Antonia ELVIRA LINDO
En realidad la conocí como Toñi, me la presentó Miguel Albadalejo cuando preparábamos La primera noche de mi vida, la película en que ella, Antonia San Juan, y Adriana Ozores, habrían de dar carne a dos chicas de gasolinera de la periferia madrileña en una noche de desamparo que no había ocurrido todavía, la Nochevieja de 1999. Las reunió el director, nos reunió, para que se fueran conociendo y saltó esa chispa de amistad entre las dos que hizo que aquellas secuencias fueran tan graciosas, tan tiernas, para mí de una sencillez memorable.Toñi ha seguido siendo después de aquello, aunque el mundo la conozca como Antonia San Juan. El trabajo nos ha unido en alguna ocasión más: hemos sido compañeras en una película que espera su estreno, Ataque verbal. Nuestra relación siempre ha tenido por medio a Albadalejo, al que le pregunto con frecuencia por la experiencia americana de Toñi a raíz de la película de Almodóvar, porque me choca y me alegra que a una actriz española se le acerque Lauren Bacall para decirle que es maravillosa.
Una vez mantuve una larga conversación con ella, con la excusa de una entrevista, sobre cómo se vive esta tremenda avalancha de popularidad cuando se viene de familia humilde y cuando uno se ha trabajado la noche en garitos no muy sugerentes. Toñi me decía: "Siempre me he ganado la vida, yo sólo he necesitado una caja de coca-cola a la que subirme para hacer mi espectáculo".
Hablamos también de la infancia, de su infancia en Las Palmas, de su madre fantástica, que la adora, que la sacó adelante, de su padre, que la subía a la barra de un bar para que la criatura recitara unos poemas aprendidos de carrerilla, con esa memoria prodigiosa que todavía la acompaña en sus monólogos teatrales.
Sus amigos han vivido el imparable ascenso de Toñi con felicidad, con orgullo. Tanto es así que, después de esa desafortunada ceremonia de los Goya -desafortunada por muchas razones y no todas han de cargarse en las espaldas de una actriz-, sus seguidores la apoyaron en el estreno de Asfalto gritando un "¡Te queremos, Antonia!".
Y es en este momento difícil para ella, por esa cosa tan rara que debe ser el acostarse anónimo y levantarse mundialmente famoso y por el miedo que existe (aunque no se reconozca) cuando se tiene éxito, es en este momento en que tiene un pie en el estribo para marcharse a Hollywood, es ahora cuando veo en el periódico el anuncio de una revista que promete en su portada contarnos cuál es el verdadero pasado de Antonia San Juan.
Cómo no, cómo no iba a saltar la mala baba española, cómo no iba a escaparse por algún lado la envidia que a veces se disfraza de periodismo y que clava su aguijón en una persona que no ha dado ningún pie a ello. Aquí cualquiera puede ser víctima, no hay intimidad que se respete.
Y uno se pregunta con qué derecho se agrede a alguien de esa manera, quién nos defiende, quién la defiende a ella si es que lo ha visto, si es que se ha disgustado, quién la compensa por el mal rato.
Hay veces que los periodistas españoles se quejan de que los actores americanos conceden las entrevistas acompañados de un guardián que vigila las preguntas que pueden ofender al artista. No me extraña, hace tiempo que aquellos actores, mucho más poderosos que los nuestros, han decidido vivir pertrechados y se rodean de abogados y de asistentes.
Es posible que aquí, si florece definitivamente ese pequeño bebé que es el cine español, ocurra lo mismo, porque hay quien parece confundir a los actores, famosos por su trabajo, con los personajillos de Tómbola, que venden hasta la educación de sus hijos por llevarse unas pelas y salir en la tele.
Si este artículo pudiera convertirse en una carta me gustaría decir:
"Antonia, Toñi, que nadie te amargue este momento tan dulce que vives. A los que te quieren y te admiran, que son muchos, no les importa tu pasado, sino ese presente que te has ganado con talento, con trabajo. Y a los que no te quieren, que les den".
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