El velo de Isis RAFAEL ARGULLOL
En la sugerente última entrega de la revista Nexus (Barcelona, diciembre, 1999), dedicada a los límites del conocimiento y a las relaciones entre ciencia y conciencia, el biólogo Joaquim M. Fuster se refiere a la "hybris intelectual" como motor central de nuestra época: una noción -la de hybris- que en la cultura griega antigua aludía a la desmesura, a la incapacidad para fijar límites a la conducta humana, que definiría lapidariamente los excesos del presente. Por su parte, Ramon Folch, al calibrar la tensión entre ecología y tecnología, critica el reduccionismo de la "deslumbrada tecnociencia del siglo XX que ha desplazado la sabiduría dubitativa y se ha proclamado como la única forma de conocimiento verdadero". En ambos artículos el reequilibrio entre ciencia y conciencia se presenta como el factor clave del inmediato futuro.La reivindicación de una "sabiduría dubitativa" -no contra la ciencia y la tecnología, sino junto a ellas- es, efectivamente, el único medio para cuestionar o, al menos, paliar la arrasadora tendencia a la acumulación según la cual el principio del cada vez más (más velocidad, más posesión, más consumo, entre nosotros) destruye la raíz de todos los demás principios. En un horizonte de pensamiento monolítico, en el que todo debe ocurrir necesariamente y sin alternativas, el conocimiento como poder se impone al conocimiento como sabiduría. Y, sin embargo, es evidente asimismo, tras la experiencia del siglo XX, que el principal instrumento que poseemos frente a la hybris es la sabiduría de la duda.
Las prohibiciones y las legislaciones, en el caso de que se dictaran universalmente para contrarrestar determinados descubrimientos tenidos por peligrosos, tan sólo poseerían un efecto momentáneo y parcial. La tendencia a la transgresión forma parte de la lógica del conocimiento. Únicamente la aceptación de la pluralidad del saber contra el monopolio del conocimiento-poder otorgaría una base duradera a las discusiones éticas y a las acciones legales. Pero en este caso deberíamos educarnos, previamente, en un nuevo diálogo entre enigma y conocimiento.
A finales del siglo XVIII y principios del XIX, cuando se vislumbraban apenas los conflictos actuales, la principal metáfora que resumía esta encrucijada era la del velo de Isis, que protegía el acceso a los conocimientos últimos. Algunos, como Schiller, eran partidarios de no rasgarlo, impidiendo así que el hombre se precipitara en lo que prometía ser un pozo sin fondo. Escribía: "¿Conviene levantar el velo donde amenaza el espanto inmediato?". Muchos, sin embargo, eran partidarios de emprender la carrera con todas sus consecuencias. Uno de los que lo expresó más nítidamente fue Friedrich Schlegel: "Ya es tiempo que se rompa el velo de Isis y que los secretos sean revelados. Quien no resista mirar a la diosa debería huir o perecer".
Ahora bien, quizá la relación entre conocimiento y enigma no debería verse como una relación de contrarios, como un antagonismo incompatible, sino más bien como dos términos que se complementan entre sí. Todo desciframiento implica a su vez el resurgir de un nuevo enigma. Esta podría ser una de las direcciones en las que sondear la posibilidad de un conocimiento que no sea exclusivamente poder: la incursión en un enigma para poner al descubierto otro.
Parece como si la ciencia nos desnudara por completo los enigmas planteados, cuando en realidad nos propone un racimo de enigmas nuevos. Cada isla descubierta y conquistada revela la existencia de múltiples islas cuya exploración será una tarea posterior del trabajo científico.
Es inevitable, por su propia dinámica interna, que la ciencia tienda a rasgar constantemente el velo de Isis. No se trata tanto de respetarlo como de recordar que a cada rasgadura aparecen múltiples velos que antes habrían permanecido ocultos. Esto sucede en todas las escalas del descubrimiento científico, tanto en las microscópicas cuanto a las macroscópicas. Más allá del átomo, la ciencia ha encontrado nuevos universos. Más allá de la frontera del último universo la ciencia hallará nuevas fronteras, reencontrándose, en cierta forma, con la más arcaica imagen del velo de Isis.
El pensamiento humano está perpetuamente situado ante el dilema: inclinarse ante la inviolabilidad de la frontera o perseguir una frontera eternamente inalcanzable en la medida en que siempre ofrece otra nueva. El siglo XX ha representado una contundente lección acerca de las capacidades de construcción y de destrucción proporcionadas por el conocimiento. El rostro de Isis puede ser terrible, pero al mismo tiempo puede incitar a nuevas creaciones y a nuevas esperanzas.
Así, para poner uno de los ejemplos decisivos, la energía negativa liberada por la bomba atómica ha sido extraordinaria, pero paralelamente ha llevado al hombre hacia nuevas percepciones de su relación con su entorno, con el cosmos. Probablemente hace sólo 50 años gran parte de lo que ahora denominamos "pensamiento ecológico" o algunos nuevos planteamientos de la vinculación del hombre con la naturaleza fueran impensables.
La "sabiduría de la duda" es la fuerza que puede proporcionar una conciencia de la ciencia al recordar, de continuo, quién es el destinatario de todo saber. Al fin y al cabo, hace dos siglos, fue Novalis quien respondió más certeramente: "Levantó el velo de la diosa. Pero, ¿qué vio? Se vio -milagro del milagro- a sí mismo".
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