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Cañas que se vuelven lanzas SANTOS JULIÁ

Tenían hace seis meses todas las de ganar y se comportan como presuntos perdedores: escondiéndose, rechazando con ruines argumentos los debates en televisión, acusando a la oposición de pactos ocultos, extremando el lenguaje hacia sus antiguos socios nacionalistas, ofreciendo promesas demagógicas, llamando al miedo. Se diría que han entrado en una destemplada carrera por labrarse el mayor número de adversarios posibles: perdida la inapreciable alianza tácita con Izquierda Unida, su actual furor antinacionalista les va a dejar, aún en el caso probable de que ganen, en muy débil posición para lo que puede temerse como laboriosa negociación poselectoral. En verdad, resulta difícil entender los derroteros por los que han conducido una campaña electoral que les aisla de sus posibles socios de mañana sin atraerles hoy un mayor caudal de votos.No los atraen por un doble motivo. Ante todo, porque han optado por una estrategia defensiva, incapaces de someter a escrutinio público, ante los ojos de todos los electores, el balance de sus cuatro años de Gobierno. Los mítines sólo sirven para mantener el sostén de los convencidos, que suelen ser, en los tiempos que corren, los miembros de los clanes familiares y clientelares más los jubilados convenientemente invitados a pasar un día de palmas y asueto. Las entrevistas transmitidas por televisión son tan versallescas, tan de pregunta preparada y respuesta estereotipada, que aburren hasta a las ovejas. Carecemos aquí de entrevistadores capaces de preguntar a base de dosieres documentados, de dominio de cifras y datos; andamos sobrados sin embargo de locutores complacientes, que pasan a la segunda pregunta aunque su interlocutor haya respondido a la primera saliéndose por los cerros de Úbeda.

Pero no los atraen, además, porque se las han apañado para que una campaña construida sobre el machacón mensaje de la estabilidad no haya logrado despejar las dudas razonables sobre la capacidad que le queda al PP para llegar a pactos poselectorales, su gran fracaso en las pasadas elecciones autonómicas y municipales. ¿De quiénes aparecen amigos hoy los populares, si hasta se lamen las heridas infligidas por sus entrañables amistades de la adolescencia y juventud? Si las relaciones con los compañeros de pupitre han llegado a tal grado de deterioro ¿a dónde habrán ido a parar los requiebros que mutuamente se dirigían con los mandamases del PNV? En las últimas semanas, los populares no han escatimado esfuerzos para aparecer ante el público como gentes solitarias, aisladas, que se bastan y sobran para gobernar sin necesidad de aliados.

De lo que parecen no haberse percatado con una campaña tan a propósito para labrarse tantas y tan variadas enemistades es de que, por vez primera, el partido que consiga mayor número de diputados no tiene por qué ser necesariamente, si queda lejos de la mayoría absoluta, el partido con más legitimidad para recibir el encargo de formar Gobierno. Pues, por un lado, PSOE e IU podrán presentar la suma de los escaños conseguidos por sus respectivas candidaturas como formando parte de una sola coalición de Gobierno, lo que daría una mayoría relativa a la izquierda en el caso de que se repitieran resultados similares a los de 1996. Además, al plantear una política algo más equilibrada hacia los nacionalistas, esa posible mayoría relativa de izquierda podría contar más fácilmente con sus escaños, que sumarían en conjunto, aún exceptuando a CiU, un número suficiente para alcanzar la mayoría absoluta.

Por eso es difícil de entender la conducta del PP, enrocándose en una esquina del tablero, evitando el cara a cara, compensando el apocamiento de sus líderes con una agresividad muy extemporánea y, en definitiva, algo suicida. Tal vez esperaban que en estas elecciones podrían divertirse de lo lindo jugando a las cañas con sus adversarios, pero habrán de cuidarse para que en el poco tiempo que queda las cañas no se les vuelvan lanzas.

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