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La mar en miniatura

La vida de Francisco Galvín Revuelta, de 61 años, natural de Lepe (Huelva), es la mar. Y los barcos. Su padre y su abuelo eran armadores. Él ingresó a los 15 años como marinero de un buque. Luego, a los 22, sacó el título de patrón. Y finalmente tuvo un barco propio, El Mara, que todavía está en funcionamiento, después de varias reformas, con base en el puerto onubense de Isla Cristina. Pero Francisco Galvín Revuelta, cuando se jubiló, hace seis años, se percató de que no podía vivir sin los barcos. Comenzó a darle vueltas a la cabeza y dio con una salida eficaz a su obsesión: construir reproducciones de barcos en miniatura. Comenzó hace algo más de tres años y ya lleva 10 trabajos realizados.Son reproducciones exactas de arrastreros. Los hace de memoria, sin planos ni bocetos ni nada. Fijándose exclusivamente en sus recuerdos. Pero le salen idénticos, como en la realidad.

"Los tengo con instalación eléctrica y todo, con las mismas luces que llevan los barcos reales, los de reglamento. Están las luces rojas de sin gobierno, para cuando está parado, y las de babor y estribor, la verde y la roja, para que se sepa por la noche de qué lado viene el barco", explica.

Los construye con lentitud, minuciosamente, para que salgan totalmente perfectos. Emplea unos tres meses en cada barco. Aunque trabaja de forma irregular, según venga el día. "Es cuestión de paciencia. La primera función consiste en obtener el material. Consigo tablones, pintura, cables de teléfonos, bombillas pequeñas, mil detalles. Y posteriormente desarrollo exactamente el mismo sistema para la construcción que el que se emplea en los astilleros. Empiezo con su quilla, sus armazones, las cuadernas y el forro de los costados interior y exterior. Mis barcos son piezas únicas, hechas a base de imaginación y con los conocimientos que he adquirido después de 23 años en la mar", explica.

Ahí están los barcos, sobre la mesa de la sala de estar. Uno se llama Piscis, que es el horóscopo de Paco Galvín, como se le conoce en el pueblo. Otro se denomina Galvín Sánchez, los apellidos de sus hijos. Y, uno más, Johan, como su nieto, al que pusieron ese nombre en homenaje a Johan Cruyff, en una familia de profunda devoción hacia los colores del Fútbol Club Barcelona.

La cosa para Paco Galvín es no desvincularse mentalmente de la mar. "De vez en cuando me doy una escapadita. Pero no resulta suficiente. La vida de un marinero es dura y apasionante al mismo tiempo. La mar no tiene misterio. Se trata de quererla. Hay que trabajarla por amor. Además es un lugar peligroso, aunque los barcos modernos han avanzado considerablemente en los sistemas de seguridad", dice Paco Galvín con su voz dura de marinero y su acento cantarín, característico de los vecinos de Lepe. Y añade: "Para mí, la mar hasta ha sido como una especie de sanatorio. Yo caía enfermo en tierra y me curaba cuando me hacía a la mar".

De todos modos conserva recuerdos amargos. Como cuando lo sorprendió embarcado la muerte de su madre. O los casi 10 meses consecutivos que pasaba en ocasiones sin ver a su familia.

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Ahora tiene intención de llevar sus barcos a exposiciones y de seguir regalándolos a sus familiares y amigos. Una de las reproducciones incluso está en Mauritania, en la casa de un viejo compañero. Paco Galvín ya no tiene que ir al puerto de El Terrón, pero es como si hubiera instalado un puerto en miniatura en su propia casa.

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