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El debate de los bostezos ALEJANDRO V. GARCÍA

Los dos púgiles principales de la velada electoral transmitida la noche del miércoles por Canal Sur, a falta de ideas, se agredieron con cifras. La monotonía fue desesperante. El aspirante socialista Manuel Chaves lanzaba un dividendo al hígado de Teófila Martínez y ésta respondía con un certero porcentaje de paro femenino; Chaves, inquieto, reaccionaba con los miles de transplantes del Servicio Andaluz de Salud pero, al bajar la guardia, era golpeado en el mentón por la candidata del PP con la cifra del fracaso escolar. Con la insistencia propia de un debate a ciegas los contendientes fueron acumulando números y números. Ninguno mereció el triunfo, pero los espectadores tampoco merecieron el espectáculo. Los otros dos invitados, Antonio Romero, por IU, y el andalucista Pedro Pacheco, se mantuvieron en un discreto segundo plano, convencidos de su papel subalterno y su complicidad, pasada o futura, con el PSOE.Los candidatos no llegaron a exponer, en las casi dos horas de debate, ni una idea nueva. Chaves volvió a utilizar contra su adversaria los argumentos atesorados durante la pasada legislatura, y Teófila Martínez respondió con la misma escasa originalidad. Puestos a buscar un vencedor, habría que buscarlo en aquel que más rápido abrumó al otro con un golpe de cifras. Hubiera bastado una idea original para haber resuelto la disputa, pero ambos aceptaron un cuerpo a cuerpo abúlico, basado en viejas y conocidas marrullerías, ensayadas hasta la saciedad en los debates de los últimos cuatro años.

La principal conmoción de la noche se produjo cuando Pedro Pacheco aludió al asunto de mayor gravedad que ha sacudido Andalucía en los últimos años, la persecución contra los inmigrantes de El Ejido. Pero fue una chispa que no prendió. Ninguno de los candidatos quiso analizar el comportamiento de sus partidos en los gravísimos altercados ocurridos en la provincia de Almería. Y pasaron de largo, como si nada hubiera ocurrido. ¿Temían que la sinceridad les disminuyera el voto?

Antonio Romero trató de mantenerse airoso en lo alto de su paradoja: estar a favor del PSOE que ha firmado el pacto federal de izquierdas pero en contra de Chaves. ¿Cómo resolver tan intrincada cuestión? Romero, convencido de su situación apurada, se encomendó una y otra vez al acuerdo federal e incluso no tuvo reparo en describir un fantástico gobierno a dos entre Joaquín Almunia y Francisco Frutos que resolvería cualquier diferencia con Chaves y acogotaría al mismo tiempo la veleidad de la derecha.

Pacheco, con su sorna habitual, se distanció tanto de la seriedad con que se arrojaban cifras Chaves y Martínez, que de la triste soledad de Romero. Incluso cada vez que llamaba a la candidata del PP Teófila, los espectadores escuchábamos Teodora, como la denomina usualmente en sus comparecencias públicas. Es el milagro de la ironía: se pronuncia una cosa para que se entienda justamente la contraria.

Pero los candidatos de IU y del PA no sólo eran conscientes de su inferioridad real sino que también tuvieron que sobrellevar su complicidad como colaboradores futuros o pasados del PSOE. Esto indujo a Teófila Martínez a pensar que estaba luchando a solas contra tres. Llevaba razón y siguió repartiendo bofetadas de porcentajes.

¿Y el árbitro? El periodista Tom Martín Benítez, cuya imparcialidad fue cuestionada por el PP, trató a las partes con exquisita deferencia, en especial a la "señora Martínez". Eso sí, forzando un poco los modos versallescos.

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El principal debate puso de manifiesto una antigua sospecha: que los partidos políticos se preocupan más de que el contrario no les arañe dos o tres segundos del tiempo que les corresponde en las emisiones electorales que de cómo llenar esos espacios

Canal Sur, que se jactó ayer de que el debate fue seguido por una media de 600.000 espectadores, debería inventar un calibrador de frustraciones televisivas. Las cuentas serían distintas.

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