Mientras más hablen, mejor
Ha llegado el momento del compromiso. Ahora que se inicia formalmente la campaña electoral, conviene que los distintos candidatos fijen sus posiciones de partida, que determinen, en definitiva y sin vacilaciones, la foto-fija con la que situar así a cada una de las opciones que se presentan ante el votante.Nada de programas hechos en serie y en los que se incorporan modificaciones puntuales complementarias a razón del lugar en donde se presenten las distintas formaciones políticas. Textos, en algunos casos, incluso, que sólo incorporan ligeras modificaciones de una legislatura a otra para tratar de actualizarlo. Frente a esta chapucera actuación, los ciudadanos tienen el derecho de conocer las propuestas de unos y otros con la mayor concreción posible. Por eso, mientras más hablen los candidatos, mejor. Así se comprobará el grado de responsabilidad que están dispuestos a asumir ante la sociedad. Sin ambigüedades y planteamientos más bien tópicos que se parecen a una generosa carta a los Reyes Magos antes que a un programa serio.
De ahí que cada vez más se valoren al alza los esfuerzos crecientes que se vienen haciendo por parte de la clase política para plasmar en papel, con luz y taquígrafos, las sugerencias, reivindicaciones y anhelos de una ciudadanía que tiene derecho a sentirse alejada de la parafernalia partidaria. De esta forma, el proceso se configura, primero, como un método eficaz para confeccionar unos programas más apegados a la realidad, y, segundo, se constituye como un cauce idóneo para fomentar la participación política.
En este sentido, la figura de los contratos-programas puede ser un buen recurso para captar una mayor atención de todos. Eso mejor, desde luego, que otras formulaciones que parten directamente de la cocina más recóndita de los aparatos de los respectivos partidos políticos, sin afán alguno de comprometerse de forma sólida con los votantes.
Igualmente, se requiere llegar al máximo número de personas posibles. Este requisito obliga a descartar la intención, que ya más de uno confiesa en público, de la necesidad de acortar en el tiempo la duración de las campañas. El masivo alcance de los medios de comunicación actuales, así como Internet y otros avances más, cuestiona, en efecto, la vigencia del tradicional acto político, al que, como se sabe, cada vez acude menos gente dispuesta a ser convencidos por los intervinientes, porque ya lo están previamente. Por tanto, estas nuevas tecnologías hacen que el discurso político responda a estrategias más refinadas.
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