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El monopolio de los partidos

Si de las desgracias personales nos recuperamos al poco tiempo, ¿cómo van a mantenerse largo los escándalos políticos en la atención de la gente? La opinión pública alemana lleva ya tres meses abrumada con los dineros negros que manejaba la CDU, sin que hasta ahora las investigaciones judiciales y las parlamentarias hayan arrojado mucha luz, aunque sí nuevos motivos de escándalo, como los protocolos desaparecidos en la cancillería. El político al que se le coge con las manos en la masa sabe que la mejor forma de escapar es negar la evidencia, encomendarse a la justicia, en la que dice confiar, a la vez que se ocupa de entorpecer todo lo que pueda el que se aclaren los hechos -no en vano, vivimos en un Estado de derecho- y esperar a que el tiempo cubra un tupido velo sobre lo ocurrido.En un momento en que los comentaristas se preguntan agobiados cuál habrá de ser el impacto de tan grave incidente sobre la credibilidad de las instituciones, llegando incluso a elucubrar alternativas democráticas al Estado de los partidos, las elecciones del pasado domingo en Schleswig-Holstein han dado un respiro a la clase política. Después de una larga racha de derrotas, vence el SPD: ¿se acuerda alguien de Lafontaine y del programa socialdemócrata no cumplido? Los demócratas cristianos pierden sí unas elecciones que antes del escándalo tenían ganadas, pero con un 35% de los votos pueden darse por contentos, al haber evitado la conmoción anunciada. Los verdes, unos pacifistas harto peculiares, capaces de justificar una guerra de agresión, pierden votos, pero sobrepasan el 5% que les permite continuar en el Gobierno regional y, con ello, consolidarse en el federal. En fin, los liberales que estaban con el agua al cuello, luchando por la mera sobrevivencia, consiguen los mejores resultados de su historia en este land y se colocan de nuevo en el puesto ambicionado de tercer partido, adelantando a los verdes. El sistema de partidos, que los analistas nos dicen que estaría pasando por su más honda crisis, a juzgar por los resultados de estas elecciones se encuentra en perfecta forma.

¿Otra vez, como apunta la clase política, constatamos la enorme distancia que va de la opinión pública a la opinión publicada, haciendo patente el abismo que separa lo que difunden los medios de lo que piensa la gente? Nadie niega esta distancia y lo malo sería que no se diera. Individuos, dentro de grupos minoritarios, son los que conciben las ideas, que sólo muy lentamente alcanzan al gran público. De modo que siempre habrá un desfase entre lo que piensan científicos, intelectuales y publicistas, y lo que pasa por moneda de ley entre el gran público. Lo malo es que se invierta el proceso y los medios potencien lo que la gente piensa, por ejemplo sobre la pena de muerte o sobre los inmigrantes, abriendo de par en par las puertas a la demagogia. Siempre habrá un populista -los distinguiréis por su antiintelectualismo visceral- que se aproveche.

Con escándalo o sin él, con repercusión electoral directa o sin ella, un tema crucial de nuestro tiempo es la crisis del Estado democrático de partidos. Los partidos, no sólo en cuanto a una financiación no resuelta, sino en su fundamento, al favorecer estructuras caudillistas, se muestran incapaces de cumplir con el imperativo constitucional de democracia interna. Avanzar en el proceso democrático, única forma de que a la larga la democracia perviva, exige encarar la cuestión clave de la democratización de los partidos. Como en esta dirección no se perciben vías factibles, la discusión en Alemania en estos meses se ha centrado en detectar nuevas formas de participación ciudadana, es decir, de democracia directa. Y ello, teniendo en cuenta que la Constitución alemana, debido al ejemplo de Weimar, había sido muy recelosa ante cualquier forma de plebiscito, es especialmente significativo. La experiencia que hoy se impone es la contraria: los mayores riesgos provienen del monopolio político que de hecho ejercen los partidos, en condiciones de bloquear cualquier forma de renovación democrática. El futuro de la democracia depende en buena parte de la capacidad que tengamos de vivificarla fuera de las redes de los partidos.

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