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Estamos perdiendo la paz TIMOTHY GARTON ASH

Timothy Garton Ash

El autor, escritor y periodista británico, que ha visitado recientemente Kosovo, afirma que el lugar por el que la OTAN libró su primera guerra es actualmente un tremendo caos, sin policía ni ley ni jueces. Y advierte de las consecuencias que tendrá para el futuro si Occidente fracasa en su misión de imponer la paz y la seguridad en este territorio.Hace poco presencié la siguiente escena en Kosovo: los coches recorrían a toda velocidad la calle principal de un pueblo, oscura y llena de baches. Un soldado sueco salió a la calzada con un bastón rojo iluminado y una pequeña señal circular que decía: 30 kph. Los coches le ignoraron, por supuesto. Al otro lado de la calle, un hombre del pueblo, sin afeitar y desdentado, quizá un poco bebido, se partía de risa ante los esfuerzos totalmente inútiles del buen sueco.Eso es ahora Kosovo: un caos tremendo. Éste es el lugar por el que -al menos, en apariencia- la OTAN libró su primera guerra. El lugar en el que se supone que 40.000 soldados de diversos países, organizados en una fuerza multilateral denominada Kfor, han logrado establecer la seguridad. La región en la que la ONU está llevando a cabo el experimento más ambicioso -con mucho- de administración internacional en su historia. También intervienen la Unión Europea, la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) e incontables ONG. Sin embargo, después de más de siete meses de presencia, el poder conjunto de todas las siglas de la llamada comunidad internacional preside una situación cercana a la anarquía.

Los serbios se han refugiado en enclaves que ellos mismos denominan guetos. Los que se han quedado entre los albanokosovares temen por sus vidas. En Podujevo, soldados británicos custodian las 24 horas a dos ancianas serbias; "los albaneses las rajarían si no lo hiciéramos", me dice un oficial. Pero no sólo peligran los serbios. Las mujeres albanesas tienen miedo a salir de noche en Pristina, temen que las secuestre y las obligue a prostituirse la mafia albanesa, que se ha instalado en la provincia con más fuerza que nunca. El consumo de drogas se ha disparado entre los estudiantes con la llegada de los traficantes mafiosos. Aunque las cifras oficiales de asesinatos han disminuido como consecuencia de los esfuerzos conjuntos de la Kfor y la policía internacional de Naciones Unidas, existen casos constantes de muertes y ejecuciones por venganza. Uno de los 60 oficiales de la Policía Real del Ulster enviados a colaborar con la policía multinacional me dice, con una sonrisa irónica: "Me siento como en casa". Por las carreteras descontroladas y cubiertas de hielo, personajes malencarados y vestidos de negro conducen de forma salvaje coches sin matrículas. Muchos automóviles son robados. Nunca he visto tantos accidentes de tráfico. La policía internacional no llega a los 2.000 efectivos, y se oyen críticas de que muchos de ellos no cumplen seriamente con su tarea. (Se dice que los de los países del Tercer Mundo suelen pasar el tiempo sentados en los cafés, mientras ganan el triple o el cuádruple de lo que les pagan en su país). La nueva Academia de Policía local no ha producido aún más que unos cuantos centenares de graduados. La Administración de la ONU, conocida como Unmik, ha tardado más de seis meses en conseguir un acuerdo sólo para decidir qué ley es la que debe aplicarse en la provincia; así que para qué hablar de su puesta en práctica. Todavía tiene que reclutar a jueces locales, que, en cualquier caso, pueden ganar mucho más dinero como intérpretes o conductores.

Desde hace más de seis meses, Kosovo no sólo no tiene en la práctica policía, ley ni jueces, sino ni siquiera un Gobierno. A Thomas Hobbes le resultaría familiar esta situación. El mes pasado, el responsable de Unmik, Bernard Kouchner, consiguió por fin poner de acuerdo a sus jefes internacionales de Nueva York y a los belicosos políticos locales de Kosovo sobre la estructura de una administración provisional en espera de elecciones. Está por ver que funcione.

El siglo terminó con la proclamación, por parte de Tony Blair y otros líderes, de que se había aprendido una gran lección de Kosovo: que la comunidad internacional, en casos extremos, debe intervenir para restablecer un respeto mínimo esencial a los derechos humanos, el imperio de la ley, un Gobierno eficaz y la democracia. Los partidarios de este principio lo denominan intervencionismo progresista. Los críticos, imperialismo liberal. Estos últimos contemplan hoy Kosovo y se regocijan: "¡Ved en qué lío os habéis metido al intentar una cosa de este tipo!" Quienes creemos que esta clase de intervención forma parte importante de ese mundo más avanzado que deberíamos intentar construir en el siglo XXI, no podemos sino mesarnos los cabellos y rogar a la comunidad internacional que haga más. Porque, nos guste o no nos guste, Kosovo es una prueba. Si las cosas salen mal aquí, será mucho menos probable que intentemos repetir la intervención en ningún otro sitio. Y aun así, ¿cuántas noticias de Kosovo salen hoy en los periódicos? ¿Cuántas se ven en televisión? Por lo visto, Chechenia impide hablar de Kosovo. Es como si el mundo entero fuera incapaz de andar y masticar chicle al mismo tiempo.

El experimento no ha salido bien por varios motivos. En primer lugar, es difícil imaginar un lugar más difícil para probarlo. Más de la tercera parte de las casas en la provincia quedaron destruidas o con graves daños. Ha hecho falta un esfuerzo heroico de la comunidad internacional para permitir el regreso a sus hogares de un millón de personas relativamente preparadas, al menos, para un invierno helador.

Además está la destrucción social y psicológica causada por diez años de opresión seguidos de la guerra, el exilio y el regreso. Y es difícil encontrar socios dispuestos a colaborar entre los albanokosovares. Hace cinco años existía una estructura establecida, la Liga Democrática de Kosovo, comprometida con el cambio pacífico. Pero con la guerra llegó el ELK, convencido de que posee la legitimidad de un ejército de resistencia victorioso y que en la actualidad se dedica a construir su propia versión del Sinn Fein para hacerse con el poder político (ayudado por un poco de mano dura). Las elecciones previstas (los imperialistas liberales, a diferencia de los anteriores, se sienten impulsados a trabajar en esa dirección) polarizarán de forma inevitable las opiniones.

Hay que tener en cuenta también la desesperante ambigüedad de la Resolución 1244 del Consejo de Seguridad, base formal para la ocupación. Con el fin de asegurarse el apoyo ruso y chino, prometía la virginidad y la maternidad al mismo tiempo. Formalmente, la provincia está por completo bajo la soberanía yugoslava, pero se supone que debe tener un autogobierno de amplias competencias. Todas las medidas tomadas para el funcionamiento del protectorado -el presupuesto en marcos en lugar de dinares yugoslavos, los aranceles aduaneros, los documentos de identidad- deben discutirse en Nueva York.

Después está la misma complejidad de la empresa, en la que participan infinitas organizaciones internacionales llenas de siglas -Kfor, Unmik, ACNUR, OSCE, UE-, cada una con su propio estilo burocrático, sus intereses y sus presiones presupuestarias. Hace falta un genio organizativo para coordinar todo. Y no lo hay.

Aunque el doctor Kouchner, el hombre que preside esta situación de caos en Kosovo, tiene muchas cualidades -es apasionado y elocuente-, desde luego no me da la impresión de ser un genio de la organización. Incluso la Kfor se resiente de las rivalidades entre las naciones participantes. Klaus Reinhardt, el impresionante general alemán que ha sucedido a sir Michael Jackson en el mando supremo, me dice que su fuerza incluye a 34 países, "y no crea que hacen una cosa sólo porque yo se lo ordene". Me gusta un titular aparecido en la publicación de la Kfor, el Kfor Chronicle: "Los griegos organizan el caos". Exactamente.

Detrás de todo ello se encuentran los Gobiernos occidentales que intervienen, incluido el de Reino Unido, y su disposición a actuar en consonancia con sus buenas palabras. La imposibilidad de constituir la fuerza internacional de policía, por ejemplo, se debe a que los Gobiernos no han querido aportar efectivos. El doctor Kouchner, que pidió 6.000 policías en julio del año pasado, comenta con amargura que su propio Gobierno, el francés, no ha enviado ni un solo policía civil. La administración de Naciones Unidas se ha visto obligada a pasar la bandeja con el fin de pedir los 250 millones de dólares que necesita para su presupuesto.

Es cierto que hay otras muchas prioridades. Toda África grita: "¿Y nosotros, qué?" Chechenia ocupa los titulares. Pero el hecho de que la administración de paz en Kosovo sea o no un éxito tendrá una influencia decisiva tanto en el juicio de la historia sobre la primera guerra de la OTAN como en las perspectivas de que se produzcan más intervenciones de este tipo en el siglo XXI. Por el momento, estamos desperdiciando la oportunidad, por el precio de unos cuantos días de bombardeos. Occidente ganó la guerra. Estamos perdiendo la paz.

Timothy Garton Ash es escritor y profesor en St. Anthony's College de Oxford.

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