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Tribuna
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A pesar de todo

MANUEL TALENS

Un reciente mono de Máximo en su página habitual de EL PAÍS (29-1-2000) ilustra a la perfección la encrucijada moral en que se halla inmerso el ciudadano de izquierdas ante las próximas elecciones generales.

Con el soberbio esquematismo que lo caracteriza, el dibujante nos muestra a tres hombres de mediana edad (dos de ellos calvos y todos con barba) que caminan cabizbajos en dirección a la izquierda de la página, mientras meditan en voz alta: "¿Cómo no apoyar a la unidad de la izquierda, caso de que la izquierda existiese?", dice uno. "¿Y caso que, de existir, fuese capaz de hacer, y pudiese hacerla, una política de izquierdas?", le responde su compañero. "Ahí", remacha el más rezagado, que es también el más bajito y funciona como discípulo o caja de resonancia.

¿Existe la izquierda? Qué duda cabe de que ya no es lo que fue. Durante los últimos 150 años, conforme se acercaban al poder, los movimientos populares nacidos en el siglo XIX a la sombra de Marx y Bakunin han ido soltando lastre y diluyendo sus reivindicaciones. El espejismo de los mal llamados partidos socialistas que hoy gobiernan en Occidente -no pasan de social-demócratas, y gracias- nos hace olvidar con demasiada frecuencia que los amos del mundo siguen siendo los de siempre y que lo único que la izquierda ha logrado en todo este tiempo es suavizar las asperezas de la revolución industrial.

Son, como dicen, pragmáticos y ejercen el posibilismo, que no es sino una triste metáfora de lo que en lenguaje castizo se denomina "bajarse los pantalones". Y así, con el culo al aire se quedó González cuando dijo diego a la OTAN o cuando renunció al marxismo, y con el culo más al aire y expuesto al frío de Londres está Tony Blair y su tercera vía, invento que ya ha entrado por derecho propio en el museo del humo (junto con el mercado libre, el centro reformista y el todavía misterioso misterio de la Santísima Trinidad).

Ésta es la izquierda descafeinada que podremos elegir el 12 de marzo, no hay otra, la que acepta el sistema sin atreverse a cambiarlo, la que se pliega a quienes controlan en la sombra (so pena de que éstos la echen otra vez a patadas), una izquierda que alardea de "progresista", pero que en verdad sólo se sabe capaz de aplicar inocuos paños calientes. Bien es cierto que Izquierda Unida, por el hecho de no haber saboreado las mieles de la Moncloa, recuerda aún a la de antes, pero más lo es que, si acaso llega a compartir gobierno con el PSOE, deberá echar mucha agua en su vino.

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Y, para colmo, en el PSPV persiste el fatídico aparato de la cizaña, dispuesto a eternizarse y a chupar del bote si hay victoria. Menos mal que Carmen Alborch y Ricard Pérez Casado son gente responsable y se salvan del suspenso, porque de otra manera sería para echarse a llorar.

Dicho lo cual, y a pesar de todo lo anterior, me felicito por el pacto. Sin alegría, sin aspavientos y con estoicismo, apoyemos estas cenizas casi apagadas de la antigua izquierda y pongamos al PP en el lugar que se merece, la oposición, antes de que salde los últimos flecos de nuestro patrimonio. Por eso, amable lector, desde aquí te animo a difundir la consigna: no te abstengas, vota, ya sabes a quién.

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