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CLAUDIO RANIERI Éxitos y fracasos del General Romano

No era nada raro ver al romano Claudio Ranieri paseando por las calles más céntricas de Valencia, en plena festividad de las Fallas, del brazo de su esposa y respondiendo con su amplia sonrisa a los múltiples agasajos de los aficionados que lo reconocían. Más que huir de la fama, disfrutaba de ella. Ranieri se sintió muy a gusto en Valencia, quizá porque a la gente le gustaba su histrionismo mediterráneo, sus chistes malos y los gritos que les lanzaba a los jugadores. Su buena imagen la redondeó primero con una coartada sentimental (dijo que añoraba a su esposa y a su hija, que vivían en Italia), y después con otra futbolística: su estilo frontal y efectivo clasificó al Valencia para la Liga de Campeones y cazó una Copa del Rey para los de Mestalla 20 años después. Así fue como se convirtió en un héroe en Mestalla, sin adivinar siquiera que su estrella se apagaría en ocho meses a orillas del río Manzanares, ocho meses de infortunio, decisiones equivocadas y un fútbol mediocre.Claudio Ranieri, de 48 años, tocó la gloria y el fracaso en su tránsito como entrenador en España. El prestigio se le extinguía a la carrera en su errática estancia en el Atlético, y ayer el técnico decidió frenar la caída puesto que se dio cuenta de que no había remedio. Su llegada a Valencia se produjo en el invierno de 1997, cuando Jorge Valdano había perdido los cuatro primeros partidos de Liga y el entonces presidente del club, Francisco Roig, quería fichar a un entrenador duro, que metiera en vereda a la plantilla. Arribaba a Valencia el General Romano, como lo apodó de inmediato la prensa local, un experto en reflotar equipos en situación precaria (lo logró en el Cagliari, el Nápoles y, sobre todo, en el Fiorentina, al que subió de Segunda a Primera italiana y con el que ganó una Copa y una Supercopa de Italia).

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El entrenador italiano dejó menos amigos dentro del club, donde le reprochaban su cinismo, que fuera, donde la gente lo veía como un gran tipo. El caso es que el juego frontal que propugnó les venía como anillo al dedo a los valencianistas. Ranieri, sin embargo, pasó malos momentos en Mestalla (su relación con Cortés siempre fue mala) y a principios de la temporada pasada ya se comprometió con el Atlético, sin conocer, por supuesto, todos los éxitos que llegarían después con el Valencia y su nueva condición de héroe valencianista. Entonces ya no quería marcharse, y decidió echarle la afición encima a Cortés, insinuando que éste lo obligaba a irse, pero había sido él quien primero había decidido dejar Mestalla.

En el Atlético entró con mal pie. Primero al tratar de traerse a su buque insignia en el Valencia, el Piojo, que se negó a pasar por el club madrileño antes de fichar por el Lazio. Después al sucumbir a la presión de los Gil para que jugara Molina en vez de Toni, y más tarde al perder incluso el apoyo directo de la familia Gil cuando ésta dejó de mandar en el Atlético. La hinchada atlética, que nunca lo quiso, tenía la coartada perfecta. Y le pidió que se fuera. Su proclamación de un fútbol primario y el escaso partido que le sacó a Valerón acabaron por envenenar el ambiente. Ranieri regresará a Italia, pero tal vez vuelva algún día al Valencia, donde descubrió y valoró la paz que se respiraba en el fútbol español en comparación con el italiano. "Aquí pueden ir las familias a los estadios", dijo un día sorprendido.

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