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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Incompetencia

Los más selectos portavoces del PP salieron ayer en defensa del presidente de la patronal, José María Cuevas, que la víspera había descalificado en términos cuando menos extemporáneos las propuestas económicas del candidato socialista, Joaquín Almunia, y en particular las referentes al papel del Tribunal de la Competencia. Resulta revelador este quite del PP, porque ilustra acerca de su doble moral en materia de defensa de la competencia: el discurso liberalizador a ultranza es compatible con actuaciones políticas encaminadas a proteger contra la competencia a determinadas empresas."Lo último que haría alguien que quiera gobernar sería dar más poder al Tribunal de Defensa de la Competencia", dijo Cuevas. Si ése es el criterio de la organización que preside, la CEOE no representa al sector más dinámico del empresariado. Si es sólo una opinión personal, la CEOE debería considerar seriamente si es competente para el cargo.

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Lo preocupante no es tanto el empleo de algún término grosero -aunque haya roto normas elementales de urbanidad-, sino la animadversión tan primaria que mostró el presidente de la patronal hacia una opción política que tuvo más de nueve millones de votos en las últimas elecciones, que es asimilable a la que gobierna en 12 de los 15 países de la Unión Europea y que constituye la única alternativa real al PP. Hablar cazurramente de "milonga" a propósito de tales propuestas descalifica al cazurro antes que al candidato. Pero lo más preocupante de su intervención es que refleja una concepción jurásica de las relaciones entre el poder político y la empresa en una sociedad moderna. En un modelo de mercado global, los empresarios conscientes de su papel -muchos, por fortuna- necesitan reglas de juego iguales para todos y organismos reguladores independientes decididos a actuar con neutralidad. Cuevas parece añorar el modelo premoderno, tan perfeccionado por el franquismo -en cuyo sindicato vertical veló sus primeras armas-, del contacto directo, la presión recíproca y el tacto de codos entre Gobierno y empresarios, con unos consumidores al fondo que pagan la factura de los entendimientos en la sombra.

Cuevas debería alegrarse de que el PSOE e IU concedan importancia a la competencia como criterio de eficiencia. Si no lo hace tal vez sea porque teme que se lo tomen en serio, algo que apenas ha ocurrido en estos años. Durante esta legislatura, el discurso ultraliberal ha coexistido con el reforzamiento bajo cuerda de situaciones de monopolio u oligopolio en sectores como el eléctrico, la distribución de tabaco, el gas natural o el transporte de viajeros por carretera, que están representados en la CEOE. Y con medidas tendentes a limitar la repercusión social de las recomendaciones del Tribunal de la Competencia. Si se trataba de eso, se comprende el sarcasmo de Cuevas; mucho más cuando su batallón de defensa lo encabeza el ministro Piqué.

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