El color del cristal con que se mira JAVIER PRADERA
Los acuerdos alcanzados la pasada semana por el Banco Bilbao Vizcaya Argentaria (BBVA) y Telefónica podrían en principio ser interpretados mediante un enfoque exclusivamente económico: las estrategias de las grandes corporaciones forzadas a competir en un mundo globalizado, donde los procesos de concentración reducen el número de actores y a la vez aumentan su tamaño, bastarían para explicarlos. Desde ese punto de vista, la aparente pasividad del Gobierno tampoco sería un misterio; mientras el lema lo pequeño es hermoso ha sido desplazado en el ámbito ecónomico por la belleza del gigantismo, el campo político está dominado por modas opuestas: las mismas voces que alaban la desmesurada gordura de las corporaciones y el vertiginoso aumento de sus cifras de negocio claman a la vez por el drástico adelgazamiento del Estado y la severa disminución del gasto público.La asimetría también afecta al control mediático sobre los titulares del poder. Mientras la vigilancia de la clase política no hace -afortunadamente- sino intensificarse en los sistemas democráticos, los implacables denunciadores de los abusos y corrupciones de los gobiernos y de los partidos guardan silencio sobre comportamientos igualmente condenables en las grandes corporaciones. El argumento según el cual esa desigualdad de trato estaría justificada por la pertenencia de los políticos a la esfera pública y de los empresarios a la esfera privada resulta insostenible: la vida cotidiana de las personas y el rumbo de su existencia colectiva dependen tanto de las decisiones tomadas por los gobernantes elegidos (y revocados)en las urnas mediante el voto ciudadano como de las medidas adoptadas por los gestores empresariales designados por sus pares y autoperpetuados por cooptación.
Sin embargo, los acuerdos entre el BBVA y Telefónica permiten una segunda interpretación no necesariamente alternativa sino mas bien complementaria. Juan Villalonga y Francisco González fueron designados en 1996 presidentes -respectivamente- de Telefónica y Argentaria por el Gobierno de Aznar para llevar a cabo la privatización de ambas empresas públicas; el programa electoral del PP atribuía a esa estrategia las nobles funciones de reducir el déficit, devolver recursos a la sociedad y "contribuir a la mejora de la eficiencia de la economía española". Jesús Mota ha descrito (La gran expropiación, Temas de Hoy, 1998) las graves irregularidades y las inquietantes opacidades de ese proceso de enajenación de las compañías rentables del sector público, aunque los populares se hubiesen comprometido a realizarlo con transparencia, sin oportunismos y bajo control parlamentario. A diferencia de lo ocurrido en otros países democráticos, las personas nombradas para presidir esas empresas por el Gobierno de Aznar permanecieron aferrados a sus puestos (no sólo Villalonga y González, sino también Martín Villa en Endesa, Alierta en Tabacalera y Cortina en Repsol) después de que dejasen de ser públicas.
Hasta ahora, los híbridos presidentes público-privados de esas compañías habían seguido en líneas generales las directrices del Gobierno. Mientras González negociaba la fusión de Argentaria con el BBV para ocupar la presidencia en solitario el año 2002, Telefónica irrumpía en el mundo de las comunicaciones con una importante participación accionarial en la prensa escrita ( El Mundo y Expansión) y la compra de Vía Digital, Antena 3 Televisión y Onda Cero. Pero los mismos periodistas -con Pedro J. Ramírez a la cabeza - que indujeron a Villalonga a crear un grupo multimedia lanzan ahora todo tipo de sospechas sobre el consolidado presidente de Telefónica y nuevo vicepresidente del BBVA movidos por el recelo de que este prototipo de la nueva clase empresarial incubada en 1996 por Aznar haya roto el cascarón y se disponga a volar solo o en compañía de Francisco González. El cambio del color de los cristales a cuyo través contemplan este mundo traicionero los viudos del presidente de Telefónica está dictado por su temor a que la ruptura personal de Villalonga con Aznar a cuenta de las stock options le lleve a frecuentar malas compañías. Si eso fuese cierto, los papeles mas ridículos en esta telenovela de amores contrariados corresponderían a quienes obligaron a Telefónica a construir un imperio mediático al servicio del PP.
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