Elegido / El Ejido
IMANOL ZUBERO
No es que Hobbes tuviera razón, es que tampoco la tenía Rousseau. Es evidente que no somos sólo lobos para otros seres humanos, pero tampoco somos ese Emilio puro y noble, ese buen salvaje cuya corrupción es la consecuencia del proceso de civilización. Podemos ser afectuosos y solidarios, como podemos ser participantes animosos de una jauría humana. Más aún, podemos ser afectuosos y solidarios antes, tras o incluso a la vez que participamos en una cacería humana armados de una barra de hierro con la que quebrar los huesos a un (el que sea) inmigrante. Sigue haciéndonos falta un Rouhobbes que reflexione en profundidad sobre la compleja naturaleza humana.
Nadie recuerda hoy a ese joven magrebí que, hace un par de años, perdió un pie y un ojo bajo las ruedas del metro de Madrid por defender a una joven que estaba siendo agredida. Hoy todos los moros son el asesino de El Ejido. Dicen que no es una cuestión de racismo. Pero nadie sale armado de barras de hierro a la caza y captura de todo aquel médico que se cruce en su camino porque un doctor ha asesinado a una docena larga de mujeres. Si quien asesina es un médico, o un jubilado, o un marido, decimos que sólo puede tratarse de un desequilibrado; si quien asesina es un inmigrante magrebí probadamente desequilibrado, decimos que todos los magrebíes son unos asesinos, o que todos pueden serlo. La magrebidad (perdón) como naturaleza perversa, como abstracción que justifica la violencia contra el otro.
Lo que está claro es que todos llevamos dentro una bestia parda pugnando por salir. Nos viene muy bien tener un Haider a quien acusar de fascista, alguien que represente el mal absoluto a quien poder despreciar. Al separarlo de nosotros creemos estar alejando igualmente el mal que representa. Cumple la misma función que esos muñecos que, con ocasión del Carnaval, son apaleados, arrastrados y quemados en tantas localidades. Pero la tradición señala que la quema del símbolo del mal ha de hacerse todos los años, signo inequívoco de que junto con el pelele no se destruye definitivamente el mal.
El xenófobo elegido y El Ejido xenófobo. El uno es imposible sin el otro. El primero no es nada sin el segundo. Detrás de cada xenófobo elegido hay un El Ejido xenófobo. Sólo cambian los nombres, la relación es siempre la misma. Parece que hemos olvidado que Haider ha sido elegido por sus conciudadanos. Su figura ascendente no es sino la corporeización de una amplia corriente de energías xenófobas y autoritarias nacidas en el corazón y en la mente de miles de austríacos. Sin tales energías, Haider no pasaría de ser un patético Ynestrillas. Lo que hace fuertes a los fascistas no es su ideología, sino la de sus convecinos. Lo que hace avanzar a los fascistas no es su iniciativa, sino la pasividad de la sociedad en la que se desarrollan.
En su libro Modernidad y Holocausto, Zigmunt Bauman recoge la estremecedora experiencia de los judíos, anterior a la vez que anticipadora del Holocausto, expresada en 1935 por el rabino Joachim Prinz de Berlín: "El gueto es el mundo. Fuera también es el gueto. En el mercado, en la calle, en la taberna, todo es gueto. Y tiene una señal. Esa señal es la falta de vecinos. Acaso esto no haya sucedido nunca en el mundo y nadie sabe cuánto tiempo se puede soportar; la vida sin vecinos..." Desde hace tres días, la falta de vecinos se ha convertido en la experiencia cotidiana de decenas de personas en El Ejido. Y a la falta de vecinos le sigue su exclusión del universo de las obligaciones, que señala el espacio social fuera del cual los preceptos morales carecen de sentido.
No podemos consolarnos pensando que estas cosas sólo ocurren en Austria o en El Ejido. Quemar el pelele no elimina el mal. También aquí, aquí mismo, hay personas que habitan un mundo sin vecinos. Están a nuestro lado. Que no seamos conscientes de ello, que pensemos que tales cosas sólo ocurren fuera de aquí, es un indicador de la invisibilidad que amenaza, siempre, a las víctimas de la heterofobia.
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