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La reflexión y la memoria

EDUARDO URIARTE ROMERO

El necesario e impecable discurso de Vidal Quadras, portavoz del PP en el Parlamento Europeo, solicitando la semana pasada la condena y el rechazo de la ultraderecha austríaca, tiene el inconveniente de recordar a algunas memorias sensibles el gesto de su propio partido en el Congreso de los Diputados negándose a rechazar el alzamiento franquista.

La llamada a la solución del conflicto por vías políticas que realizan los nacionalistas, con acusaciones de inmovilismo al otro, se contradice por la designación y presencia de Josu Ternera en la Comisión de Derechos Humanos del Parlamento vasco. Así, desde un organismo de tan loable denominación se consigue humillar a las víctimas del terrorismo, desnaturalizar la citada comisión, y convertirla en un frente más del conflicto.

Pacíficos comerciantes se quejan del desamparo que sufrieron ante los piquetes el día de la convocatoria de huelga general, sin que la Ertzaintza presente hiciera nada. Y para sazonar este clima austriaco que vive Euskadi, confirmando las acusaciones que el PP hace sobre la situación política que padecemos, el representante de EH en la Eurocámara se abstiene en la declaración de condena del acuerdo gubernamental en Austria entre los democristianos y la ultraderecha de Jörg Haider. Todavía no sabemos si consciente o inconscientemente.

Qué malos son los nacionalistas serbios, qué malos los ultras austríacos, qué malos los otros. De paso se intenta aniquilar la reflexión sobre lo que tenemos delante y convertirnos en seres desmemoriados. Con malintencionada frivolidad se arman los discursos para aglutinar a los nuestros sin concesión alguna a la reflexión que permita hacer de la política un instrumento útil a medio y a largo plazo.

Hay aniquilación, por otro lado, de la memoria, hasta de la más inmediata, supeditada al oportunismo. Nos hemos olvidado que bajo la apariencia de movimientos liberadores, igualitaristas, enraizados en esencias históricas, étnicas o religiosas, este siglo ha conocido las reacciones (o revoluciones conservadoras) más crueles de la humanidad. Desde el III Reich, pasando por la Revolución Nacional Sindicalista, a las revoluciones islámicas más recientes -resultado de excesos ajenos, frustraciones propias e ilusiones liberadoras- las apariencias se trasforman en el totalitarismo represivo más cruel. Además de olvidarnos, muy pocos son conscientes de que lo mismo pasa aquí.

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Vamos a tener que agradecer a la situación política austríaca la oportunidad para observarnos mejor a nosotros mismos. La larga dictadura que padecimos en España otorgó buenas apariencias a movimientos políticos que en el fondo no distaban, incluso se inspiraban, en el régimen que decían querer destruir. La prudencia en la transición impuso demasiados lapsus de silencio, todos creíamos que la causa era la del otro. Ni la dictadura ni la transición permitieron que nos cercioráramos de que no toda oposición subversiva era progresista, y mucho menos de las posibles influencias que la dictadura ejercía sobre muchos de apariencia incluso revolucionaria.

En el último trabajo de Mario Onaindia (Guía para orientarse en el aberinto vasco. Temas de Hoy) se realiza un interesante ejercicio de memoria. Remitiéndose a que hace setenta años el PNV fue a Estella a juntarse con monárquicos y carlistas, a los que nada les interesaba el proyecto de Estatuto Vasco-navarro, sino, por el contrario, alzarse contra la Constitución republicana y abolir la democracia, hace la siguiente reflexión: "Al haber agotado esta vía [la insurreccional reaccionaria] el nacionalismo se convenció de que los medios son más importantes que las coincidencias en los fines, pues todos hablaban de reintegración foral. De ahí sacó fuerzas para estar al lado de los demócratas. Quizá ahora también este viaje a Estella no sea en balde y se aprenda la misma lección". Un ejercicio de memoria.

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