Liturgia electoral
PACO MARISCAL
El obispo Reig de Castellón hace unos días y luego después la Conferencia Episcopal han entrado al trapo electoral. Es su derecho y hay que garantizarlo. Además, nuestras campañas electorales suelen ser más divertidas y bullangueras que las de los países fríos y nórdicos de Europa. Aquí acudimos a mítines y concentraciones donde los candidatos de romanos y cartagineses utilizan la lengua con especial invectiva. Los discursos ácidos o ásperos de los unos y los parlamentos engolados y afectados de los otros pertenecen al ritual litúrgico de nuestras democracias latinas y mediterráneas. Rompen la monotonía de los trabajos y los días de militantes y simpatizantes; son casi un espectáculo parateatral.
Sin entrar en valoraciones ideológicas o políticas, uno recuerda, casi con nostalgia, el gracejo andaluz e inigualable de aquel Felipe González de las primeras elecciones en el 77. En La Plana y en campaña revalidó el Isidoro clandestino sus conocimientos de la Enciclopedia Álvarez y del catecismo de Ripalda con el consiguiente recocijo y júbilo de los miles de castellonenses que le escuchábamos. Para el líder socialdemócrata, la derecha más derecha de entonces, la del grupo de los 7 con el neocentrista Fraga a la cabeza, se convirtió en la representación de los siete pecados capitales, de las siete plagas del Egipto de los faraones; eran la familia del bíblico Lot, y con ellos se corría el peligro de convertirnos en estatuas de sal, por mirar hacia atrás.
Inigualable oratoria entre lo coloquial y lo culto. Ahora anda el asunto más soso e insípido. Sin ir más lejos se debe tener fe de neófito para aguantar el discurso monótono y salpicado de engolamiento del candidato a la presidencia del Gobierno José María Áznar. O ingresar en la tercera orden de San Francisco para prestar atención a la prédica electoral de nuestros obispos. Y es que por estos andurriales somos propensos al bullicio verbal, que no otra cosa son en gran medida las campañas electorales en el Sur. En el Norte son más serias, y en Chicago o Filadelfia más horteras y cursis, con globos multicolores y niñas faldicortas y sombreritos a lo Maurice Chevalier. Que a lo mejor por eso hay tan escasa presencia de electores norteamericanos en las urnas.
Aquí, en Europa, los ciudadanos votan masivamente, si comparamos los índices de participación electoral a uno y otro lado del Atlántico. Más que el júbilo bullanguero de las campañas, posiblemente se utilicen por aquí con más frecuencia los dos lados del cerebro: el análisis racional y la percepción. Y esos dos lados nos indican que esta sociedad nuestra dejó hace tiempo de ser una sociedad rural, porque es mayoritariamente urbana con otros valores, otras costumbres y otros intereses. En las ciudades no es el párroco de la aldea quien formula y predica los valores morales que debe asumir el elector. Creyente o no, la ciudad es laica; eso lo saben donde el PP y todavía más donde el PSOE. Y por eso la prédica episcopal del obispo Reig y de los otros obispos cae en el vacío; tiene tan poca utilidad hoy en día como el anticlericalismo militante tradicional de los valencianos. Aunque tenemos que defender la libertad de expresión de los ciudadanos obispos, y también su derecho ciudadano a participar, como el resto de los mortales, en el bullicio bullanguero de las campañas electoras.
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