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Tribuna:ELECCIONES 2000EN CAMPAÑA
Tribuna
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Un responso para Chiquillo

Miquel Alberola

José María Chiquillo es el último espécimen en peligro de extinción de Unión Valenciana. Anda, por ello, a la greña con el candidato del PP Francisco Camps, aunque el ex consejero tiene el cráneo muy deforestado para estos embates. Chiquillo es hombre electoralmente muerto desde que Eduardo Zaplana despejó la duda de qué le convenía más, si potenciar al partido que fundó el difunto como apoyo ortopédico o demolerlo para levantar la mayoría absoluta sobre sus escombros.Estos días va delante de una jauría con los belfos soplándole el cogote, a punto de roerle el pescuezo. No hay que darle vueltas: José María Chiquillo está diseñado para ir en Vespino. La Naturaleza se da a menudo esta clase de caprichos sin pedirle disculpas a nadie. El hombre hizo los objetos como adaptación a su morfología, pero hay cuerpos que invierten esta regla. Parecen hechos a partir de la forma del objeto, como prolongación. Es el caso de Chiquillo. Encaja con naturalidad con las piernas a horcajadas en el sillín de un Vespino y cerrado en garras sobre el manillar, trazando una silueta afilada, a punto de salir en una estampida que se produce con mayor velocidad en su mente que en su vehículo.

Se le podría encontrar sin casco, con su pelo tachonado y su cara de navajita, en cualquier semáforo con el disco en rojo tratando de contener, no sin dificultad, la impaciencia. Dándole juego a la muñeca con acelerones de gas y los ojos a punto de saltársele como en una ráfaga de metralleta. Demasiado nervioso para la última carrera que corre estos días y demasiado nervioso para cualquier carrera. La sonrisa gótica de Francisco Camps es la piedra contra la que se romperá la crisma.

Salió del anonimato cuando Vicente González Lizondo dejó de ser "la voz de Valencia en Madrid", gracioso título que se arrogó con la impunidad de un capataz de latifundio. Aunque este joven abogado de Sumacàrcer no consiguió del todo sacar la cabeza, porque se ha pasado las legislaturas tras un pilar de la última fila de bancos del Congreso de los Diputados. Lizondo logró salir de allí con una naranja en la mano, como si fuera un Hamlet de regadío, declamando un victimismo muy cítrico, que le reportó pingües beneficios parlamentarios. Chiquillo, en cambio, nunca consiguió igualar esta representación, aunque en estos días también interpreta en cierto modo a Shakespeare. Se juega el ser o no ser de su partido, el fin de una especie que ha buscado acomodo en el PP.

En sus escasas intervenciones parlamentarias siempre se apostó en la tribuna de oradores con la pose de un motorista de 49 centímetros cúbicos dispuesto a levantar la rueda delantera y ganarle la salida en el semáforo a jinetes que cabalgaban vertiginosos proyectiles japoneses. Pero siempre fue cazado a los pocos metros, lo que le provocó réplicas despachadas con abundante convulsión, como salidas de un tubo de escape con el silenciador desgañitado, que complacían discretamente a una clientela muy adicta al docudrama nável de Lizondo.

Pero eso fue mucho antes de darse la leche.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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