Miserable situación de guerra
Han mostrado tanta comprensión hacia los asesinos que han perdido la capacidad de entender la emoción de las víctimas. El comunicado del PNV atribuyendo a agentes del Cesid las manifestaciones de Vitoria añade al asesinato de Fernando Buesa un agravio hacia los ciudadanos que le habían confiado su representación política en el Parlamento de Euskadi y hacia los militantes del partido que le habían elegido secretario general. Que compañeros y electores del diputado asesinado pidan la dimisión de alguien que ha asumido la presidencia del Gobierno de Euskadi por disponer de los votos de los representantes de ETA no es sólo la expresión de un estado de ira o irritación sino la obligada consecuencia política del crimen. Y no porque el Gobierno haya fracasado en su función de garantizar la seguridad de sus ciudadanos sino porque se trata de un Gobierno que debe en origen su existencia a una coalición con el brazo político de los asesinos.No se diga que con tal exigencia se demoniza al PNV. Toda la vacua palabrería sobre iniciativas arriesgadas y pistas de aterrizaje no es más que una cortina de humo que impide ver lo esencial. Y lo esencial es que el PNV no es un partido de oposición; que el PNV es, siempre ha sido, Gobierno de Euskadi. Si, por una perversión de la democracia, un Gobierno sólo puede subsistir porque en su acta fundacional ha firmado una alianza con una organización cuyo propósito explícito consiste en exterminar a los representantes políticos de sus adversarios, ese Gobierno perdería, con su legitimidad, su única razón de ser: el ejercicio del poder que impida, si es preciso con el uso de la fuerza legítima, la guerra de un sector de la sociedad contra otro.
A cumplir esa función es a lo que ha renunciado el PNV con su coalición con EH. En lugar de trazarse como único objetivo político el de ser Gobierno y hacer respetar la ley, el PNV ha buscado una alianza con un partido que define a la mitad de la ciudadanía vasca como "gusanada". Basta que la parte más valerosa, o más irritada, de esos ciudadanos mil veces ofendidos decida arriesgar su seguridad física y salir a la calle para que el lenguaje de quien manda de verdad en el Gobierno vasco, que es Arzalluz, reduplique el lenguaje del constructor de escenarios nacionales que es Otegi. El magnífico actor en que ha venido a parar este dirigente de HB, siempre con algún escenario a cuestas, no podía encontrar mejor doble que el carismático líder del PNV: uno llama a los manifestantes gusanos, el otro agentes del Cesid.
Gusanos agentes del Cesid los que se enfrentan a los asesinos esgrimiendo únicamente el arma de su voz y de su voto: Arzalluz y Otegi comparten esa posición, la proclaman, la escriben en sus manifiestos, la aducen como justificación de su política. Pero Arzalluz y Otegi no son cualquier cosa en Euskadi; son Gobierno de Euskadi: uno porque el presidente de ese Gobierno está bajo sus órdenes; otro porque sin su apoyo parlamentario ese presidente no hubiera recibido la investidura; los dos juntos porque faltando a su palabra, mintiéndola y reduciéndola a ceniza, siguen como si tal cosa, presenciando impasibles el terror que se cierne sobre políticos elegidos por el mismo pueblo al que dicen servir.
Cuando un Gobierno existe en virtud de un pacto con una fuerza política que mata o legitima la muerte de un sector de sus ciudadanos, lo que hace es empujar al conjunto de la sociedad a lo que Hobbes llamaba "miserable condition of War". Hobbes, que tenía la bondad natural del hombre como una monumental bobada, justificaba la existencia del Estado porque era el único artificio capaz de evitar aquella miserable situación de guerra. Pero declarar una guerra a los ciudadanos no nacionalistas es el único propósito de ETA; esa es la razón de la mímesis irlandesa que tanto fascina a las gentes de HB; lo desolador es que idéntico objetivo sea también el de los directores del partido que gobierna en Euskadi.
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