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A 'televisazo' limpio

Como en cada ocasión anterior, la divulgación del informe del comité de redacción de TVV ha alborotado el gallinero político. Tanto más estos días, colmados de agobios y urgencias electorales en el seno de las fuerzas políticas en liza. Si a lo largo de la legislatura enfada y escandaliza justamente la manipulación de los medios de comunicación de titularidad pública, ahora, con la sensibilidad a flor de piel, estas perversidades crónicas que jalonan la historia de la televisión autonómica adquieren visos de delito de lesa majestad. No en balde se tiene por cierto, aunque sin demasiado fundamento, que quién tiene la llave de la caja tonta condiciona la preferencia de los votantes.Del aludido informe ya se ha escrito prolijamente y con pocas novedades. De nuevo, y como es dable creer, las siglas que gobiernan se escancian a su gusto el tiempo y la oportunidad de su presencia en la pequeña pantalla, dejando las migajas para la oposición. Así ha venido siendo tanto mandando los moros como cuando mandan los cristianos. Lo cual sugiere que este vicio no se enmendará sino al compás de nuestra maduración democrática colectiva, cuando se consensuen instrumentos de control y garantías que no dependan del Consell de turno, y muy particularmente de su presidente. Los presidentes siempre se inclinarán, si está en su mano, por nombrar directores de TV obsecuentes que independientes capacitados.

A este respecto, y por ser una experiencia vivida, resulta muy ilustrativo el relato ( Incluido en el libro La televisió (im)possible) de quien fuera jefe de informativos de TVV en la etapa socialista, Juli Esteve. Cuenta este periodista, de conocida probidad, cómo era presionado por el PP para enseñorearse de los espacios informativos, señalando qué actos o episodios habían de cubrir las cámaras e informadores del ente. No es extraño que los otros hiciesen lo mismo, aunque después, todos a una, proclamasen y proclaman el respeto a los profesionales de la noticia, que al parecer han de serlo en la medida que se acomodan a las conveniencias ajenas.

Se comprende, cómo no, que los partidos perjudicados -que teóricamente lo son todos menos el PP- se hayan apresurado a protestar a televisazo limpio y ante las juntas electorales por la manipulación que los discrimina. Quizá sirva de poco, pero nos consolaría que este trance les aleccionase, cuando menos, para promover soluciones equitativas cuando tengan la sartén por el mango, que algún día será, Dios mediante.

Ya no se comprende tanto que estos partidos, tan celosos y acuciosos por aparecer en TV, echen a perder las oportunidades que por derecho tienen. Nos referimos al paripé de debates que se vienen sucediendo en los platós de Burjassot. Alguien debiera instruirles acerca de las consecuencias de tal payasada, pues no hay mortal que aguante la sucesión de peroratas, a menudo torpes y enervantes por faltarles el aliciente de la réplica y la traca de los recursos retóricos. Pero claro, para arriesgarse al juego dialéctico y a la confrontación, esta tropa que nos predica con gesto autista habría de exhibir otros mimbres intelectuales y políticos. Todos, o casi, han preferido pasar por tediosos antes que jugarse el tipo en la esgrima de razones y críticas. Piensan estos insignes ponentes que, poniendo ellos el careto, la TV hará el milagro de prestigiar su donaire personal y discurso. La triste realidad es que no consiguen otra cosa que espantar a la clientela y, salvo pocas excepciones, revelar la mediocridad de la clase política que se postula para representarnos.

La televisión -como los demás medios públicos- no puede seguir siendo cortijo de nadie, obviamente. Es un poder excesivo para ser administrado arbitrariamente. Pero los partidos políticos, al tiempo que reivindican su imparcialidad, debieran aprender a usarla sin malbaratar sus oportunidades.

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