Se rifa un millonario
"Seré tu amiga, tu amante y tu compañera. Nunca te vas a aburrir conmigo", le dijo la novia al novio. Después sonrió, miró el anillo deslumbrada y besó temblorosa a la persona que acababa de convertirse en su marido. Le había conocido cinco minutos antes de la boda; hasta ese momento, sólo sabía de él que era un multimillonario a la caza y captura de esposa. La chica, Darva Conger, se casó -en directo, por televisión- con el magnate Rick Rockwell porque ése era el premio por superar a las otras 49 contrincantes que participaron en el concurso ¿Quiere casarse con un multimillonario?, el último ingenio de la televisión de Estados Unidos. En el país del materialismo y de la carencia absoluta del sentido del ridículo, nada como la televisión para entremezclar esos rasgos de identidad nacional. El éxito del concurso ¿Quiere ser millonario? en la cadena ABC disparó un extraño resorte en la mente de los productores de una cadena de la competencia, la Fox, que comenzaron a diseñar un programa con la idea de que el premio no fuera un millón, sino una máquina de hacerlos: la ganadora se casaría con un potentado.
Fase uno: encontrar a un magnate cansado de ser soltero y dispuesto a elegir esposa entre 50 concursantes ante millones de espectadores sin que se le caiga la cara de vergüenza. Fase dos: encontrar a mujeres dispuestas a casarse con una persona a la que no conocen sin que se note mucho que su interés por la cartera del novio es mucho mayor que por el novio ensí.
Se buscó al candidato con anuncios en periódicos locales y con reclamos en las emisiones de la cadena. No tardaron mucho en llegar a un acuerdo con Rick Rockwell, un inversor inmobiliario con aspecto de Richard Channing en Falcon Crest. Avalados sus millones y demostrado el volumen sobrecogedor de sus cuentas corrientes, Rick pensó que el concurso era una vía aceptable para acabar por fin con el celibato que el destino se empeñaba en imponerle. Pobre Rick: una vida de sinsabores amorosos le había dejado con mucho dinero, pero sin nadie con quien compartirlo.
La búsqueda de aspirantes a millonarias por la vía del altar fue, según parece, mucho más sencilla. Miles de mujeres acudieron al reclamo de la Fox sin saber a qué pruebas debían someterse y sin que les importase en absoluto no poder conocer al que sería su marido hasta unos segundos antes de que la juez le diera permiso para besarlo, una vez convertida en su esposa.
El concurso se emitió el martes, como contraste a la empalagosa programación que prolifera cada año en el día de San Valentín. Fue como el paradigma del antirromanticismo: ellas se casan por los millones de él; él se permite el lujo de elegir entre un harén de 50 mujeres a la que más le gusta o mejor le parece. Y no podía ser de otra manera: el programa se realizaba en Las Vegas.
Durante el concurso, Rockwell permanecía agazapado tras un biombo que sólo permitía imaginar su perfil. Desde su púlpito seguía el programa a través de varios monitores. A su lado, como público, contaba con la ayuda de 80 familiares y amigos que le aconsejaban sobre los atributos de las aspirantes, entendida esta palabra de manera genérica. Su madre era la que parecía más preocupada por el espectáculo en el que se había metido su hijo.
A la mitad del concurso, las 50 mujeres, con edades que iban de los 19 a los 45 años y brillantes carreras en su currículo, habían quedado reducidas a 10. Rick descartó a las otras 40 porque no le gustaba su aspecto, no le caían bien o, sencillamente, porque le daba la gana: para eso era él el millonario, y las bases del concurso no le exigían dar explicaciones. Conviene aclarar que se llamaba "concurso" porque las mujeres respondían a preguntas del tipo "¿qué harías si tu marido llega a casa con una mancha de carmín?", pero el programa se parecía más a un mercado persa que a una batalla de gladiadores.
Cuando las 10 quedaron en cinco desfilaron en biquini (tenía que ocurrir) e hicieron después una última declaración de intenciones vestidas ya con traje de novia. Darva Conger aseguró que si ganaba y se casaba querría pasar el tiempo sentada junto a su marido leyendo libros, y lo dijo sin reírse. Conger, enfermera durante la guerra contra Irak y expuesta, por tanto, al síndrome del Golfo, fue la elegida. Rick salió de su biombo, apareció una juez y celebró la boda allí mismo. Están de luna miel. Y la Fox dobló su audiencia.
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