Entre México y Xerez
Desde la llegada de la autonomía se han recuperado en Andalucía bastante vocablos arcaicos; después de permanecer mucho tiempo en desuso, palabras designadoras de territorios como Axarquía, Abuxarra (Alpujarra) o Pedro Ximénez han pasado a tener un uso más o menos común. El uso, lógicamente, es en parte escrito y en parte oral, y en éste, esa x, como sucede con las del resto de nuestra lengua, es pronunciada con sonido cs; es el mismo fenómeno que se producía también en la pronunciación de las de Guadix, Enix, Felix, Benahadux, Albox, Torrox... y muchos otros topónimos y gentilicios. Pero, paradójicamente, los únicos que no seguían, y no siguen, esta regla de lenguaje eran los habitantes de esas poblaciones y parajes que, indiferentes al habla culta y a los medios de comunicación, siguen diciendo Guadij, Enij, Felij, Torroj y Benaaduj. De este modo, nos encontramos con dos normas, culta una, popular otra, sobre los mismos términos.
Esta dislocación fonética de un mismo signo ortográfico tiene como origen un antiguo proyecto de la Real Academia Española de la Lengua, tendente a uniformizar el idioma castellano adecuando la ortografía a la fonética. La Real Academia había nacido en el siglo XVIII para eso y mucho más de la mano de los Borbones ilustrados, empeñados en que toda España debía tener las mismas leyes, reglas y normas en todos los terrenos. Eso era lo que el cardenal Richelieu había hecho en Francia y este país, satélite del que había gobernado y engrandecido el Rey Sol, tenía que regirse por las mismas leyes.
Llevar adelante este propósito era razón y señal de patriotismo y así procuraron inculcarlo por todos los medios y argumentos aunque muchos de éstos nos parezcan hoy infantiles y hasta ridículos: en los alrededores de 1810 un maestro gaditano de primeras letras que llamaba "madre" a la Academia, exhortaba a sus alumnos a pronunciar "como se debe" la ll, y, c, s, z porque de ello dependía ser o no ser andaluces, ser dichosos o desgraciados.
En el proyecto de adecuar la ortografía a la pronunciación para terminar con la diversidad en los escritos se trabajó a lo largo de buena parte del siglo XIX, fijando palabra por palabra y estando decididos los ponentes a completarlo. El espíritu de todo ello no distaba mucho, por tanto, de lo que hace poco proponía el Premio Nobel García Márquez y que tanto escándalo causó a muchos de los actuales miembros.
Cuando los académicos de entonces encargados de la obra estaban a punto de finalizarla, en la recién independizada República de Chile se desató un movimiento tendente a independizar también la grafía chilena de la española, algo parecido a lo que ha ocurrido recientemente con palabras castellanas en el País Vasco, donde apellidos como Vaquero se han transformado en Bakero.
El Gobierno español, que quizás era débil pero no tonto, se dio cuenta de que esa tendencia podía conducir a una fragmentación del castellano, en peligro de partirse en 20 idiomas de continuar y complicarse el proceso. Como consecuencia, la reina Isabel II emitió un decreto, declarando que las únicas normas lingüísticas válidas eran las que habían emanado de la Academia y sólo ésas.
La docta institución, pillada por sorpresa y ante la contundencia de la real disposición, dio por terminado el proceso y así ha permanecido hasta hoy, aunque no hubiera finalizado en realidad. Es por eso por lo que los habitantes de México continúan escribiendo con x el nombre de su país; pero siguen pronunciándolo Méjico y llamándose a sí mismos mejicanos aunque lo trasladen con x a la escritura.Un poco más arriba del país azteca se encuentran Texas y los texanos con las mismas características, porque a otros topónimos y patronímicos de aquellas latitudes les ocurre lo mismo y porque, por supuesto, están todos éstos que hemos mentado y muchos más, dispersos por el territorio andaluz.
En ellos -lo mismo que en los americanos- el purista argumentará encontrarse con aquella regla de la Academia tendente a unificar ortografía y pronunciación, pero eso contradice el espíritu de aquel propósito que era precisamente el de adecuar la ortografía a la fonética (y no al revés, porque en la regla era esta última la que mandaba). Loja, por ejemplo, se llamaba entonces Loxa, y Jerez, Xerez; pero se pronunciaban lo mismo que hoy. La calle sevillana de Jimios se escribía Ximios y no Csimios, pero, en cambio, la de Ximénez de Enciso sigue con esa grafía y, sin embargo, es el mismo apellido Jiménez de tantas y tantas personas.
Creo que lo mejor sería reconocer y enseñar (desde la escuela y desde los medios de comunicación) este rasgo singular dentro de la norma andaluza del castellano porque, aparte de ser lógico y la única resolución válida del problema, establecería un punto de contacto más -otra puntada en un largo cosido- con la norma de los americanos castellanoparlantes.
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