresas. Al menos, ya se ha legislado sobre un segundo mercado y un nuevo índice tecnológico. El hecho es que el Ibex35 es hoy más un instrumento desorientador que otra cosa, pues desde hace más de un año está enmascarando el verdadero pulso de la Bolsa en sus principales valores. La separación en dos índices pondrá más en evidencia a los bloques clásicos y a los tecnológicos. Pero sobre todo, evitará la referencia única y distorsionadora de toda la operatoria indexada. Desde los fondos Ibex a los futuros, pasando por las opciones, la confusión actual es patente.

Decía que nuestra Bolsa está siendo olvidada, al punto de que el ahorro interior se dirige cada vez más hacia un puñado de títulos tecnológicos y, lo que es más preocupante, a las bolsas de fuera. Hoy la Bolsa, salvo excepciones, no es un mecanismo habitual ni directo de financiación de las empresas, pero lo es del país en tanto atraiga capitales del exterior. En tanto desarrolle el ahorro interior. La Bolsa confirma el valor de nuestras empresas, que al ser solicitadas aumentan su cotización y su capitalización. Y aumentan su capacidad para crecer vía adquisiciones y su atractivo para plantear proyectos otrora impensables. Es preciso fomentar la inversión en todos los valores representativos de nuestra economía, porque en la exigencia de respuesta -de aquéllos a la demanda que se volviese a suscitar- radican las claves de su modernización y de su competitividad real.

La desagregación de índices, el impulso de la dimensión por medio de acuerdos y fusiones, la orientación al aprovechamiento de las redes de información disponible, la búsqueda de oportunidades y de mercados emergentes, una fiscalidad beligerante y compatible con Europa son medidas que contribuyen a avalar la credibilidad perdida por los sectores clásicos.

Todo ello tiene mucho que ver con el hecho de que la información transforma las variables de decisión de los inversores, llegando a manipularlas en ciertas ocasiones.

Como consecuencia inevitable de la falta de representatividad de nuestra Bolsa en Europa, existe el riesgo o la tentación de su manipulación. Puede tirarse el índice, por ejemplo, vendiendo futuros. Y viceversa. Hay también otras fórmulas tan simples y seguras, operando sobre unos pocos valores que cubran el grueso del índice. Basten como muestra los predeterminados tirones alcistas -o todo lo contrario, según convenga- del futuro del Ibex en la media hora de la tarde de los terceros viernes de mes. Suena a las antiguas novenas y, como en éstas, todas las oraciones son pocas para acertar a menos que se esté en el meollo de la historia.

Por qué no moderar el peso exagerado de ciertos valores en los índices. O sorprender al personal -léase a los grandes inversores- con mediciones de esa media distintas a las previstas en cadencia y horario. Todo en secreto previo y con fe pública. Por descontado, son sólo propuestas virtuales ante los peligros reales que acechan a la Bolsa.

Los monopolios. Este término siempre ha sido sinónimo de abuso, de un poder incontrolado ante el consumidor, la parte débil. Visto así, no hay mayor poder que el del Estado ni mayor debilidad que la del ciudadano en tanto se considere que el Estado es un monstruo y no algo de la misma especie que el pobre ciudadano. El monopolio se justifica como mecanismo de defensa del administrado. Por ejemplo, la justicia, como si a esta señora hubiera que buscarle justificación.

El monopolio debería ser injustificable. Tendría que reducirse a una palabra hueca. Y es cuando pretendemos conceptuarlo cuando caemos en la relativización, que es una de las trampas de la información a las que nos refirimos.

En su día, aun contando con una red troncal de fibra óptica, se pospuso el tendido del cable a los hogares porque se entendió que era como matar pulgas a cañonazos. Las 36.000 señales que un cable puede transportar, la interactividad que brinda, ¿para qué? ¿Para ver fútbol pasivamente? Entonces se dijo: desarrollemos plataformas digitales por satélite. Tenemos dos. Seguramente demasiadas también. Antes se pensaba así y se apostaba por fusionarlas como una forma de racionalizar la situación. Ahora la racionalización se ha convertido en monopolio. Sin embargo, ¿quién puede asegurar que no se va a empujar de nuevo el cable? A la vista está la tecnología ADSL para Internet de gran velocidad que aprovechará el tradicional par de cobre telefónico. Pero también, el hecho de que esta tecnología pueda toparse con la enemiga de los operadores del cable y con las nuevas licencias de radio que mejorarán las prestaciones del ADSL.

¿Cómo frenar algo tan incontrolable como los nuevos hábitos y los nuevos contenidos? ¿O es que no van a aparecer otros terceros -especialmente foráneos- intentando montar más plataformas?

La información soportada en las nuevas tecnologías desborda el marco conceptual del monopolio. Y así suena a limosna el empeño de velar por que el abonado pague menos y menos en base a un exceso de oferta. Cosa bien distinta es prestarle calidad y darle opciones. Si no, volveremos a las pulgas y a los cañonazos. Pero ante todo, es preciso evitar que el abonado sea el chivo expiatorio de una competencia falsa y controlada. Que yo sepa, no es ni será el caso que nos ocupa. Por tanto, dudo de que el camino sea obligar al mantenimiento de una determinada situación irracional. Lo que importa es que entren y salgan los que deban y quieran siempre que se respeten las reglas. ¿A qué reglas me refiero? A las que impiden que el monopolio sea algo más que una palabra hueca.

La información os hará libres y, como tales, más débiles y humanos. Porque ya me dirán si no es triste ignorar el color de las rosas. La información nos hará libres y, en ocasiones, más débiles. Los aledaños de la información han sido cómplices en la postración de buena parte de nuestra Bolsa, haciéndola vulnerable y restando oportunidades a muchas de nuestras empresas. A la posible fusión de las plataformas digitales se le llamó racionalización; ahora, en cambio, se le llama monopolio.

Javier Gúrpide es doctor ingeniero industrial y en Ciencias Económicas.

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