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OPINIÓN El otro consenso

De entre los muchos males de la Universidad española, debatidos insistentemente en los últimos años, tales como la masificación de sus aulas, la necesidad de improvisar en poco tiempo un profesorado que atendiera la creciente demanda estudiantil, la constante reivindicación de una mayor financiación, el siempre presente debate entre autonomía-heteronomía universitaria, etcétera, destaca en la hora presente un fenómeno que, sin ser propiamente de origen universitario, incide sobre el funcionamiento de la Universidad y la excelencia de sus resultados.Me refiero a la sensación que experimentamos cada curso, quienes llevamos muchos años en la vida universitaria, de que las cohortes de alumnos que nos llegan, procedentes de los ciclos previos de formación, adolecen de una deficiente formación básica, lo que por un lado dificulta su adaptación a los niveles de exigencia requeridos en la enseñanza universitaria y, por otro, hace que la universidad haya de asumir la tarea formativa en contenidos básicos, que deberían haber sido satisfechos en primaria y secundaria, con lo cual el rigor y la altura de la enseñanza universitaria decrecen. No sé si sólo experimentamos esa sensación en ámbitos universitarios humanísticos, o también es detectable en áreas técnicas o experimentales. En todo caso, quede la constancia de esa percepción.

El análisis de las causas de esta deficiencia del sistema educativo preuniversitario desborda con mucho las posibilidades de una corta colaboración periodística. A pesar de ello, de forma casi enunciativa, me atrevería a afirmar que uno de los factores más negativos en nuestro sistema educativo ha sido su constante inestabilidad.

Si alguien analiza el sistema francés, por ejemplo, comprobará que desde la implantación del modelo debido a la monarquía de Luis Felipe, las líneas básicas de la enseñanza primaria del país vecino apenas han variado, salvo las necesarias adaptaciones curriculares por la conveniencia de incluir nuevas materias o metodologías innovadoras en los distintos ciclos de enseñanza.

Por el contrario, entre nosotros ha sido uso habitual que cada nuevo ministerio haya querido dejar su impronta, promoviendo reformas que la mayoría de las veces han pecado de improvisación y creado graves tensiones en el sistema educativo, porque la adaptación a los cambios en este ámbito es costosa y lenta. Sólo en apenas veinticinco años de historia hemos presenciado la reforma de Villar Palasí y su Ley General de Educación, el intento grotesco de adaptar el calendario escolar al cronológico del simpar ministro Julio Rodriguez, la implantación de la selectividad por Mayor Zaragoza, el Estatuto de Centros de la UCD, la LODE del primer Gobierno socialista, luego la vigente LOGSE...

Un sistema educativo sometido a tan constantes vaivenes nada bueno puede generar. Por otra parte, la orientación de las reformas últimas me parece preocupante, en tanto que propende a una prematura especialización del alumno, que incluso tiene consecuencias a la hora de poder optar en el futuro entre una carrera universitaria u otra, además de perjudicar a su formación humanística integral. A mi juicio, las etapas de enseñanza primaria y secundaria son periodos en los que se ha de dotar al sujeto de una sólida estructura de conocimientos universales; la especialización ha de venir luego, en la Universidad, cuando se haya depurado ya la vocación personal.

Que a los 14 o 15 años, el estudiante haya de afrontar una opción entre las diversas líneas curriculares de bachillerato, determinante en gran medida de la carrera universitaria que pueda cursar en su día, parece algo precipitado, porque el alumno carece de la madurez necesaria para discernir su vocación científica o profesional.

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En todo caso, lo que se echa en falta en la definición del modelo educativo es un esfuerzo de pacto nacional para crear un sistema verdaderamente formativo, eficaz y duradero, y que por estar aceptado por todos no se vea sometido a los huracanes de constantes reformas. Nuestra sociedad, que ha demostrado madurez suficiente para consensuar una propuesta constitucional, un sistema de reparto territorial de poderes, un modelo de defensa e incluso un sistema económico universalmente aceptado, no puede mostrarse incapaz de unir a las fuerzas políticas y sociales en la tarea de definir el proyecto educativo que sirva para todos.

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